El domingo, 10 de enero de 2021

 El Bautismo del Señor

(Isaías 55:1-11; I John 5:1-9; Marcos 1:7-11)

Se pueden ver “ofertas” en las calles de cualquiera ciudad latinoamericana.  Hay “ofertas” para comprar carnes, ropas, y jabones.  Sin embargo, no se puede aprovecharse de todas ellas.  Tenemos una cantidad limitada de dinero.  Queremos comprar solo lo que nos vale más.  Por esta razón, la oferta en la primera lectura nos interesa.

El profeta Isaías presenta la alianza nueva que Dios hace con su pueblo como una oferta en la calle. Dios nos concederá lo necesario para vivir verdaderamente bien.  Dice que los beneficios de la alianza son más provechosos que “platillos sustanciosos”.  Describe estos beneficios como si fueran pan, vino, y leche.  Pero son cosas más espirituales: su amor, su protección, y su Espíritu.  Mejor que todo, no nos costarán nada.  Es una oferta que no debemos pasar por alto.

No tendremos pagar dinero, pero tendremos que arrepentirnos de prejuicios y secretos prohibidos.  Por medio de la pandemia de este año pasado Dios nos ha dejado huellas de estas faltas.  La dificultad de quedarnos en casa nos ha enseñado cómo nos hemos distanciado de nuestras familias.  La propagación del virus por asociar libremente con los demás nos ha mostrado el riesgo de nuestra independencia.  Tal vez la lección más dura ha sido la proximidad de la muerte.  Es posible que no tengamos tanto tiempo que pensábamos para reconciliarnos tanto con Dios como con el prójimo.

Nos parece difícil cumplir los términos de esta alianza hasta que consideremos su beneficio más maravilloso.  Dios nos enviará a Su propio Hijo para iluminar nuestras mentes y fortalecer nuestras voluntades.  La segunda lectura nos enumera tres testimonios de su presencia. En primer lugar, su bautismo en el agua nos ha enseñado que realmente ha venido como humano.  Su atención a los pobres nos guiará a la justicia.  Segundo, por su crucifixión sangrienta hemos sido perdonados de nuestros pecados.  Ya no hay razón de angustiarnos de los errores del pasado desde que son abolidos.  Finalmente, el Espíritu Santo se nos ha suelto a nosotros con la resurrección del mismo Jesús.  Por las obras de misericordia hechas por cristianos en todas partes sabemos del amor de Dios.

El bautismo de Eufemio, un muchacho del quinto siglo, puede ayudarnos entender la nueva alianza.  Es la mañana de la pascua antes de la alborada.  Eufemio y otros catecúmenos están en el vestíbulo del bautisterio.  Aunque hace frio, se les dice que se desnuden.  Entonces Eufemio y sus compañeros están dirigidos afrentar el oeste donde las tinieblas consumen la luz del sol.  Cada uno grita individuamente que denuncia al rey de las sombras y de la muerte.  Entonces se voltean hacia el sol saliendo.  Cada uno profesa su aceptación del rey de la luz y la vida cuya resurrección ha vencido la muerte.  Después de ser cubiertos con olio, entran en el interior del bautisterio.  Miran arriba hacia el mosaico en el domo.  Allí se retrata Jesús parándose en el Jordán con Juan vertiendo el agua sobre él.  El mosaico tiene también la mano de Dios Padre apuntando al Espíritu Santo sobre de Jesús en forma de paloma.  Al ver esto Eufemio y sus compañeros se dan cuenta que están siendo formados en la imagen viva de este mosaico.

Uno por uno se mete en el agua.  El obispo les pregunta si cree primero en el Padre, entonces en el Hijo, y finalmente en el Espíritu Santo.  Cada vez que responde “si”, el diácono le empuja para atrás en el agua.  Después de los tres sumergíos, el bautizado sale del agua y se vierte sobre su cabeza en abundancia olio perfumado.  Es vestido en túnica blanca.  Cuando todos terminen este rito, el grupo de bautizados entra la iglesia.  La gente está cantando: “Cristo ha resucitado de la muerte.  Por su muerte ha aplastado la muerte y ha concedido la vida a aquellos postrados en la tumba”.  Ninguno de los bautizados podría negar estas palabras porque acaba de sentir la fuerza de su realidad.

Hoy en día nuestros bautismos no son tan dramáticos como lo de Eufemio y compañeros.  Pero la realidad es igual.  El bautismo nos forma en la semejanza de Cristo para que reflejemos su amor en el mundo.

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