EL VIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO
(Isaías
56:6-7; Romanos 11:11-15.29-32; Mateo 15:21-28)
Una
mujer cuenta de su experiencia criando a su hija. La niña nació con el síndrome
Wolf-Hirschhorn. Niños con esta
enfermedad tienen cabezas pequeñas y ojos protuberantes. También experimentan retrasos de desarrollo. Cuando los médicos le dijeron a la mujer que
su bebé era anormal, ella sólo quería que de algún modo se pusiera normal. En tiempo aprendió rechazar este blanco
falso. Se determinó que haría todo
posible para que su hija desarrollara lo mejor que pudiera. En el evangelio hoy encontramos a una mujer
con disposición semejante. La cananea es
determinada a hacer todo posible para ayudar a su niña.
A Jesús
la mujer viene gritando: “’Señor, hijo de David, ten compasión de mí’”. Aunque no es judía, ella reconoce a Jesús
como el Mesías de Israel con poderes divinos.
El amor para su hija le mueve a postrarse ante él. Entonces le pide a Jesús que le expulse el
demonio atormentando a su hija. Nosotros
hoy día pedimos a Cristo algo semejante.
Queremos que Cristo nos acompañe durante la prueba de Covid. Particularmente, queremos que él proteja a
nuestros niños mientras regresan a sus estudios.
Nadie
duda que la mayoría de los niños aprenden mejor en la escuela con sus maestras
que en la casa con el Internet. Pero hay
diferentes opiniones sobre el riesgo de asistir en clases en persona. ¿Contraerán los niños y las maestras el
virus? Si lo contraen ¿morirán de
ello? No se sabe con certeza. Jesús muestra la misma incertidumbre cuando
responde a la mujer. Sabe que su misión
es reconstituir las tribus de Israel con personas responsivas al amor de
Dios. En lugar de despedir a la mujer
como sugieren sus discípulos, le explica su dilema con una parábola. Le dice
que sanando a su hija sería como echando a los perros el pan de los niños.
La mujer
no se da por vencida. Su fe en Jesús es
sobrepasada sólo por su amor para su hija.
Ella responde aprovechándose del dicho de Jesús. Dice que los perros valen las migajas de sus
amos. En otras palabras, Dios ama a los
no judíos junto con los judíos. La mujer
está dando eco al profeta en la primera lectura. Los justos, sean judíos o no
judíos, merecen puestos en la casa del Señor.
Como la cananea, nosotros no deberíamos dejar pidiendo al Señor el apoyo
en la cuestión de la escuela. Es preciso
que los niños aprendan este año después de haber perdido tres meses en las
aulas el año pasado.
El Señor
no va a abandonarnos. Podemos contar con
Él. Vamos a ver a los niños saliendo de
esta crisis bien. Dios tiene más modos
de ayudarlos que se puede imaginar. Nuestro papel es rezar con la insistencia y
actuar con la sabiduría. Ciertamente la cananea experimenta la bondad de
Jesús. Escucha a Jesús pronunciar las
palabras que ella anhelaba oír: “’Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo
que deseas’”.
La fe de
la mujer se ha probado grande. Por razón
de esta fe, su amor expandirá también.
Acudiendo a Jesús, ella tendrá que aceptar lo que él enseña sobre el
amor por los demás. Su amor para su niña
crecerá en preocupación por todos los niños del mundo. Es donde nos encontramos hoy. En lugar de pensar sólo en lo que sea lo
mejor para mi familia, nos falta considerar el bien común. En algunos sectores puede ser que lo mejor es
conducir las clases virtuales. En otros
puede ser clases en persona o una combinación de los dos medios. De todos modos, nuestro amor estará
transcendiendo el círculo cerrado del yo cuando aceptemos lo que los sabios
deciden como lo mejor para todos.
¿Qué es
la fe en Jesucristo? ¿Es la convicción
sobre lo que él enseña en los evangelios?
¿Es la confianza en su poder para salvar? A lo mejor es estas dos cualidades
combinadas. Sin embargo, podemos
describir la fe tanto más eficaz como más sencillamente. Es la cananea gritando a Jesús: “’Señor, hijo
de David, ten compasión de mí’”.
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