VIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO
(Jeremías
38:4-6.8-10; Hebreos 12:1-4; Lucas 12:49-53)
Estamos
acostumbrados de pensar en el fuego como devastador. Cada año las noticias muestran incendios
destruyendo casas tanto como bosques. En
estos casos el fuego resulta en ambas la miseria humana y la erosión de la
tierra. Pero el fuego puede llevar
beneficios también. Los guardabosques se
aprovechan de quema controlada para limpiar material combustible
acumulado. En el evangelio hoy Jesús
dice que ha venido a traer fuego a la tierra.
Tememos que este fuego sea dañino pero puede tener un gran beneficio
para nosotros.
Si la
imagen de Jesús trayendo el fuego no nos molesta, la idea de él sembrando
semillas de división lo hará. Dice que dividirá
familias y comunidades. Lo hará por
volcar los modos de pensar equivocados.
A veces estos modos que necesitan de cambiarse no son patentemente
nefastos. De hecho la mayoría los
aceptan como naturales, pero no los consideran así los discípulos de
Jesús. Hay muchas ideas equivocadas pero
vamos a enfocarnos sólo en tres.
Muchos
piensan que el éxito en la vida depende de tener una carrera que con gran
salario. Por esta razón la competición
de entrar en escuelas de medicina es particularmente fuerte. No solo ganan los médicos cuatro veces más
que los demás trabajadores sino también son muy estimados por el público. Pero Jesús nos dice algo distinto sobre
salarios y fama. Recuerda a sus
discípulos que vale nada ganar el mundo si pierde a si mismo (Lucas 9,25). Un poema habla de un caballero con tanto
encanto, dinero, y buenas miradas que todo el mundo le admiraba. Sin embargo, tenía un corazón duro. Termina el poema por decir que este hombre
regresó a casa una tarde y puso una bala en su cabeza. Una vida exitosa no es cuando la persona tiene un salario
siempre creciendo sino cuando él crece un buen carácter. Eso es, cuando la persona no odia a nadie y
trata a todos con la justicia.
Otro
error que muchos interiorizan hoy es pensar que el sexo es necesario para ser
feliz. Sí el sexo entre los matrimonios
tiene muchos beneficios que incluyen el placer y el sentido de la
intimidad. Pero muchos viven felices sin
el sexo. Pueden ser solteros,
religiosas, aún los matrimonios que por una razón u otra no tienen relaciones
sexuales. Si la persona busca el sexo
principalmente por la satisfacción carnal, más tarde o más temprano estará
decepcionada. Provee el sexo un placer
pasajero que siempre anhela más. La
felicidad, en contraste, es producto de hacer sacrificios para alcanzar una
meta que vale. No disipa pronto el
sentido de la felicidad. De hecho, porque es compartida con otras personas, queda
por mucho tiempo. Jesús prohíbe la
lujuria (Mateo 5,27), el constante deseo para relaciones sexuales.
Hay una
tendencia, realmente lamentable, de minimizar el valor de los sacramentos. Muchos católicos – por ejemplo - opinan ya
que la Eucaristía no es verdaderamente el cuerpo de Cristo. Esta gente no reconoce el poder de los
sacramentos para salvarnos. Piensa que
no importan mucho. Tenemos que admitir
que el Espíritu Santo entrega la gracia de la salvación como él vea
apropiado. Sin embargo, Jesús fundó los
sacramentos como los medios ordinarios de la salvación. ¿Qué es la salvación? Al principio del Evangelio de San Lucas,
Simeón sosteniendo al bebé Jesús en sus brazos, reza a Dios. Dice: “’Ahora,
Señor, tu promesa está cumplida: puedes dejar que tu siervo muera en paz,
porque ya he visto la salvación…’” La salvación es ser como Jesús: libre de
pecado y empeñado a darse en el amor. En
cada sacramento encontramos a Jesús
ayudándonos vivir el propósito del sacramento particular. En la Eucaristía, por ejemplo, lo encontramos
como la comida que nos nutre para vivir como santos.
En el
evangelio hoy Jesús habla también del bautismo que va a sufrir en
Jerusalén. Está refiriendo a su pasión,
muerte, y resurrección. Como dice la
segunda lectura, recordando este evento nosotros tenemos la fortaleza para sufrir
las pruebas de nuestras propias vidas.
Sí nos cuesta vivir contrario a las ideas de la mayoría. Sin embargo, estamos en buena compañía cuando
lo hacemos. Allí se encuentran a Jesús
mismo y también “la multitud de antepasados nuestros” como lo expresa la
segunda lectura. Vale la pena estar con ellos.
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