El domingo, 9 de junio de 2019


Domingo de Pentecostés

(Hechos 2:1-11; Romanos 8:8-17; Juan 20:19-23)


Si Dios es misterio, el Espíritu Santo es misterio dentro del misterio.  Aun su nombre nos perece extraordinario.  No se puede ver, oír, ni tocar un espíritu.  Tampoco se ha sido revelado mucho el Espíritu Santo en la Escritura.  En el Antiguo Testamento el espíritu de Dios es más un atributo de Dios significando su presencia que una persona con su rol propio.  Hay varias referencias al Espíritu en el Nuevo Testamento.  Pero se puede inferir de ellas que el Espíritu actúa más como un ángel que el Dios todopoderoso.  Sólo después de casi cuatro siglos de reflexión teológica que se desarrolló un entendimiento adecuado del Espíritu Santo que celebramos hoy.

Como el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo es persona de la deidad divina.  Difiere del Padre y del Hijo en que es don.  Entre el Padre y el Hijo es el don del amor y del conocimiento.  A nosotros es el don de la revelación de Dios y de la participación en Su vida.  Hemos escuchado de varios tipos de dones del Espíritu Santo – los dones propios, los frutos, y los carismas.  Ahora examinémonos que son estos dones y cómo nos ayudan.

Recordemos la lista de los dones del Espíritu Santo.  Numeran siete: sabiduría, entendimiento, ciencia, consejo, fortaleza, piedad, y temor de Dios.  Existen como comandos dentro de nosotros para mirar la realidad como Dios la ve.  Con el don de la piedad no vemos a otras personas como amigos, enemigos o extranjeros sino a todos como hijos e hijas de Dios.  Con este don tratamos a todos con respeto profundo.  Con el don de la fortaleza podemos superar el miedo en situaciones peligrosas porque sabemos que Dios nos cuida.  Aun si perecemos, sabemos que Dios nos recibirá en la gloria.  La segunda lectura da testimonio de la fortaleza.  Dice que no hemos recibido el espíritu de esclavos que nos haga de temer de nuevo, sino un espíritu de hijos.

Los carismas son dones particulares no para el individuo sino para la comunidad de la fe.  Con estos dones edificamos la Iglesia.  Hay varias listas de los carismas en las cartas del Nuevo Testamento.  Casi en todas se incluye la profecía.  Con este don la persona alienta a la gente cuando tienen que llevar a cabo un proyecto.  Los apóstoles se aprovechan de la profecía en la primera lectura.  Hablan con la fuerza para atraer a diferentes gentes a la Iglesia. La Primera Carta a los Corintios incluye la curación como un carisma.  Todos nosotros deberíamos rezar por los enfermos, pero algunos con su toque y oración tienen gran éxito en esta empresa. 

La lista de los frutos del Espíritu Santo varía según la traducción de la Biblia.  Los primeros tres nos dan un sentido adecuado de su función.  Cuando el Espíritu reside en nosotros nos llena del amor, el primer fruto.  Este es una experiencia de pies a cabeza de la misericordia de Dios.  Consciente de la misericordia de Dios, no podemos no sentir el gozo desbordante.  Finalmente, llenos del amor y el gozo no queremos nada más; por eso, tenemos la paz.  Es el sentimiento que tienen los discípulos cuando se dan cuenta que verdaderamente ven a Jesús resucitado en el evangelio.

El Catecismo de la Iglesia alista varios símbolos para el Espíritu Santo como la unción, el fuego, y la paloma.  Tal vez el primer símbolo en la lista, el agua, nos ayuda lo mejor entender la realidad.  Como la vida natural vino de las aguas primordiales, la vida espiritual se origina con el Espíritu Santo.  Finalmente como el agua nos quita de la mugre de la tierra, el Espíritu nos purifica del pecado.  Como decimos en la profesión de fe: “creo en el Espíritu Santo”.

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