El domingo, 25 de agosto de 2019


VIGÉSIMO PRIMERO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 66:18-21; Hebreos 12:5-7.11-13; Lucas 13:22-30)

Una vez un evangélico y un católico estaban platicando.  Dijo el evangélico: “Si yo no supiera que era salvado, no podría levantarme en la mañana”.  Respondió el católico: “Si yo sabía que era salvado, no me levantaría de la cama en la mañana”.  Los dos puntos de vista son válidos.  Y los dos también llevan peligro.  El evangelio hoy nos ayuda entender por qué.

A los evangélicos les gusta decir que son “salvados”.  Quieren decir que tienen la fe en Jesucristo, los medios y el fin de la salvación.  Alcanzaron esta fe por un encuentro con el Señor Jesús.  Ahora viven confiados y entusiasmados acerca de la vida eterna.  Hace poco un mayor cristiano no católico me habló de su misión con su iglesia.  Dijo que va con frecuencia al África para construir casas y templos por la gente allá.  No se jactaba.  Me contó el hecho como si fuera algo tan ordinario como tomar el café en la mañana.  Parece que este hombre reconoce la gracia del Señor a trabajo en él.  Por eso, puede decir: “Soy salvado”. 

Sin embargo, por reclamar la salvación, los evangélicos corren el riesgo de la presunción.  Eso es, pueden presumir de ser salvados cuando no es cierto.  Si no aman a los demás sincera y palpablemente, no son salvados.  Aunque oren constantemente, sin el verdadero amor nada les sirve por la salvación.  Es lo que pasa con el grupo en la parábola del evangelio hoy.  Se encuentran fuera de la casa aunque han “comido y bebido” con el dueño.  Estas palabras indican la participación en la Eucaristía. Sin embargo, no han seguido al Señor de verdad.  Pues el seguimiento de Jesús significa darse al otro en el amor.

Muchos católicos tienen la misma falta.  No hacen nada para probar su amor para los demás.  Sin embargo, la Iglesia hace hincapié en la necesidad de hacer obras de caridad.  Desde la niñez hemos escuchado de tanto las obras corporales como espirituales de la misericordia.  El otro día encontré un grupo de exalumnos de una universidad católica distribuyendo comidas a los necesitados.  Seguramente 95 por ciento de este grupo eran católicos con plena conciencia del dicho de Jesús “cuando tenía hambre, me dieron de comer”.

Creo que nosotros católicos seamos más inclinados al otro tipo de error.  A menudo nos olvidamos de la profundidad del amor de Dios para nosotros.  Cumpliendo las muchas reglas de la Iglesia nos hacemos desilusionados.  Nos preguntamos si vamos a realizar la salvación.  Cuestionamos aun si existe la vida eterna. Entonces nos volvemos nuestra atención de Dios a buscar nuestra propia felicidad. Perdemos la confianza que Dios nos cuidará y además el anhelo para la vida eterna.

Por supuesto tenemos que preguntar si todas las reglas de la Iglesia son necesarias.  ¿Es cierto que tenemos que asistir en la misa todo domingo?  ¿Es realmente malo tener relaciones con su novio antes den casarse? Que no nos olvidemos que la salvación - la vida eterna – es para aquellos que se han conformado con Cristo.  Es una entrega completa del yo para el bien del otro como Jesús en el camino a Jerusalén.  No se logra con buenas intenciones y unos días de sacrificio.  Más bien requiere una vida dedicada a los modos del Señor.  Por eso la segunda lectura nos alienta: “…robustezcan sus manos cansadas y sus rodillas vacilantes…”

Se ha dicho que aquellos que dicen que el puesto del sol es más bello que el levanto del sol nunca se han levantado en la madrugada para verlo.  Para nosotros cristianos el levanto del sol es siempre nuestro Señor Jesucristo.  Él nos da la confianza de la vida eterna.  Él nos dejó las reglas para alcanzarlo.  Queremos conformarnos a él para realizar sus promesas.  Sobre todo queremos realizar sus promesas.

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