El domingo, 26 de junio de 2022

 DECIMOTERCER DOMINGO ORDINARIO

(I Reyes 19:16b.19-21; Gálatas 5:1.13-18; Lucas 9:51-62)

Con los festivos venideros de la independencia nacional vale la pena reflexionar en la segunda lectura.  San Pablo trata el tema siempre llamativo de la libertad.  Sin embargo, no piensa en la libertad en el mismo modo que nosotros tendemos pensar en ella.  Pensamos en la libertad como la quita de restricciones exteriores.  Los esclavos por el látigo sufrían la prohibición de hacer lo que pensaran mejor.  Como seres humanos merecían la libertad.  Todavía hoy día muchos trabajan bajo de condiciones físicamente duras para sobrevivir.  Ellos buscan la libertad de sus cargas duras.   Pablo tiene en mente otra concepción de la libertad cuando escribe: “Cristo nos ha liberado para que seamos libres”. 

Para Pablo la libertad de Cristo suelta a los hombres y mujeres de pasiones desordenadas.  Él nos ha liberado del impulso interior de beber en exceso y de huir cada situación incómoda. La desgraciada verdad es que nuestras disposiciones interiores pueden ser un autócrata aún más exigente que el látigo u las exigencias del cacique.  Miren a los adictos arruinando sus vidas para obtener unos momentos de placer.

El evangelio hoy muestra a Jesús comenzando el viaje que resultará en nuestra liberación.  Dice que él “tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén”.  Él sabe que la cruz le espera en la ciudad santa, pero no desvía del camino para evitarla.  Por morir en la cruz y por resucitarse de entre los muertos Jesús derrotará las fuerzas del mal.  Estas fuerzas, que despiertan las pasiones inordinadas, nos guardan como cautivos. 

El énfasis de Jesús en la disciplina de su discipulado sobresale en este evangelio.  Dice, en contraste con nuestras sensibilidades, que es más importante seguir a Cristo que enterrar a nuestros padres.  De esta manera Jesús muestra que su misión sobrepasa aquella del gran profeta Eliseo.  El profeta regresó a su casa para despedirse de su gente.  En contraste Jesús dice que sus discípulos no deben ni mirar para atrás una vez que decidan seguirlo.

No obstante, este dicho no debe ser tomado como una excusa, y mucho menos una demanda, para desconocer las responsabilidades filiales.  Jesús nunca nos diría que no sea necesario cumplir el cuarto mandamiento.  La vida cristiana nos ofrece grande posibilidad de servir a nuestros parientes junto con el pueblo de Dios.  El dicho, “Deja que los muertos entierren a sus muertos”, sólo nos enfatiza que la prioridad primaria de Dios es salvar al mundo.  Es de nosotros para apoyar esta obra liberadora contra las tendencias humanas de pecar.

Un hombre, bien conocido en su lugar, era alcohólico.  Hace muchos años superó este impulso interior con el apoyo de los “Alcohólicos Anónimos”.  Ahora este hombre participa en el discipulado de Jesús por alentar a otros alcohólicos reformarse.  En el proceso se ha hecho en persona realmente feliz.  Esto es solo un ejemplo entre millones de lo que San Pablo nos enseña en la primera lectura: “Cristo nos ha liberado para que seamos libres”.

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