EL DECIMOSÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO
(II Reyes
4:42-44; Efesios 4:1-6; Juan 6:1-15)
En diciembre el presidente Biden
recibió su primera dosis de la vacuna contra el virus. La foto del
evento fue publicada en muchos periódicos a través de América. Fue
un signo que la vacuna no es peligrosa sino provechosa, de veras una
salvavida. Más que reportes científicos la foto tiene el poder para
llegar a la conciencia humana. En el evangelio, Jesús actúa un signo
con efecto semejante cuando da de comer a la muchedumbre.
Jesús ha realizado varios signos
antes. Curó a los enfermos, y una vez cambió agua al
vino. Pero nunca ha cumplido nada tan impresionante como multiplicar
unos pocos panes y pescados para alimentar a miles de personas. Lo
logra con sobras para satisfacer a otras docenas. Jesús no sólo
quiere nutrir a la gente. Su mayor preocupación es que ellos lo
tomen a él como el pan de la vida eterna. Ahora la gente llega a
reconocerlo como “el profeta que habría de venir”. Desgraciadamente,
todavía no se dan cuenta del significado de sus palabras.
En la lectura la gente viene a hacerle
a Jesús rey. Piensan que él les dará pan sin que ellos
trabajen. Están equivocados en dos maneras. Primero, no
se dan cuenta cómo el trabajo constituya una bendición
irremplazable. En este mundo los hombres y mujeres se prueban a sí
mismos como dignos, al menos en parte, por el trabajo. Desarrollan
tanto sus cerebros como sus músculos en el empeño de producir cosas y servicios
útiles para los demás. Trabajan también para comprar comida, ropa, y
casa para sus familias. Si quisiéramos una vida sin el trabajo,
tendríamos una existencia primitiva como tienen los peces en una arrecifa
coral.
Segundo, la gente se equivoca cuando
piensa del pan natural como lo que es más importante. No están
conscientes de que la comida más provechosa que ofrece Jesús es un compartir en
su naturaleza divina. Más que la sanación de enfermedades y más que
la alimentación, un compartir de su vida promete el consuelo y el amor. Les darán una vida más productiva en la
tierra que les dirigirá a la felicidad eterna. Esto no quiere decir
que su camino siempre sea sin cuestas. No se recibe este consuelo sin el
sufrir. No se conoce este amor sin la muerte a sí mismo.
En el evangelio todos comen hasta
saciarse. Así debemos hacer también. El pan que nos
provee Jesús es su propia carne en forma de la hostia
eucarística. Tomándola en la fe, nos haremos inclinados a trabajar
no solo para el bien de nuestras familias sino también para los
demás. Sea cuidando a niños o cortando césped, con el pan que es
Jesús nuestros cerebros y músculos crearán un mundo mejor. Entonces
experimentaremos algo del consuelo y del amor que culminarán en la plenitud al
final de los tiempos. Su consuelo y amor
culminarán en la plenitud al final de los tiempos.
PARA LA REFLEXIÓN: ¿Cómo el recibir la hostia en la misa
afecta mi trabajo cotidiano?
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