El domingo, 22 de marzo de 2020


EL CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

(Samuel 16:1-6.10-13; Efesios 5:8-14; Juan 9:1-41)

Se llama el siglo dieciocho el “siglo de las luces”. Marcó el principio de investigaciones científicas.  El grande físico Isaac Newton murió en 1727.  En 1776 James Watt introdujo la máquina de vapor que hizo posible la revolución industrial.  También durante el “siglo de las luces” muchos pensadores querían descartar la religión como campo de tinieblas.  Dijeron que si no se puede comprobar las creencias con experimentos, no valen.

Cuando se habla de luces, nosotros pensamos en una persona no de una época.  En el evangelio hoy Jesús llama a sí mismo “la luz del mundo”.   Sus enseñanzas nos han iluminado el camino fuera del pantano de codicia y lujuria en que nos encontramos.  Su gracia nos dirige a la comunión con Dios, nuestro Creador.  En este evangelio Jesús, la luz eterna, enciende la luz en un hombre que supuestamente no es capaz de mantenerla.

Jesús se manifiesta como luz en varias maneras.  Primero, corrige el concepto equivocado que la debilidad del hombre nacido ciego resulte del pecado.  No – dice Jesús -- ni él ni sus padres fueron responsables por su incapacidad de ver.  Jesús va a mostrar como este hombre, aunque es ciego, ve mejor que la mayoría de personas.

De nuevo Jesús se muestra a sí mismo como luz cuando cura al ciego con el lodo hecho de saliva.  No permite que el hecho que es sábado destruya la oportunidad de hacerlo íntegro.  Jesús no quiere decir que se puede hacer lo que le dé la gana al sábado.  Pero si la obra le lleva al hombre al aprecio de Dios, está bien.

Aún más Jesús se prueba como luz cuando llama al hombre a ser discípulo suyo.   Muchos con la vista no pueden ver más allá que su pan diario.  Viven para satisfacer los deseos más rudimentarios. Otros no pueden ver más allá que casa, coche y el sueño de hacer crucero cada año.  Viven para tener una vida cómoda y duradera.  Pero nosotros junto con este hombre reconocemos un destino eterno.  Cargando nuestra cruz detrás de Jesús vivimos para ver a Dios, que nos dará la felicidad sin fin. 

Una vez más Jesús se presenta como luz del mundo.  En su confrontación con los fariseos los critica por tener mentes cerradas.  Piensan que tienen razón porque las Escrituras prohíben el trabajo al sábado.  No quieren ver que Jesús tiene aún más autoridad que las Escrituras.  Siguen viéndolo como una amenaza al bien común a pesar del hecho que siempre muestra la misericordia característica de Dios.

En la primera lectura se dice que Dios no ve según las apariencias sino que se fija en los corazones.  Nosotros no podemos ver el corazón de otras personas como Dios.  Pero podemos ver con el corazón que es característico de Dios.  Es lo que Jesús quiere decir cuando dice que ha venido “’para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos’”.   Cuando reconocemos una vida humana en el feto, vemos con el corazón.  Cuando nos protegemos del virus corona-19 para que los débiles no lo contraten de nosotros, vemos con el corazón.  Cuando compartimos de nuestra riqueza  con los necesitados, vemos con el corazón.  Este es el modo de Jesucristo a través de los evangelios.  Esto es lo que él pide de nosotros, sus discípulos.

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