EL TERCER DOMINGO DE CUARESMA
(Éxodo
17:3-7; Romanos 5:1-2.5-8; Juan 4:5-42)
En la
Pasión según San Juan, Jesús grita de la cruz: “Tengo sed”. Hay varias interpretaciones de esta frase. La
Madre Teresa evidentemente la escuchó como el clamor de los pobres para el
socorro. Al menos se ve la frase en la
pared de la capilla en los conventos de sus Misioneras de Caridad. Una interpretación más tradicional tiene a
Jesús declarando que tiene sed para las almas.
En el evangelio hoy encontramos a Jesús diciendo palabras semejantes con
esta segunda intención en mente.
Jesús
cuenta a la samaritana: “’Dame de beber’”.
Él está cansado y tiene sed. Pero
su mayor preocupación es por la mujer.
Sabe que ella tiene una sed aún más fuerte. Pero su sed no es para el agua común. Por eso, Jesús le dice: “’Si conocieras…quién
es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua
viva.’” ¿Qué tipo de sed tiene la
samaritana que quiera “agua viva”?
De la
conversación entre los dos, podemos distinguir tres necesidades que ella quiere
satisfacer. En primer lugar, su trabajo
es duro. Tiene que sacar el agua del
pozo a lo mejor todos los días por cocinar, por lavar, y por dar de beber a la
familia y los animales. Un manantial de
agua rebosante aliviaría mucho su vida.
Más que esto, pero, tiene sed de poner en orden su vida. Con la insistencia de Jesús admite que ha
tenido cinco maridos y ahora vive con un hombre que no es su marido. De algún modo tiene que instalarse con la
persona que es su esposo legítimo. Sobre
todo, la mujer tiene sed para conocer al Mesías, el que “’dará razón de
todo’”. Como cada persona humana ella quiere
una relación confiable con aquel que puede salvar su vida de la aniquilación.
Deberíamos
ver nuestros tipos de la sed como semejantes a las de la samaritana. También nosotros tenemos necesidades
físicas. Por las últimas tres semanas el
mundo entero se ha preocupado mucho del virus corona. Y ciertamente todo el mundo tiene sus propias
necesidades personales. Como con la
mujer al pozo, hay desordenes en nuestras vidas que requieren la atención.
Algunos de nosotros llevamos rencor con una persona del pasado – tal vez un
ex–esposo que le trató mal o un jefe que le quitó el trabajo. Queremos sanar tales faltas que hacen
difíciles nuestras vidas. Finalmente, igual como la samaritana queremos conocer
al Salvador. Queremos ponernos más
seguros de su cuidado particularmente en la hora de nuestra muerte.
Por
supuesto el “agua viva” que Jesús ofrece a la mujer es más que agua de un
manantial. Diríamos nosotros que es
nombre para la gracia, el efecto del Espíritu Santo en nuestras vidas. Con la gracia podemos satisfacer todas las
necesidades legítimas. La gracia alumbra
la mente para tomar las precautelas que evitan todo peligro. La gracia nos suple también la humildad para
perdonar a aquellos que nos han hecho mal o, al menos, rezar por su
conversión. A menudo no es la timidez
sino el orgullo que impiden mejoramiento en relaciones personales.
San
Pablo nos asegura en la segunda lectura hoy que no hay razón de dudar la
presencia de Cristo. Está allí porque su
gracia ha inundado nuestros corazones.
Podemos recurrir a esta gracia cuando nos sentimos particularmente
cargados con problemas. Esta gracia nos
proveerá la paz en nuestros últimos días para preparar a encontrar al Señor
cara a cara.
Hoy los
elegidos para el Bautismo esta Pascua están tomando el primer escrutinio. Este rito es para sanar todo lo débil de las
personas y fortalecer todo lo honrado.
Al final del rito el sacerdote reza que ellos no más tengan “vana
confianza en sí mismos” sino que sigan a Cristo a la salvación. Es lo que nos enseña la historia de la samaritana
buscando agua viva. Que no más
recurramos a nuestras propias fuerzas sino que confiemos en la gracia de Cristo.
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