El domingo, 30 de agosto de 2020


EL VIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO

(Jeremías 20:7-9; Romanos 12:1-2; Mateo 16:21-27)


El padre Santiago Martín es periodista español. Toda semana hace un video comentando sobre sucesos en la Iglesia católica.  Siempre muestra gran afecto para la comunidad de fe y perspicacia profunda en el mundo hoy.

Recientemente el padre Martín comentó sobre el reporte que la mayoría de los jóvenes se sienten desequilibrados en este tiempo de pandemia.  Es tan fuerte este sentido que una cuarta parte de los jóvenes de dieciocho a veinte y cuatro años en los Estados Unidos han pensado seriamente en el suicidio.  Según el padre la desesperanza que tienen los jóvenes es causada, al menos en parte, por los mayores de hoy.  Los adultos glorifican la juventud tanto que los jóvenes no quieran hacerse mayores.  Los adultos no sólo se visten como los jóvenes llevando pantalones de vaquero y camisetas en público sino también imitan sus valores.  No es raro escuchar de una persona mayor cohabitando con su novia o novio.  Ni es inaudito que adultos echen sus responsabilidades de la familia para vivir como jóvenes no casados.  El padre Martín cree que los jóvenes no quieren ser adultos porque los adultos sólo quieren volverse a jóvenes.  Entonces, la única cosa que ven en el futuro es la frustración que resulta por hacerse mayores.  No hay que decir que padre Martín se acuerde con la segunda lectura.

En ella San Pablo exhorta a la comunidad cristiana en Roma: “No se dejen transformar por los criterios de este mundo”.  Tiene en mente especialmente el sexo promiscuo que ha sido un tropiezo para los hombres en todas épocas. En el principio de la carta Pablo enumera los pecados del mundo.  Además del sexo libertino hay “injusticia, perversidad, codicia, maldad”. Se puede ver las mismas tendencias descarriadas en nuestra sociedad.  Según los criterios de nuestro mundo, el sexo es lo que le hace la persona feliz.  Para tener éxito en la vida, hay que acumular una fortuna y gastarla como le dé la gana.  Del mundo de los deportes viene el criterio de ganar como la cosa más importante en la vida.

Pero no es que todos acepten estos criterios.  En el periódico hace poco apareció la historia de un anciano de noventa y tres años.  Este hombre se mudó en un asilo de ancianos, aunque tiene buena salud.  Quería ayudar a su esposa de setenta años internada en el asilo porque tiene Alzheimer.  Con la pandemia él no había podido visitarla.  Entonces ella dejó de comer que impulsó la decisión de él que, en lugar de dejarla morir, él residiría en el asilo.  Ahora tres veces por día el hombre le da de comer a su esposa.  Ella le ha respondido, no con palabras sino con la voluntad de seguir viviendo.  

San Pablo continua su exhortación a los romanos por decirles: “… dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente”. Esto es lo que hizo el anciano y es lo que tenemos que hacer nosotros.  Cuando Jesús nos dice en el evangelio hoy que renunciemos a nosotros mismos, que tomemos nuestra cruz y que lo sigamos, no está pidiendo que vayamos a la África como misioneros. No, parecidos al anciano cumpliendo su voto matrimonial por cuidar a su esposa, Jesús quiere que seamos fieles a nuestros compromisos cristianos.  Quiere que seamos justos en nuestros asuntos con los demás y particularmente cuidadosos de nuestras familias. 

El evangelio termina con Jesús haciendo un compromiso.  Dice que al final del mundo vendrá para recompensar a sus discípulos según sus méritos.  Esto es el mensaje que queremos a pasar a los jóvenes de hoy en día.  Lo mejor no es lo que estén viviendo ahora sino la gloria que Jesús nos promete. Es cierto que tomando nuestra cruz como Jesús parece duro.  Pero en realidad no es desagradable porque tenemos a Jesús como compañero.  Además, tenemos un futuro aún más gozoso. Vamos a habitar con él en la gloria.

No hay comentarios.: