EL DECIMONOVENO DOMINGO ORDINARIO
(I Reyes
19:9.11-13; Romanos 9:1-5; Mateo 14:22-33)
Se
esperaba que los fieles regresaran a la misa después del confinamiento. Por supuesto, algunos lo han hecho. Pero no tantos somo los obispos imaginaban. La gente no llena ni una cuarta parte de los
templos in muchos casos. Mucho menos
crean la necesidad de añadir misas como una vez se esperaba. Puede ser que la gente se sienta muy temerosa
con el virus. Pero también es posible
que a muchos les falte una fe viva en la Eucaristía. Ahora que no es obligatorio asistir en la
misa, no vienen. De todos modos, en el
evangelio hoy Jesús similarmente ve en Pedro una falta de fe.
Con este
relato el evangelista Mateo no solo recuerda de un acontecimiento en la vida de
Jesús. También está contando la
experiencia de la Iglesia después su muerte.
Que miremos las palabras que usa Mateo para contar su historia. "La barca" siempre ha sido símbolo
de la Iglesia mientras "la noche" es signo primordial del mal. "Las olas" sacudiendo la barca es
una manera de describir la muerte amenazando las vidas cristianas. Sabemos que
los cristianos en los primeros tres siglos después de Cristo eran
constantemente perseguidos. Mateo nos
retrata su situación con este pasaje.
Jesús
viene a socorrer a sus discípulos. Es
instructivo cómo él se identifica a sí mismo.
Dice: “Soy yo” como Dios se identifica a sí cuando va a rescatar al
pueblo Israel oprimido en Egipto. El
Evangelio de San Mateo está brindando la fe en Jesús como Dios.
Pedro lo
reconoce así. “'Señor'” – dice –
“'mándame ir a ti caminando sobre el agua'”.
Cuando lo llama, Pedro se emprende a caminar sobre las olas. Entonces se hace temeroso y comienza a
hundir. Tiene la fe, pero no es
perfecta. Jesús lo llama, “’Hombre de
poca fe’”. Es una fe que falta la
valentía, que no quiere sufrir, que cree solo cuando no le llama a arriesgarse.
En
nuestro tiempo la “poca fe” es distinta.
Muchas personas a pesar de que son bautizados tienen poca creencia en la
Eucaristía y otros principios de la fe.
Están distraídos por los bienes que nos rodean. Tienen la ciencia para extender sus vidas
hasta noventa aun cien años. Tienen
casas y carros, pasatiempos y celulares.
Distraídos por todos estos bienes, no piensan mucho en Dios, el Creador,
ni en Jesucristo, que nos revela Su voluntad.
Tenemos
que preguntar: “¿Quién dio origen a todos los bienes de que nos
aprovechamos?” Otra pregunta indicada
es: “¿Qué es la voz muy dentro de nosotros que nos recuerda de otras personas en
nuestras comunidades y aún en nuestras familias que no tienen estos bienes? En la primera lectura Elías encuentra a Dios
en “el murmullo de una brisa”. Nosotros
lo encontramos en el murmullo de nuestra conciencia.
Como
siempre, Dios nos salva de la precariedad.
Parece que la vida sin Dios lleva al deshacer. Muchos matrimonios basados en la comodidad no
pueden aguantar el estrés de los altibajos de la vida. Como sociedad, la Unión Soviético se cayó
encima mientras soltaba su lema que Dios no existe. En la segunda lectura San Pablo lamenta el
rehúso del pueblo judío a aceptar a Jesús como Señor. Muchos padres hoy en día se sienten igual
para ver a sus hijos alejarse de Dios.
Demasiadas
veces vemos la fe como un peso que nos dicen que tenemos que llevar. Nos hace tan resentidos que queramos echar el
peso en la noche. Pero la verdad es el
contrario. La fe es un don de Dios para
hacer la vida más tolerable. Nos ayuda
ver la verdad que no hemos recibido lo que tenemos solo por nuestros
esfuerzos. Nos da razón para compartir
con los demás nuestros bienes para que el mundo tenga más justicia. Nos provee la esperanza de algo más que los
bienes pasajeros de esta vida. En el
evangelio la fe capacita a Pedro caminar sobre el agua. En nuestro mundo la fe nos ayuda navegar las olas y las tormentas de la vida hasta que lleguemos a nuestra casa eterna.
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