El domingo, 25 de julio de 2021

 EL DECIMOSÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO

(II Reyes 4:42-44; Efesios 4:1-6; Juan 6:1-15)

En diciembre el presidente Biden recibió su primera dosis de la vacuna contra el virus.  La foto del evento fue publicada en muchos periódicos a través de América.  Fue un signo que la vacuna no es peligrosa sino provechosa, de veras una salvavida.  Más que reportes científicos la foto tiene el poder para llegar a la conciencia humana.  En el evangelio, Jesús actúa un signo con efecto semejante cuando da de comer a la muchedumbre.

Jesús ha realizado varios signos antes.  Curó a los enfermos, y una vez cambió agua al vino.  Pero nunca ha cumplido nada tan impresionante como multiplicar unos pocos panes y pescados para alimentar a miles de personas.  Lo logra con sobras para satisfacer a otras docenas.  Jesús no sólo quiere nutrir a la gente.  Su mayor preocupación es que ellos lo tomen a él como el pan de la vida eterna.  Ahora la gente llega a reconocerlo como “el profeta que habría de venir”.  Desgraciadamente, todavía no se dan cuenta del significado de sus palabras. 

En la lectura la gente viene a hacerle a Jesús rey.  Piensan que él les dará pan sin que ellos trabajen.  Están equivocados en dos maneras.  Primero, no se dan cuenta cómo el trabajo constituya una bendición irremplazable.  En este mundo los hombres y mujeres se prueban a sí mismos como dignos, al menos en parte, por el trabajo.  Desarrollan tanto sus cerebros como sus músculos en el empeño de producir cosas y servicios útiles para los demás.  Trabajan también para comprar comida, ropa, y casa para sus familias.  Si quisiéramos una vida sin el trabajo, tendríamos una existencia primitiva como tienen los peces en una arrecifa coral. 

Segundo, la gente se equivoca cuando piensa del pan natural como lo que es más importante.  No están conscientes de que la comida más provechosa que ofrece Jesús es un compartir en su naturaleza divina.  Más que la sanación de enfermedades y más que la alimentación, un compartir de su vida promete el consuelo y el amor.  Les darán una vida más productiva en la tierra que les dirigirá a la felicidad eterna.  Esto no quiere decir que su camino siempre sea sin cuestas. No se recibe este consuelo sin el sufrir.  No se conoce este amor sin la muerte a sí mismo. 

En el evangelio todos comen hasta saciarse.  Así debemos hacer también.  El pan que nos provee Jesús es su propia carne en forma de la hostia eucarística.  Tomándola en la fe, nos haremos inclinados a trabajar no solo para el bien de nuestras familias sino también para los demás.  Sea cuidando a niños o cortando césped, con el pan que es Jesús nuestros cerebros y músculos crearán un mundo mejor.  Entonces experimentaremos algo del consuelo y del amor que culminarán en la plenitud al final de los tiempos.  Su consuelo y amor culminarán en la plenitud al final de los tiempos.

PARA LA REFLEXIÓN: ¿Cómo el recibir la hostia en la misa afecta mi trabajo cotidiano?


No hay comentarios.: