EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO
(Sofonías
3:14-18; Filipenses 4:4-7; Lucas 3:10-18)
El
hombre, un ambientalista, habla en un video con la urgencia de un capitán cuyo
barco se está hundiendo. Dice que no
tenemos simplemente un “cambio de clima” como lo llama mucha gente. Más bien, según el hombre, tenemos un “crisis
de clima”. Dice que quemamos tantos
combustibles fósiles que la temperatura siga alzando. Es posible que las temperaturas altas
contribuyan a huracanes cada vez más fuertes, incendios más devoradores, y
otras catástrofes naturales. Concluye el
hombre que si continuamos así el medioambiente no podrá sostener la
civilización como la conocemos. Aunque parece
muy peligrosa esta amenaza, el evangelio hoy presenta una aún más grave.
Juan
Bautista está predicando en el desierto fuera de Israel. Es notable el lugar porque allí Dios formó a
Israel como su pueblo después de que Moisés lo llevó de Egipto. Desgraciadamente Israel no ha cumplido sus
promesas. No ha practicado la justicia. Más bien, se ha caído en la corrupción y el
fraude como los otros pueblos. Por esta
razón, Juan llama a los judíos que se le acuden “una camada de víboras”. Dice que Dios está enviando a su mesías para
juzgarlos. No sabe quién sea el mesías,
pero no duda que llegará pronto para castigar a los culpables con el fuego.
La gente
responde favorablemente. Preguntan a
Juan: “¿Qué debemos hacer?” Juan no tarda
a darles órdenes. Dice que aquellos con
recursos deben compartirlos con los pobres. Añade que los publicanos deben cobrar
sólo lo que es justo y los soldados tienen que evitar la extorsión. Estas medidas son tan radicales que se pueden
comparar con diferentes acciones recomendadas para limitar el consumo de los
combustibles fósiles. Imaginémonos por
un momento el gobierno insistiendo que cada casa ponga el termostato a sesenta-cinco
grados en el invierno y a ochenta en el verano.
Pensémonos en leyes limitando la gasolina de modo que todos tomen el
transporte público al trabajo.
Aunque
sería difícil acostumbrarnos a estos tipos de cambio, no deberíamos negar sus
beneficios para el planeta. Particularmente
durante Adviento estamos animados a soñar en modos grandes. Tenemos este tiempo para meditar en la venida
de Dios al mundo como hombre – un evento tanto maravilloso como
inesperado. Si Dios hizo eso,
seguramente puede mover a la gente de hoy en día a conservar la energía. De verdad, puede causar sacrificios aún más
significativos en otras áreas. Puede
inspirar a los hombres y mujeres a vivir en matrimonios que apoyan la crianza
salubre de hijos. Puede estimular ambos a
los empresarios y a los trabajadores a valorar a uno y otro más.
Aquí
hablamos del sacrificio pero en la segunda lectura tanto como en la primera se
cuenta del gozo. Nos parece a veces que
donde hay sacrificio, no se encuentra el gozo.
Pero eso no es verdad. De hecho,
el gozo resulta de hacer sacrificios para realizar nuestros fines. Cuando vimos a los niños creciendo en adultos
responsables, sentimos el gozo. Cuando recibimos
un regalo de aprecio por treinta cinco años de servicio a la compañía, nuestro
corazón se llena del gozo. Este gozo
sobrepasa el placer que muchos equivocadamente asocian con la felicidad. El placer es de los sentidos y pasa
rápidamente mientras el gozo es del interior, el producto de sacrificio. En la Carta a los Filipenses Pablo exhorta la
alegría porque el Señor está cerca. Es
el mismo sentido que tenemos cuando nos sacrificamos por el bien de los
demás. Sabemos que el Señor está cerca
para reconocer nuestros esfuerzos.
Estamos
entrando en un tiempo de muchos placeres.
La gente saluda a uno y otro aun a desconocidos con sonrisas en la cara
y calor en el corazón. Todos comparten los
manjares tradicionales – tamales, pasteles, y chocolates. Los niños esperan juguetes nuevos, y los
novios planean sus matrimonios. Estos sentimientos
agradables pasan pronto en buenas memorias.
Sin embargo, hay un gozo que queda por más tiempo. Se realiza este gozo en la iglesia en la
Noche Buena. Por haber seguido a
Jesucristo todos los días del año, sentimos el gozo de tenerlo presente. Sabemos que él no nos abandonará nunca. Tendremos este gozo en el corazón para
siempre.
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