DECIMOCUARTO DOMINGO ORDINARIO
(Isaías
66:10-14, Gálatas 6:14-18; Lucas 10:1-9)
En el
primer año de su pontificado el papa Francisco escribió “La alegría del
evangelio”. Era su intento de explicar
el gran tema de sus predecesores para nuestros tiempos. El papa San Pablo VI introdujo la
“evangelización” como la esencia de la Iglesia.
El papa San Juan Pablo II hablaba de la “nueva evangelización”. Dijo que es nueva en “su ardor, sus métodos,
y su expresión”. Y el papa Benedicto
propuso la idea llamativa de “re-proponer” el evangelio. Eso es, llamar a casa a aquellos que han
dejado creer en la Iglesia.
Siguiendo
estas ideas, el papa Francisco escribió que todos los bautizados deberían
considerarse como “discípulos misioneros”.
Somos en primer lugar discípulos de Jesús siempre aprendiendo de él. Nos enseña cómo amar y cómo contar a los
demás del amor de Dios. Escuchamos en el
evangelio hoy su enseñanza más desarrollada sobre la evangelización.
Hay que
darse cuenta que esta lección es dirigida a los setenta y dos. Anteriormente Jesús dio instrucciones
similares a los doce apóstoles. Ahora
quiere incluir a todo el mundo en la misión.
Este envío de discípulos anticipa la proclamación a gentes de todas
naciones congregadas en Jerusalén el día de Pentecostés. No es necesario que seamos ricos, educados, o
bien conectados para ser incluidos. Al
contrario, Jesús quiere que sus evangelizadores “no lleven ni dinero, ni
morral, ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie”.
El
mensaje será de la paz y la alegría porque trata del amor de Dios para la
gente. Este amor no es de sueños sino de
la caridad y gracia que muestran los discípulos misioneros. Willie y Linda Sosa viven en una ciudad
pequeña al oeste de Texas. Por triente
años han atravesado el estado llevando su mensaje del amor de Dios. No tienen mucho en su casa pero si los
visitáramos, recibiríamos una taza de café con una buena escucha. Llenan a todos con la esperanza que Cristo,
el Víctor sobre todo mal, ha dado.
La
primera lectura refleja el júbilo de los evangelizadores tanto como cualquier
otro pasaje bíblico. Dice que Dios ha
convertido el luto del pueblo en alegría.
En este caso la gente se regocija del regreso de los ciudadanos de
Jerusalén del cautiverio. Nosotros
cristianos tenemos aún más para celebrar.
Cristo ha resucitado de la muerte.
Ha prometido cómo iba a volver a la vida corpórea a los muertos que lo
escuchaban.
Aunque
esto es “buena noticia”, no es aceptada así en todas partes. Después de haber hecho carrera de la
evangelización San Pablo escribe de sus dificultades. Dice en la segunda lectura que ha sido
crucificado con Cristo. En otras cartas
Pablo describe sus tribulaciones: angustias, golpes y cárceles. Todavía existen persecuciones de
cristianos. Se dice que hay más martirio
ahora que nunca en la historia. Sin
embargo, no es probable que nosotros suframos físicamente por hablar de
Jesucristo. Más bien la única pena que
tengamos por contar con los demás de Jesús es el rechazo de otras
personas. Pero ¿qué es esto en
comparación con la necesidad de nuestro tiempo para escuchar del amor de Dios
encontrado en Cristo?
¿Qué nos
da tanto gusto en ser discípulos misioneros?
Sin duda el gusto incluye la esperanza de la vida con Cristo para
siempre. También nos gozamos de estar en
la compañía de personas profundamente buenas que forman la Iglesia. Sobre todo tenemos la alegría por recibir no
solo una taza de café sino el cuerpo y sangre de Cristo. Nos gozamos por haber recibido la vida de
Cristo.