El domingo, 29 de marzo de 2020

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

(Ezequiel 37:12-14; Romanos 8:8-11; Juan 11:1-45)


El mundo entero sigue buscando las señales de la enfermedad.  Si tenemos fiebre, tos, o dificultad de respirar, es posible que hayamos contratado la Corona-19.  Hemos de consultar a médico y de ponernos en cuarentena inmediatamente.  Mientras estas señales conllevan amenazas a la vida, vemos señales de esperanza en las lecturas hoy.

En la primera lectura Ezequiel ve los sepulcros abriéndose y los muertos saliendo para repoblar Jerusalén.  El profeta está con los judíos desplazados en Babilonia.  Han experimentado años de miseria como sujetos.  Sienten completamente desanimados.  La visión de Ezequiel renueva sus esperanzas.  Ya saben que no son perdidos.  Más bien Dios tiene un futuro brillante para ellos en su tierra propia.  Sólo tienen que arrepentirse de sus pecados.

San Pablo también ve una señal de esperanza.  Además de los retos comunes de la vida los cristianos en Roma han sufrido persecuciones por Cristo.  Sin embargo, han mantenido el amor mutuo que señala la presencia del Espíritu Santo.  Se conducen como el equipo de deportes que no tiene a ninguno que sobresalga sino cada uno da cien por ciento.  No van a perder muchos partidos.  Ni van a ser desgarrados por las rivalidades internas. 

Se llama la primera mitad del Evangelio según San Juan el “Libro de Señales”.  Las señales indican al lector el plan de Dios para el mundo.   Hemos visto dos de estas señales en los últimos dos domingos.  En el pasaje de la samaritana en el pozo, Jesús presenta a sí mismo como fuente del agua viva. El agua natural nos purifica de las mugres de la tierra.  Pero el agua viva, que es señal para la gracia del Espíritu Santo, nos perdona los pecados.  Entonces en el evangelio del domingo pasado Jesús se identifica como “la luz del mundo”.  Por esta luz el ciego llega a ver no solo el mundo alrededor sino también a Jesús como el salvador.  La luz, por eso, sirve como señal de la fe por la cual vemos realidades imperceptibles a los ojos.

La mayor señal en todo el Evangelio de Juan se encuentra en el evangelio hoy.  Jesús resucita al muerto Lázaro de entre los muertos.  Este acto significa que él es, como dice a Marta, “la resurrección y la vida”.  El alto de actividades por las últimas dos semanas atestigua al terror de la muerte que existe entre la gente.  Por la mayor parte el mundo entero ha dejado sus sustentos, sus compañeros, y sus pasatiempos.  No quiere someterse al riesgo de la muerte.  Por eso, está tomando las precauciones necesarias para evitar el virus.  Pero más temprano o más tarde vendrá el tiempo para cada uno a morir.  Entonces contaremos con Jesús para restaurarnos la vida en la resurrección.  Por eso, adherimos a él ahora.

Hay una historia que ilustra nuestro apego al Señor Jesús.  Una vez un rey estaba cruzando el desierto con una caravana trayendo las riquezas de su reino.  Entonces un camello cargando un baúl de joyas preciosas tropezó y cayó al suelo.  El baúl se rompió derramando las joyas en la arena.  Viendo el alboroto que hacían sus seguidores sobre el recogido de la carga, el rey procedió adelante sólo.   Después de viajar unos kilómetros sentía la presencia de otra persona siguiéndolo.  Cuando se volteó para ver quién era, vio uno de sus sujetos.  Dijo el sujeto que prefería estar con el rey que con sus riquezas.  Así somos nosotros en ambas la vida o la muerte.  Queremos estar con Jesús.

Estamos entrando la semana anterior de la gran conmemoración de nuestra salvación.  Ya es tiempo para sobresalir entre la gente por el amor mutuo.  Que evitemos el virus.  Que aseguremos que los pobres tengan sustento.  Que apeguemos más que nunca a Jesucristo.

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