El domingo, 24 de enero de 2021

 EL TERCER DOMINGO ORDINARIO(Jonás 3:1-5.10; I Corintios 7:29-31; Marcos 1:14-20)

Un día hacia al fin de este año voltearemos a nuestro vecino en la misa para sacudir su mano.  Tomaremos la Sangre de Cristo de la copa.  Y veremos las sonrisas en las caras de los niños en la iglesia.  El virus Corona-19 será arrestado. Podremos regocijarnos en el Señor.  En el evangelio escuchamos del arresto de Juan que lanza otra cadena de buenas noticias.

Se trata Juan en este evangelio de Marcos como el último profeta de Israel.  Como Isaías y Amós Juan ha predicado la justicia a los grandes y pequeños.  Aun ha enfrentado al rey Herodes con la verdad inconveniente.  Su arresto significa el fin de la época antigua.  Jesús dice la verdad: “’Se ha cumplido el tiempo’”.

La nueva época introduce el Reino de Dios.  Es decir que el amor de Dios Padre ya no quedará como memoria.  No será solo la historia de la victoria sobre el faraón o las hazañas de David.  Más bien será tan palpable como el calor del hogar cuando las temperaturas bajan a cero.  Dios va a acariciar a todos los hombres y mujeres porque somos creados en Su imagen.  Como decía una canción popular: “Tiene a ti y a mí, hermano, en sus manos…tiene el mundo entero en sus manos”.  Podemos descansar seguros ahora porque ha venido Dios.

Pero antes de que descansemos tenemos que cumplir el mandato de Jesús: “’Arrepiéntanse y crean en el evangelio’”.  En otras palabras, tenemos que dejar el egoísmo y codicia para cuidar a los demás.  Tenemos que proteger la dignidad de cada persona, particularmente a los más vulnerables.  Una religiosa cuenta de su padre que era médico ginecólogo.  Un día la hija preguntó a su padre si jamás ha actuado un aborto.  Respondió: “Sí”.  “¿Cuántos?” ella preguntó de nuevo.  “Al menos una docena cuando estaba en mi residencia – dijo él – entonces algo me pasó que me hizo cesar.  Después de hacer un aborto un día, fui a contar a la hermana de la paciente que se acabó la cirugía.  Antes de que pude irme, ella me preguntó si ello estaba vivo.  Supe que si respondí “no’, habría sido una mentira, y si respondí ‘sí’, acabé de matar a alguien.  Fue el último aborto que hice”.

Eventualmente el médico se hizo católico y discernió el llamado para tratar a sus pacientes según las enseñanzas de la Iglesia.  Fue a entrenar en una ciudad lejos de su lugar de origen.  El cambio significó una reducción drástica de ingresos, pero pareció la voluntad de Dios.  Era como los hermanos pescadores en el evangelio.  Simón y Andrés y Santiago y Juan reciben un llamado de Jesús que implican grandes sacrificios.  Simón y Andrés dejan sus redes, eso es su sustento.  Santiago y Juan dejan a su propio padre en el barco. 

Jesús les dice a los pescadores que serán “’pescadores de hombres’”.  Va a enseñarles como llamar a otros al reino de Dios.  No cesa llamando con los apóstoles sino nos llama a nosotros hoy día.  ¿Puede ser que nosotros somos llamados a contar a los demás del amor de Dios?  ¿Por qué no?  Al mundo le hace falta oír que el amor de Dios alcance a cada persona humana.  El alcance incluye a los fetos abortados y también a sus madres.  De alguna manera tenemos que transmitir a las mujeres que han procurado abortos que todavía Dios las ama.  Tenemos que informarles que, si reconocen el aborto como error, Dios les perdonará de modo que tengan la paz.

El aborto divide los partidos políticos y cada vez más las religiones.  No va a irse pronto.  Como discípulos de Jesús, tenemos que defender la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural.  Pero no queremos enajenar a nadie.  Más bien queremos ser pescadores de los demás por extenderles la reconciliación.  Sí es difícil, pero tenemos a Jesús como maestro.

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