Vigésimo tercer domingo ordinario, 5 de
septiembre de 2021
(Isaías 35:4-7; Santiago 2:1-5; Marcos
7:31-37)
El evangelio hoy proclama que el Reino de
Dios ha llegado con Jesús. Él ha
cumplido las profecías del Antiguo Testamento de abrir los oídos de sordos y
levantar el ánimo de los apocados. Así dice
la primera lectura del libro del profeta Isaías. Del tiempo de Jesús en adelante los hombres y
mujeres tienen que acudirse a él para ser salvados.
Cerca de Jesús, aprendemos de él. No sólo absorbimos sus enseñanzas sino
también observamos sus acciones. Nos
instruye cómo colaborar con él para el desarrollo del Reino de Dios. La segunda lectura de la Carta de Santiago
nos advierte que no menospreciemos a nadie.
Todo el mundo tiene un papel en esta grande empresa del Reino: los pobres
tanto como los ricos, los sencillos tanto como los genios, ciertamente las
mujeres tanto como los hombres. Todos
tenemos que esforzarnos para que la justicia de este mundo se aproxime esa del
Reino de Dios.
Por una gran parte vamos a contribuir al
Reino por nuestro trabajo. Aún si nuestro
trabajo no tiene efecto tan abrumador para el Reino como la sanación del sordo
tartamudo, no falta valor. Podemos
definir tres modos por los cuales nuestro trabajo avanza el progreso del Reino.
Primero, con el trabajo nosotros hombres y
mujeres nos realizamos como personas humanas y herederos del Reino. El libro de Génesis dice que Dios creó al
hombre en su imagen con la tarea de llenar la tierra y someterla. Ciertamente los agrícolas someten la tierra,
pero también lo hacen las limpiadoras de casas.
Siempre están desarrollando sus capacidades por trabajar más eficiente y
efectivamente. Las limpiadoras saben
mejor que la mayoría de nosotros cómo quitar el polvo de los pisos y persianos
porque han experimentado diferentes modos de hacer estas tareas. Cuando
trabajamos, nos hacemos los sujetos de la creación. En un sentido nos realizamos nuestro destino
de ser las imágenes de Dios, el sujeto de toda la creación.
Segundo, con el trabajo podemos mantener
una familia. No hay fin de los recursos
que necesita la familia. Comienzan con
comida, casa, y ropa. Siguen con cosas
tan diversas como coche y computadora.
Todas estas necesidades cuestan dinero que conseguimos por el
trabajo. También es por el trabajo
humano que se hacen todos los productos y servicios que se requieren para vivir
con la dignidad.
Como dice Jesús a Satanás no solo vivimos
por el pan. Aún más vivimos de la
verdad, la justicia, y el amor. En el
trabajo estos valores a la vez se asimilan y se muestran al mundo. Un obrero de fabrica una vez estaba hablando
de su trabajo. Dijo que estaba orgulloso
a poner su nombre en la máquina que fabricó cuando la empacaba para la
entrega. Sabía que el trabajo fue hecho
con cuidado y que el producto debería servir bien. Este tipo de integridad crea un mundo más
digno de Dios y más resplendente de su gloria.
El Hijo de Dios se hizo hombre para alzar
arriba la condición humana. Asumió el
trabajo manual como ambos carpintero y sanador desde que a menudo usa sus manos
en las curas. También hizo trabajo más
cerebral como cuando enseña y conseja.
No solo se realizó así su humanidad sino también se hizo el modelo del
trabajador para todos nosotros.
Trabajando como Jesús, llegaremos al Reino.
Para la reflexión: ¿Cómo mi trabajo ha contribuido al Reino de Dios?