DECIMOCTAVO DOMINGO ORDINARIO
(Éxodo 16:2-4.12-15; Efesios
4:17.20-24; Juan 6:24-35)
La gente
siempre busca la felicidad. Muchos
piensan que el dinero se la traerá a ellos.
Por eso, compran boletos de lotería.
Sin embargo, según los investigadores, a aquellos que les toca la
lotería no mantienen la felicidad por mucho tiempo. Sí se sienten emocionados por un rato, pero
dentro de poco cambian sus temperamentos.
En primer lugar, la persona de promedio que gana la lotería queda bancarrota
dentro de unos años. Otra cosa es que
descubre pronto que el dinero no puede satisfacer los deseos más
profundos. Son como los judíos en el
evangelio hoy pensando que al recibir el pan gratis les hará felices.
Jesús
reprende a la gente por haberlo buscado para conseguir más alimentos. No es que quiera negarles las necesidades de
la vida. Más bien quiere enseñarles que
el cumplimiento del propósito de la vida se encuentra no de satisfacer el
apetito sino de creer en él. Por esta
razón proclama al final del pasaje: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre…”
Por
dársenos a sí mismo como comida, Jesús nos muestra la necesidad de
sacrificarnos por el bien de los demás.
Dios, nuestro Padre en el cielo, nos da la vida como un regalo. Para agradecerle tenemos que darnos al otro en el
verdadero amor. En cuanto realicemos
esta verdad, nos acercamos al Padre y nos sentimos su gran cuidado. Tenemos los ejemplos de los santos para
ayudarnos en esta empresa. El padre Gracián
Murray era un hermano de La Salle que trabajó muchos años en las
Filipinas. Allá fundó un orfanato. Cuando el obispo por la falta de sacerdotes
le pidió al hermano Gracián que se ordenara, no podía rehusárselo. Entonces, el padre Gracián se hizo enfermo
con cáncer. Medicamentos llegaron de los
Estados Unidos para curarlo. Sin
embargo, Padre Gracián rechazó tomarlos porque le requerían que no tomara
ningún alcohol por treinta días. Dijo
que era más importante que sus muchachos recibieran la Santa Comunión que él se
curara.
En la
primera lectura los israelitas preguntan del polvo blando que ven en el suelo:
“’¿Qué es esto?’” Moisés les contesta:
“’Este es el pan que el Señor les da por alimento’”. Es cierto, pero queremos nosotros saber qué
tipo de pan era. Los científicos explican
el fenómeno por decir que les parece como la resina del árbol tamarisco que
tiene la textura de cera y se derrite al suelo con el sol. Puede ser, pero nosotros católicos lo
explicamos de manera diferente. El pan
del desierto es prototipo del pan que Jesús ofreció en la última cena con sus
discípulos y que se ofrece en cada misa.
Es su carne que, como el pan del desierto, da la vida, no tanto la vida física
sino la vida eterna.
Hace unos
años se estrenó un libro titulado Pan blanco. Dijo el autor que muchos se burlan del pan
blanco hoy en día como no nutritivo, pero están equivocados. Añadió que el pan blanco es fortalecido con
vitaminas y no tiene impuridades. Es algo
así con el pan eucarístico. Algunos
piensan que el valor de la Eucaristía es limitado porque, en su manera de ver,
solo es un símbolo. Sin embargo, sabemos
mejor. Sabemos que el valor de la Eucaristía es infinito porque la Eucaristía
es mucho más que un símbolo. Es el cuerpo de Jesús que nos nutre para la vida
eterna.
PARA LA REFLEXIÓN:
¿Qué me ha convencido que el pan eucarístico realmente es la carne de Jesús?
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