QUINTO DOMINGO DE CUARESMA
(Ezequiel
37:12-14; Romanos 8:8-11; Juan 11:1-45)
El mundo entero sigue
buscando las señales de la enfermedad.
Si tenemos fiebre, tos, o dificultad de respirar, es posible que hayamos
contratado la Corona-19. Hemos de
consultar a médico y de ponernos en cuarentena inmediatamente. Mientras estas señales conllevan amenazas a
la vida, vemos señales de esperanza en las lecturas hoy.
En la primera lectura
Ezequiel ve los sepulcros abriéndose y los muertos saliendo para repoblar
Jerusalén. El profeta está con los
judíos desplazados en Babilonia. Han
experimentado años de miseria como sujetos.
Sienten completamente desanimados.
La visión de Ezequiel renueva sus esperanzas. Ya saben que no son perdidos. Más bien Dios tiene un futuro brillante para
ellos en su tierra propia. Sólo tienen
que arrepentirse de sus pecados.
San Pablo también ve
una señal de esperanza. Además de los
retos comunes de la vida los cristianos en Roma han sufrido persecuciones por
Cristo. Sin embargo, han mantenido el
amor mutuo que señala la presencia del Espíritu Santo. Se conducen como el equipo de deportes que no
tiene a ninguno que sobresalga sino cada uno da cien por ciento. No van a perder muchos partidos. Ni van a ser desgarrados por las rivalidades
internas.
Se llama la primera
mitad del Evangelio según San Juan el “Libro de Señales”. Las señales indican al lector el plan de Dios
para el mundo. Hemos visto dos de estas
señales en los últimos dos domingos. En el
pasaje de la samaritana en el pozo, Jesús presenta a sí mismo como fuente del
agua viva. El agua natural nos purifica de las mugres de la tierra. Pero el agua viva, que es señal para la gracia del
Espíritu Santo, nos perdona los pecados.
Entonces en el evangelio del domingo pasado Jesús se identifica como “la
luz del mundo”. Por esta luz el ciego
llega a ver no solo el mundo alrededor sino también a Jesús como el
salvador. La luz, por eso, sirve como
señal de la fe por la cual vemos realidades imperceptibles a los ojos.
La mayor señal en todo
el Evangelio de Juan se encuentra en el evangelio hoy. Jesús resucita al muerto Lázaro de entre los
muertos. Este acto significa que él es,
como dice a Marta, “la resurrección y la vida”.
El alto de actividades por las últimas dos semanas atestigua al terror
de la muerte que existe entre la gente.
Por la mayor parte el mundo entero ha dejado sus sustentos, sus
compañeros, y sus pasatiempos. No quiere
someterse al riesgo de la muerte. Por
eso, está tomando las precauciones necesarias para evitar el virus. Pero más temprano o más tarde vendrá el
tiempo para cada uno a morir. Entonces
contaremos con Jesús para restaurarnos la vida en la resurrección. Por eso, adherimos a él ahora.
Hay una historia que
ilustra nuestro apego al Señor Jesús.
Una vez un rey estaba cruzando el desierto con una caravana trayendo las
riquezas de su reino. Entonces un
camello cargando un baúl de joyas preciosas tropezó y cayó al suelo. El baúl se rompió derramando las joyas en la
arena. Viendo el alboroto que hacían sus
seguidores sobre el recogido de la carga, el rey procedió adelante sólo. Después de viajar unos kilómetros sentía la
presencia de otra persona siguiéndolo.
Cuando se volteó para ver quién era, vio uno de sus sujetos. Dijo el sujeto que prefería estar con el rey
que con sus riquezas. Así somos nosotros
en ambas la vida o la muerte. Queremos
estar con Jesús.
Estamos entrando la
semana anterior de la gran conmemoración de nuestra salvación. Ya es tiempo para sobresalir entre la gente por
el amor mutuo. Que evitemos el
virus. Que aseguremos que los pobres
tengan sustento. Que apeguemos más que
nunca a Jesucristo.
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