SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO
(Génesis
14:18-20; I Corintios 11:23-26; Lucas 9:11-17)
Cada vez
más se asoman. Están en las calles, aún
las carreteras. Ciertamente se encuentran
en esquinas con semáforos. Siempre piden
limosnas. Junto con una copa de cartón
llevan letreros diciendo: “Cualquiera cosa ayudará”; “Dios te bendiga”;
“Trabajaré para comida”. Son de
diferentes edades, de diferentes géneros, y de diferentes razas. Son adictos y alcohólicos, desamparados y
desempleados. En algunos casos son
también impostores. En un sentido son semejantes a los necesitados en el
evangelio hoy.
La gente
viene de muchas partes para escuchar a Jesús.
Ya siendo muy tarde del día, tienen hambre. Los apóstoles vienen a Jesús
preocupados. Le piden que le deje ir a
la gente para comprar comida. Pero Jesús
tiene otra idea para atender las necesidades de la gente. Les dice a sus compañeros: “’Denles ustedes
de comer’”. Nos dice también a nosotros
en el caso de los mendigos de la calle: “’Denles ustedes de comer’”.
Este
mandato cubre más que comida. Algunos de
los mendigos no tienen ni casa ni ropa ni medicinas. Otros están en necesidad seria de atención
médica y psicológica. ¿Cómo podemos
nosotros cumplir el mandato? Si les
damos efectivo, es muy posible que lo derrochen en drogas. Si sólo les damos comida, ¿no estaríamos solo
tratando una hemorragia con un curita?
Podemos pasar la responsabilidad a otras entidades. Tal vez queremos escribir a nuestro
congresista que el gobierno provea más ayuda.
O podemos dar un aporte a una caridad para que haga algo en nuestro
nombre. Pero ¿es esto lo que nos quiere
hacer el Señor cuando dice: “’Denles ustedes de comer’”?
Los apóstoles
no se frustran en la lectura sino esperan la directiva del Señor. Cuando él se lo dice, le ponen a la gente en
grupos de cincuenta. Este número es, más
o menos, la cantidad de cristianos en las comunidades de la Iglesia
primitiva. Luego Jesús bendice los cinco
panes y dos pescados que tienen a mano.
Se los pasa a los apóstoles para que se distribuyan entre la gente. Resulta que hay más que necesario para
alimentar a los más que cinco mil de personas.
Como la
iglesia primitiva tenemos que esperar en el Señor. Es de nosotros para rezar a Jesús que nos
ayude cuidar a las personas de la calle.
A la misma vez queremos hacer algo si solo es hacerles un asentir con la
cabeza del reconocimiento. No son
fulanos sino hijos e hijas de Dios. A lo
mejor el Señor nos conducirá de este gesto a actos más significativos. De esta
manera, “’Denles ustedes de comer’” no será solo una petición para proveer
alimentos a los demás. Más bien se hace
en una recomendación para reorientar nuestras vidas hacia al Señor.
La segunda
lectura nos apoya en la reorientación.
San Pablo habla de “una nueva alianza” entre Dios y los humanos. Esta alianza nos ha unido a Dios tan
íntimamente que seamos incorporados en su Cuerpo. Podemos contar con su apoyo aun su dirección
cuando nos lo acerquemos con nuestra necesidad.
Con él podemos resolver los retos sociales más apremiantes. Asimismo, podemos contar con él con nuestras
preocupaciones personales. No nos dejará
solos porque somos miembros de él.
Algunos
están molestos cuando ven a los mendigos de la calle. Tal vez se ponen aún más perturbados cuando
escuchan a Jesús dice: “’Denles ustedes de comer’”. Pero este tipo de reacción no es deseable ni
beneficioso. Más bien que los pongamos
en las manos del Señor. Recemos tanto
por nosotros como por ellos. Pidámosle
que quiera exactamente que hagamos. No
nos olvidemos pedirle la ayuda para cumplir su recomendación.
Para la
reflexión: ¿Qué te dice el Señor a hacer por los mendigos de la calle?
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