El domingo, 1 de agosto de 2021

 DECIMOCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Éxodo 16:2-4.12-15; Efesios 4:17.20-24; Juan 6:24-35)

La gente siempre busca la felicidad.  Muchos piensan que el dinero se la traerá a ellos.  Por eso, compran boletos de lotería.  Sin embargo, según los investigadores, a aquellos que les toca la lotería no mantienen la felicidad por mucho tiempo.  Sí se sienten emocionados por un rato, pero dentro de poco cambian sus temperamentos.  En primer lugar, la persona de promedio que gana la lotería queda bancarrota dentro de unos años.  Otra cosa es que descubre pronto que el dinero no puede satisfacer los deseos más profundos.  Son como los judíos en el evangelio hoy pensando que al recibir el pan gratis les hará felices.

Jesús reprende a la gente por haberlo buscado para conseguir más alimentos.  No es que quiera negarles las necesidades de la vida.  Más bien quiere enseñarles que el cumplimiento del propósito de la vida se encuentra no de satisfacer el apetito sino de creer en él.  Por esta razón proclama al final del pasaje: “Yo soy el pan de la vida.  El que viene a mí no tendrá hambre…”

Por dársenos a sí mismo como comida, Jesús nos muestra la necesidad de sacrificarnos por el bien de los demás.  Dios, nuestro Padre en el cielo, nos da la vida como un regalo.  Para agradecerle tenemos que darnos al otro en el verdadero amor.  En cuanto realicemos esta verdad, nos acercamos al Padre y nos sentimos su gran cuidado.  Tenemos los ejemplos de los santos para ayudarnos en esta empresa.  El padre Gracián Murray era un hermano de La Salle que trabajó muchos años en las Filipinas.  Allá fundó un orfanato.  Cuando el obispo por la falta de sacerdotes le pidió al hermano Gracián que se ordenara, no podía rehusárselo.  Entonces, el padre Gracián se hizo enfermo con cáncer.  Medicamentos llegaron de los Estados Unidos para curarlo.  Sin embargo, Padre Gracián rechazó tomarlos porque le requerían que no tomara ningún alcohol por treinta días.  Dijo que era más importante que sus muchachos recibieran la Santa Comunión que él se curara. 

En la primera lectura los israelitas preguntan del polvo blando que ven en el suelo: “’¿Qué es esto?’”   Moisés les contesta: “’Este es el pan que el Señor les da por alimento’”.  Es cierto, pero queremos nosotros saber qué tipo de pan era.  Los científicos explican el fenómeno por decir que les parece como la resina del árbol tamarisco que tiene la textura de cera y se derrite al suelo con el sol.  Puede ser, pero nosotros católicos lo explicamos de manera diferente.  El pan del desierto es prototipo del pan que Jesús ofreció en la última cena con sus discípulos y que se ofrece en cada misa.  Es su carne que, como el pan del desierto, da la vida, no tanto la vida física sino la vida eterna.

Hace unos años se estrenó un libro titulado Pan blanco.  Dijo el autor que muchos se burlan del pan blanco hoy en día como no nutritivo, pero están equivocados.  Añadió que el pan blanco es fortalecido con vitaminas y no tiene impuridades.  Es algo así con el pan eucarístico.  Algunos piensan que el valor de la Eucaristía es limitado porque, en su manera de ver, solo es un símbolo.  Sin embargo, sabemos mejor. Sabemos que el valor de la Eucaristía es infinito porque la Eucaristía es mucho más que un símbolo. Es el cuerpo de Jesús que nos nutre para la vida eterna.

PARA LA REFLEXIÓN: ¿Qué me ha convencido que el pan eucarístico realmente es la carne de Jesús?

No hay comentarios.: