EL SEXTO DOMINGO DE PASCUA
(Hechos
15:1-2.22-29; Apocalipsis 21:10-14.22-23; Juan 14:23-29)
Este lunes los
americanos celebran el Día de los caídos en guerra. Desde la presidencia de Abraham Lincoln ha
sido el tiempo designado para honrar a los soldados muertos. Siempre ha habido hombres y, en tiempos más recientes,
mujeres que murieron en la batalla. Los
investigadores a veces preguntan a los soldados: ¿por qué ustedes están
dispuestos a sacrificar sus vidas? A lo mejor
la respuesta más común sorprende a la mayoría de la gente. No es por la patria ni por sus familias en
casa. No, la mayoría de los soldados dicen
que darían sus vidas por sus compañeros de armas. En otras palabras, se sacrificarían a sí
mismos por el bien de uno y otro. Jesús
exige este tipo de camaradería en el evangelio de hoy.
Jesús acaba de mostrar
su amor para los discípulos en el lavamiento de pies. Este gesto de servicio indicó cómo los
discípulos deberían amar unos a otros. Para
Jesús el amor se expone por una gama de obras ambos materiales y espirituales
para el otro. Si la otra persona tiene
hambre o está internado, entonces le alimentaremos o lo visitaremos por el
amor. Si está triste o expresa dudas,
entonces el amor nos moverá a alegrarle o hablarle sobre la bondad de
Dios.
Vemos a los apóstoles
poniendo el bien del otro primero en la primera lectura. No imponen la circuncisión en los gentiles
como era su costumbre entre sí mismos.
Se han dado cuenta de que la circuncisión es repugnante a aquellos que
no son acostumbrados a la práctica. Sin
embargo, insisten que el propósito de la circuncisión sea cumplido. Por mandar a los gentiles que se abstengan de
la fornicación, los apóstoles defienden la ley de la Alianza cuyo signo es la
circuncisión.
Para permitirnos hacer
obras de amor Jesús promete la ayuda más grande que se puede imaginar. Dice que a aquellos que le aman recibirán a
él y su Padre como huéspedes. No está
hablando de una visita sino de una morada permanente. Pensémonos por un momento en las amistades de
la juventud. ¡Cómo apreciábamos a
nuestros compañeros entonces! Sentíamos
tan contentos que habríamos hecho cualquiera cosa por ellos. Del mismo modo Jesús y su Padre con el
Espíritu Santo se nos acuden. Pero estos
compañeros no son nunca caprichosos. No nos
permitirán desviar del camino recto como a veces nuestros compañeros de
juventud hicieron. Más bien el Padre y el Hijo nos establecen en la justicia.
Como obsequio
para hacer frente a los retos que vienen, Jesús nos concede su paz. Esta paz es distinta de cualquier otra que se
puede experimentar. Ella no nos abandona
como el alivio del dolor una vez que la medicina se diluya en el cuerpo. Más bien su paz es tan permanente como el mar
que siempre está allí para calmar nuestras inquietudes. A lo mejor era con esta paz que un médico,
Wyatt Goldsmith, hizo tres giras de servicio en Irak y Afganistán como militar
estadounidense. Desgraciadamente en la
tercera gira Goldsmith fue matado por una granada cuando estaba tratando a un
soldado afgani herido. Goldsmith es una de los caídos en guerra que se honran
en los Estados Unidos mañana.
Las
primeras palabras de Jesús a sus discípulos la noche de su resurrección son,
“La paz esté con ustedes”. Los
discípulos estaban escondiéndose por miedo de los judíos. Ya reciben el Espíritu Santo que les traen la
paz absoluta. Pero la paz de Jesús no es
un regalo personal de modo que se pueda guardarla sólo por satisfacción propia. No, habiéndose dado la paz, los discípulos
tienen que salir del escondite. Han
recibido su misión de reconciliar al mundo con Dios. Nosotros también hemos recibido la paz con un
propósito semejante. Siendo el lugar del
Padre y del Hijo, hemos de salir del yo para hacer obras de amor por los demás.
Hemos de salir del yo para hacer obras de amor.
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