EL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO
(Miqueas
5:1-4; Hebreos 10:5-10; Lucas 1:39-45)
Cuando
una mujer da a luz un hijo, muy seguido su mamá viene a ayudarla. La mayor le da el apoyo personal. Comparte su experiencia en ser ambas esposa y
madre. Y hace un montón de tareas. A lo mejor pensamos que María va a su
parienta Isabel con este motivo. Después
de todo, Isabel es de edad avanzada de modo que probablemente ya no tenga mamá. También María parece como el tipo de persona
que siempre presta la mano a persona en necesidad.
Sin
embargo, el evangelio no dice nada del propósito de María para la visita. Dice sólo que el ángel le informó del
embarazo de Isabel cuando María le preguntó cómo pudiera una virgen concebir a un
hijo. Gabriel quería asegurarle que Dios
puede hacer maravillas. Se puede
presumir entonces que con su visita a Isabel María está cumpliendo la palabra
de Dios. En este mismo evangelio según
Lucas Jesús diré: “’Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra y
la cumplan’”. Jesús tiene en cuenta a
todos los cumplidores de la palabra, pero particularmente a su propia
mamá. Pues ella es la primera persona para
cumplirla. Por eso, se puede decir que
María es madre de Jesucristo en los dos sentidos. Es su madre de la carne y
también es madre del espíritu.
Por su
puesto, esta misma relación con Jesús es de nosotros cuando cumplimos su
palabra. Somos madre y hermanos de Jesús
cuando visitamos a los enfermos y socorremos a los pobres. Somos madre y hermanos cuando resistimos la
tentación de mentir o de perder la paciencia con otras personas.
La
visita de María a Isabel confirma lo que el ángel le dijo sobre el poder de
Dios para crear embarazos maravillosos. También
demuestra la verdad de otra parte de su mensaje que realmente es más
importante. Le contó a María que Dios le
dará a su hijo “’el trono de David, su padre,…y su reinado no tendrá
fin’”. El salto que hace la criatura de
Isabel cuando María entra en su casa indica esta majestad. María lleva en su seno a Jesús, el rey de
reyes, que el profeta Juan reconoce aunque todavía no ha nacido.
La
primera lectura habla del efecto de su reinado.
Dice que el jefe de Israel nacerá en Belén para pastorear a Israel. Estamos acostumbrados de fijarnos en la
primera parte del mensaje porque Jesús nació en el mismo pueblo. Sin embargo, vale que hagamos caso a la
segunda parte también. El jefe de Israel
pastoreará el pueblo de modo los habitantes vivan tranquilos. Nosotros, el nuevo Israel, nos aprovechamos
de esta promesa. Siguiendo los modos de
Jesús, el pastor supremo, no hay nada que puede cause nuestra ruina.
El otro
día el periódico reportó que los polvos talco tienen asbesto, una causa de
cáncer. Ciertamente muchos madres van a
preguntarse si están haciendo bien por usar este polvo en sus bebés. No querrán que sus hijos se descubran enfermos
de cáncer en cuarenta años. Pero
fortalecidos con el conocimiento del gran pastor Jesús no tienen que
angustiarse. Él les proveerá a sus hijos
lo necesario para mantener la paz interior. Es igual con todos nosotros cuando
oímos de nuestros amigos batallando cáncer.
No tenemos que preocuparnos excesivamente. Con la oración el Señor Jesús les protegerá
de los efectos más perniciosos de la enfermedad. Por supuesto también nos tememos por
nosotros. Es posible que un día el
cáncer nos aflija a nosotros. Sin
embargo, siguiendo al Señor, ofreceremos el sufrimiento por el beneficio de los
demás. De esta manera no estaríamos
sufriendo en vano.
La
Navidad está encima. Hay dos maneras
para celebrar esta gran fiesta. Podemos
meternos en los placeres que acompañan las festividades. Así comeríamos y beberíamos hasta que nos
olvidemos de cáncer y todos los otros problemas. O podemos acogernos del Jesucristo, el pastor
de Israel. Así disfrutaríamos de los
deleites del tiempo pero no excesivamente. Más al fondo comprometeríamos al recién
nacido. Si seguimos el primer camino las
preocupaciones van a aparecerse de nuevo.
A lo mejor nos causarán la angustia.
Pero si escogimos el segundo, el gozo de conocer a Jesucristo va a
quedarse en nuestro corazón. Nos llevará
más allá que el sufrimiento a la vida eterna.
Que siempre nos acojamos del Señor Jesús.
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