SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
(Baruc
5:1-9; Filipenses 1:4-6.8-11; Lucas 3:1-6)
Todo el mundo ha escuchado del
calentamiento global. Dicen los
científicos que las temperaturas a través de la tierra están subiendo. Los obsesionados con el tema opinan que el
calentamiento implica desastre por el final del siglo. Ven los océanos levantando para cubrir las
áreas costales y dislocando billones de personas. Anticipan tormentas más fuertes junto con
períodos de sequía más largas que jamás hemos experimentado. Su mensaje es tan amenazador como lo de Juan
en el evangelio.
Juan Bautista no es nuevo a los lectores
del Evangelio de Lucas. El saluda a
Jesús cuando los dos están formándose en los vientres de sus madres. También los dos predican la necesidad de la
reforma personal con la venida del reino de Dios. Sin embargo, sus mensajes no son
idénticos. Juan hace más hincapié en lo
negativo que Jesús. Para Juan cuando
venga el día del Señor, los no reformados serán destruidos como paja en horno.
Sin embargo, aún a Juan, aquellos que se
arrepientan tiene futuro esperanzador.
La primera lectura describe cómo será este futuro. Retrata la esperanza de Jerusalén al fin del
exilio. Dice que los exiliados vendrán de diferentes partes liberados tanto del
desprecio como de las cadenas de sus captores.
Estarán cantando de alegría por haber visto la gloria del Señor.
En la segunda lectura San Pablo da a los
filipenses una idea de la reforma personal requerida. Sobre todo enfatiza el amor como el modo de
vivir. Dice que el amor cristiano tiene
que florecer en una “sensibilidad espiritual”.
Tiene en mente una espiritualidad sencilla. Quiere que la disposición de los cristianos hacia
los demás se preocupe más de la virtud que de los víveres. Frecuentemente se ve la falta de la
sensibilidad espiritual en el tiempo navideño.
Los padres a menudo se apuran para comprar iPads
y PlayStations, aunque sean extravagantes.
Pero los mismos padres suelen a no proveer a sus hijos la paciencia, el
cariño, y el buen ejemplo. Se puede
imaginar cómo resultarán sus hijos como adultos. Si no se corrigen, a lo mejor serán poco
agradecidos y muy exigentes. Un pedazo
de las noticias recientes muestra esta falta de valores espirituales. Hace un par de años algunos padres ricos
pagaron cientos de miles de dólares para que sus hijos fueran aceptados en universidades
prestigiosas. Evidentemente estos padres
no consideraron que estuvieran enseñando a sus hijos que el dinero valga más
que el estudio.
El evangelio hoy coloca la predicación de Juan en
la historia de ambos Israel y el mundo. Nos recordamos a nosotros de
una colocación semejante para el nacimiento de Jesús. San Lucas, el
evangelista más preocupado con la historia, está indicando la importancia de
Juan. ¿Tan importante como Jesús? No por mucho. Además de
mencionar el liderazgo del mundo cuando nace Jesús, Lucas relata su genealogía
desde Adán. Juan es grande porque es el último profeta para anunciar
la venida del reino de Dios. Después de Juan, Jesús introduce el
reino con sus curaciones, otras hazañas, y predicaciones. La
comparación de Juan con Jesús es como ver primero la belleza del campo, entonces
la gloria de las montañas. Vale la pena hacer caso al mensaje de
Juan, pero no es más que preludio a la sabiduría de Jesús.
Se dice que es más fácil escuchar a un profeta que
vivir con uno. Los profetas son tan obsesionados con su mensaje que
no puedan relajarse. Juan no parece excepción a este
dicho. Es exigente y poco cariñoso. De todos modos,
queremos seguirlo al menos por un rato. Pues él nos guía a Jesús.
Para la reflexión: ¿Cuáles son y cómo enseñamos a los niños los
valores del Reino de Dios?
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