DECIMOQUINTO DOMINGO ORDINARIO, 11 de julio de 2021
(Amós 7:12-15; Efesios 1:3-14; Marcos 6:7-13)
Un escritor cuenta cómo una pareja casada le predicó. Dice que la mujer siempre era la vida de la
fiesta. Pero cuando recibió la diagnosis
del cáncer de la garganta, cambió su modo de vivir. En lugar de salir a fiestas, tuvo que luchar
con la enfermedad. Pero nunca perdió la
paz. Dice el autor que el cáncer era su
cruz, y la paz vino porque ella sabía que, llevándola, terminaría en el
cielo. Sigue el escritor que su marido
nunca dejó su cabecera. Cuando sus
amigos le invitaron a recrearse en un partido de beisbol o paseo en la
bicicleta, él siempre les rehusó. Dijo:
“Estoy exactamente donde quiero estar”.
Según el autor, los dos se acercaron a Dios en el amor.
El papa Francisco, como sus predecesores, ha pedido que
todos nosotros cristianos prediquemos.
Dice que somos “discípulos misioneros” llamados a transmitir la buena
nueva a los demás. No debemos decir a
nosotros mismos como Amasías dice a Amos en la primera lectura: “’Vete de aquí,
visionario…’” Como Jesús envía a sus
doce discípulos en el evangelio, nos envía a nosotros.
Que no nos preocupemos.
No es de todos a predicar en el púlpito del templo. Ni siquiera es necesario que hablemos cuando
predicamos. Podemos anunciar el amor de
Dios con nuestras vidas dedicadas a la virtud.
Los padres mostrando el afecto a uno a otro predica a sus hijos. En una sociedad donde cada vez más se separa
el sexo del matrimonio, les proclaman la virtud del amor en el contexto del
matrimonio. Un predicador cuenta de sus
padres bailando brazo en brazo en el salón de su casa. Impresionaron a sus tres hijos que el
sacramento del matrimonio abarca el amor romántico.
En la lectura Jesús imparte algunas reglas que todavía
sirven en nuestros intentos a proclamar el evangelio. Jesús dice a los apóstoles que lleven “nada
para el camino”. Quiere que su
dependencia en la Divina Providencia sea otro testimonio a la bondad de
Dios. Hoy en día el matrimonio que
acepta una familia grande como don de Dios, predica la misma Divina
Providencia.
Querremos repartir el mensaje del amor de Dios a todos,
incluyendo a la gente con dificultades.
Las familias bendecidas con un hijo con el Síndrome Down exhiben este
amor. Desgraciadamente nuestra sociedad
a menudo muestra el desdén para los discapacitados. Sin embargo, estos “niños especiales” a
menudo se hacen la fuente de un cuidado para los demás en sus familias. En el evangelio Jesús amonesta a los doce que
no vayan de una casa a otra en búsqueda de la comodidad. Así no debemos buscar lo ideal en otras
familias con características más en línea de las normas para nuestra
sociedad. No, queremos dar gracias a
Dios por nuestras familias tan distintas que sean.
Jesús manda a sus discípulos que echen demonios. Existen en números más grandes que
imaginamos. Son las mentiras y errores
que prevalecen hoy en día. Una tal idea
es que el muchacho tiene el derecho de escoger su propio género. Creemos como, dice la ciencia, que el género
es determinado por la composición de los cromosomas: en la gran mayoría de los
casos o como un varón o como una mujer.
La disforia del género, cuando una persona con los cromosomas de un
varón piensa que es mujer o viceversa es una enfermedad psicológica seria. Predicamos la verdad cuando mostramos la
compasión y comprensión a aquellos que la sufren. Sin embargo, sería un error tratarlos como si
tuvieran la razón acerca de su género.
La segunda lectura nos invita a dar gracias a Dios Padre por
todas sus bendiciones. Fácilmente
podemos nombrar tres modos en que somos bendecidos. Nos ha enviado a Jesucristo
como compañero y salvador nuestro. Nos
ha colocado en una comunidad de personas santas, aunque no perfectas. Y nos ha llamado a predicar a los demás su
bondad y amor.
PARA LA REFLEXIÓN: ¿Qué valores predico a los demás? ¿Que más podría hacer?
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