Primer Domingo de Adviento
(Jeremías 33:14-16;
Tesalonicenses 3:12-4:2; Lucas 21:25-28.34-36)
Los habitantes de Nueva Inglaterra tienen
una tradición de Adviento bella. Durante
este tiempo ponen una candela en cada ventana de su casa. Se dice que los irlandeses trajeron esta
costumbre de su patria. Una vez los
gobernantes ingleses prohibieron la misa en Irlanda. Entonces los católicos ponían una candela en
la ventana como señal al sacerdote errante.
Él podría entrar para celebrar en secreto la misa navideña. Por eso, la candela encendida se ha hecho una
señal de la esperanza. Significa que la
gente de la casa está esperando el regreso de un querido ser.
Cuando hablamos de la esperanza, debemos
tener en cuenta dos cuestiones. Primero, ¿qué se espera? Entonces, ¿en quién se
espera? Siempre esperamos cosa que no tenemos.
Hace un año muchos nosotros esperábamos la vacuna. En Cuba ahora mucha gente espera la libertad
que sienten cerca.
En el caso de la vacuna, pusimos nuestra
esperanza en los científicos junto con Dios.
Rezábamos que el Espíritu Santo inspirara a los quimistas y biólogos a
inventar una vacuna efectiva. Al
comenzar el tiempo de Adviento, esperamos cosa casi inimaginable. Esperamos ser rescatados de este mundo de
pecado y muerte. Ponemos esta esperanza
en Jesús que nos promete en el evangelio que regresará para nosotros.
El evangelio hoy usa palabra distinta para
el significado de su regreso. Según ello,
estamos esperando la “liberación”.
Aquellas personas que han sufrido por mantener la fe se sentirán la
falta de la liberación. Son los judíos
en el tiempo de Jeremías el profeta, autor de la primera lectura. Trasladados a Babilonia, los judíos esperaban
que “vástago de David”, conquistara a sus captores. Nosotros reconocemos a Jesucristo por este
título. Hay cristianos que les falta la
libertad hoy en día esperando el "vástago de David". En China y Pakistán los cristianos viven con
burlas y críticas si no amenazas y golpes por ser fieles al Señor. También los divorciados no dispuestos de
casarse de nuevo para que puedan comulgar sienten reprimidos. Esperan a Jesús para entregarlos de la
soledad.
Y nosotros ¿cómo es que nosotros esperamos
la liberación”? ¿Es solo porque algunos
revuelvan los ojos cuando rezamos en la mesa antes de comer? No, nuestra necesidad para ser liberados baja
a un nivel más profundo que esto. Cuando
nos envejecemos, queremos reunirnos con queridos difuntos. Se dice que la reina Victoria de Inglaterra
vivía en luto por cuarenta años después de la muerte de su esposo Alberto. Aún
los jóvenes a menudo viven con condiciones de que quieren ser liberados. Por ejemplo, las tazas de la depresión y el suicidio
entre los adolescentes están creciendo. Todos
nosotros que hagamos esfuerzos a vivir con corazón limpio esperamos la
libertad. Queremos ser entregados del libertinaje
que nos rodea.
La esperanza para la liberación no elimina la
necesidad para mejorar la sociedad. Al
contrario, en preparación para Cristo deberíamos redoblar nuestros esfuerzos
para crear una sociedad justa. Por eso,
San Pablo en la segunda lectura urge que rebosemos con el amor hacia todos. Lo
hacemos en la casa con la atención cercana a nuestros niños. Lo hacemos en el trabajo por rendir el
trabajo de un día por un sueldo de un día.
También deberíamos intentar dirigir a nuestros asociados que andan
descarriados al camino justo. Lo hacemos
en la comunidad con diferentes tipos de aporte.
Se puede ayudar en la dispensa de comidas o llevar a un anciano a hacer
compras.
De las tres virtudes teologales la
esperanza parece la menos apreciada. La
fe es básica, el fundamento de la vida espiritual. San Pablo dice que el amor es la más grande.
¿Quién quiere disputarlo? Pero que no contemos
por nada la esperanza. En tiempos surge
como un pájaro. Nos canta que seremos
liberados de condiciones represivas. Nos
indica que Dios nos proveerá.
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