VIGÉSIMO PRIMERO DOMINGO ORDINARIO
(Isaías
66:18-21; Hebreos 12:5-7.11-13; Lucas 13:22-30)
Una vez
un evangélico y un católico estaban platicando.
Dijo el evangélico: “Si yo no supiera que era salvado, no podría
levantarme en la mañana”. Respondió el
católico: “Si yo sabía que era salvado, no me levantaría de la cama en la
mañana”. Los dos puntos de vista son
válidos. Y los dos también llevan
peligro. El evangelio hoy nos ayuda
entender por qué.
A los
evangélicos les gusta decir que son “salvados”.
Quieren decir que tienen la fe en Jesucristo, los medios y el fin de la
salvación. Alcanzaron esta fe por un
encuentro con el Señor Jesús. Ahora
viven confiados y entusiasmados acerca de la vida eterna. Hace poco un mayor cristiano no católico me
habló de su misión con su iglesia. Dijo
que va con frecuencia al África para construir casas y templos por la gente
allá. No se jactaba. Me contó el hecho como si fuera algo tan
ordinario como tomar el café en la mañana.
Parece que este hombre reconoce la gracia del Señor a trabajo en
él. Por eso, puede decir: “Soy
salvado”.
Sin
embargo, por reclamar la salvación, los evangélicos corren el riesgo de la
presunción. Eso es, pueden presumir de
ser salvados cuando no es cierto. Si no
aman a los demás sincera y palpablemente, no son salvados. Aunque oren constantemente, sin el verdadero
amor nada les sirve por la salvación. Es
lo que pasa con el grupo en la parábola del evangelio hoy. Se encuentran fuera de la casa aunque han
“comido y bebido” con el dueño. Estas
palabras indican la participación en la Eucaristía. Sin embargo, no han seguido
al Señor de verdad. Pues el seguimiento
de Jesús significa darse al otro en el amor.
Muchos
católicos tienen la misma falta. No
hacen nada para probar su amor para los demás.
Sin embargo, la Iglesia hace hincapié en la necesidad de hacer obras de
caridad. Desde la niñez hemos escuchado
de tanto las obras corporales como espirituales de la misericordia. El otro día encontré un grupo de exalumnos de
una universidad católica distribuyendo comidas a los necesitados. Seguramente 95 por ciento de este grupo eran
católicos con plena conciencia del dicho de Jesús “cuando tenía hambre, me
dieron de comer”.
Creo que
nosotros católicos seamos más inclinados al otro tipo de error. A menudo nos olvidamos de la profundidad del
amor de Dios para nosotros. Cumpliendo
las muchas reglas de la Iglesia nos hacemos desilusionados. Nos preguntamos si vamos a realizar la
salvación. Cuestionamos aun si existe la
vida eterna. Entonces nos volvemos nuestra atención de Dios a buscar nuestra
propia felicidad. Perdemos la confianza que Dios nos cuidará y además el anhelo
para la vida eterna.
Por
supuesto tenemos que preguntar si todas las reglas de la Iglesia son
necesarias. ¿Es cierto que tenemos que
asistir en la misa todo domingo? ¿Es
realmente malo tener relaciones con su novio antes den casarse? Que no nos
olvidemos que la salvación - la vida eterna – es para aquellos que se han conformado
con Cristo. Es una entrega completa del
yo para el bien del otro como Jesús en el camino a Jerusalén. No se logra con buenas intenciones y unos
días de sacrificio. Más bien requiere
una vida dedicada a los modos del Señor.
Por eso la segunda lectura nos alienta: “…robustezcan sus manos cansadas
y sus rodillas vacilantes…”
Se ha
dicho que aquellos que dicen que el puesto del sol es más bello que el levanto
del sol nunca se han levantado en la madrugada para verlo. Para nosotros cristianos el levanto del sol
es siempre nuestro Señor Jesucristo. Él
nos da la confianza de la vida eterna.
Él nos dejó las reglas para alcanzarlo.
Queremos conformarnos a él para realizar sus promesas. Sobre todo queremos realizar sus promesas.
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