DECIMOTERCER DOMINGO ORDINARIO
(I Reyes
19:16b.19-21; Gálatas 5:1.13-18; Lucas 9:51-62)
Con los festivos venideros de la independencia nacional vale
la pena reflexionar en la segunda lectura.
San Pablo trata el tema siempre llamativo de la libertad. Sin embargo, no piensa en la libertad en el
mismo modo que nosotros tendemos pensar en ella. Pensamos en la libertad como la quita de
restricciones exteriores. Los esclavos
por el látigo sufrían la prohibición de hacer lo que pensaran mejor. Como seres humanos merecían la libertad. Todavía hoy día muchos trabajan bajo de
condiciones físicamente duras para sobrevivir.
Ellos buscan la libertad de sus cargas duras. Pablo tiene en mente otra concepción de la
libertad cuando escribe: “Cristo nos ha liberado para que seamos libres”.
Para Pablo la libertad de Cristo suelta a los hombres y
mujeres de pasiones desordenadas. Él nos
ha liberado del impulso interior de beber en exceso y de huir cada situación
incómoda. La desgraciada verdad es que nuestras disposiciones interiores pueden
ser un autócrata aún más exigente que el látigo u las exigencias del
cacique. Miren a los adictos arruinando
sus vidas para obtener unos momentos de placer.
El evangelio hoy muestra a Jesús comenzando el viaje que
resultará en nuestra liberación. Dice
que él “tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén”. Él sabe que la cruz le espera en la ciudad
santa, pero no desvía del camino para evitarla.
Por morir en la cruz y por resucitarse de entre los muertos Jesús
derrotará las fuerzas del mal. Estas
fuerzas, que despiertan las pasiones inordinadas, nos guardan como
cautivos.
El énfasis de Jesús en la disciplina de su discipulado
sobresale en este evangelio. Dice, en
contraste con nuestras sensibilidades, que es más importante seguir a Cristo
que enterrar a nuestros padres. De esta
manera Jesús muestra que su misión sobrepasa aquella del gran profeta
Eliseo. El profeta regresó a su casa
para despedirse de su gente. En
contraste Jesús dice que sus discípulos no deben ni mirar para atrás una vez
que decidan seguirlo.
No obstante, este dicho no debe ser tomado como una excusa,
y mucho menos una demanda, para desconocer las responsabilidades filiales. Jesús nunca nos diría que no sea necesario
cumplir el cuarto mandamiento. La vida
cristiana nos ofrece grande posibilidad de servir a nuestros parientes junto
con el pueblo de Dios. El dicho, “Deja
que los muertos entierren a sus muertos”, sólo nos enfatiza que la prioridad primaria
de Dios es salvar al mundo. Es de
nosotros para apoyar esta obra liberadora contra las tendencias humanas de
pecar.
Un hombre, bien conocido en su lugar, era alcohólico. Hace muchos años superó este impulso interior
con el apoyo de los “Alcohólicos Anónimos”.
Ahora este hombre participa en el discipulado de Jesús por alentar a otros
alcohólicos reformarse. En el proceso se
ha hecho en persona realmente feliz.
Esto es solo un ejemplo entre millones de lo que San Pablo nos enseña en
la primera lectura: “Cristo nos ha liberado para que seamos libres”.
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