EL SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA
(Génesis
22:1-2.9-13.15-18; Romanos 8:31-34; Marcos 9:2-10)
La mujer estaba comentando en el
Padrenuestro. Dijo que era dispuesta
aceptar todo lo que es la voluntad de Dios.
Pero – añadió – “que Dios no permita que algo malo pase a mis hijos”.
Sin duda, Abraham tiene la misma actitud en la primera lectura. La última cosa que quiere es que algo malo
suceda a su hijo querido Isaac.
Los judíos llaman este pasaje de Genesis
“la atadura de Isaac”. Dicen que la
historia es la más poderosa del libro. ¡Dios realmente pide a Abraham que mate
a su propio hijo! El texto cuenta también
que la petición es una prueba. Pero no
especifica el propósito de tan prueba mórbida. Parece exagerada, realmente
inconcebible de Dios. De todos modos, Abraham pasa la prueba. Muestra que es
dispuesto a sacrificar aun a su propio hijo si Dios lo pide.
Nosotros cristianos tenemos otro modo para
entender esta historia. No es tanto una
prueba de Abraham sino una parábola expresando el amor de Dios. Tanto como pide a Abraham ofrecer a Isaac
como sacrificio, Dios ha ofrecido a Su propio hijo al mundo. Sin embargo, donde Dios es bueno y no permite
que Abraham mate a su hijo, el mundo es cruel. Matará a Jesús por interferir en
el orden establecido de la religión. El
evangelio nos da una vislumbre del ofrecimiento de Dios al mundo.
Jesús ha subido la montaña con tres
discípulos. Allí se transfigura de modo
que los tres vean su divinidad. Un
comentador dice que no es tanto una transfiguración como una muestra de
transparencia. Los tres compañeros ven
por la primera vez al fondo de Jesús y perciben su divinidad. La ropa de Jesús poniéndose
“esplendorosamente blanca” atestigua este hecho. Se hace como el vestido del Anciano
sentándose en su trono en el libro del profeta Daniel (Daniel 7,9).
Los discípulos necesitarán esta visión de
la gloria durante la ordalía que viene.
Verán a Jesús capturado, juzgado, y ejecutado como un insurgente. Ahora han sido asegurados para el futuro que
no es un héroe falso sino el Hijo verdadero de Dios. Nosotros necesitamos esta visión por otra
razón.
Vivimos en tiempos cada vez más
anticristianos. Muchos si no tienen el
miedo al menos no quieren reconocer públicamente su fe en Dios. No vamos a ser buscados por ir a misa el
domingo. Pero vivir nuestra fe los otros
seis días de la semana puede causarnos problemas. Recientemente Twitter “congeló” la cuenta de
un servicio informativo católico. La “ofensa” evidentemente era que reportó
para sus lectores la noticia que el presidente Biden nombró a un hombre
biológico que se identifica como una mujer transgénera a un alto oficio en el
Departamento de Salud. Dijo Twitter que
la publicación del asunto constituyó “conducta odiosa”. Probablemente por el clamor que creó, no duró
mucho la congelación. Todavía nos
preguntamos por qué razón juzga la publicación del reporte como “odiosa”. ¿No es noticia alarmante cuando un oficial
alto piensa que pueda cambiar su género?
Ciertamente este oficial, como todos, merece el respeto como persona
humana. Pero debería preocuparnos cuando
una persona que desafía la naturaleza de su propio cuerpo ocupa un puesto donde
puede influenciar a muchos otros para hacer lo mismo.
En el pasaje Dios tiene un mensaje tanto
para nosotros como para los discípulos.
Dice que Jesús “es mi Hijo amado; escúchenlo”. Jesús nos manda que proclamemos de las
azoteas lo que nos dice en privado.
Primero su mensaje es siempre el amor de Dios para todos. Como dice san Pablo en la segunda lectura,
Dios “está “dispuesto a darnos todo, junto con su Hijo”. Segundo, tenemos que responder a este amor
por no satisfacer nuestros antojos sino por darnos a los demás en el amor.
Desde el principio el reto para los
cristianos ha sido cómo estar en el mundo sin ser del mundo. Podemos expresar de otro modo este reto:
¿cómo podemos amar al mundo sin ser corruptos por el mundo? Como saben los niños más astutos en las
clases de la religión, la respuesta usualmente es “Jesús”. Tenemos que reflexionar sobre los modos de
Jesús para que pudiéramos practicarlos todos los días.
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