SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
(Proverbios
8:22-31; Romanos 5:1-5; Juan 16:12-15)
Hemos
atravesado mucho territorio espiritual desde marzo. Pasamos por nuestros pecados en el principio
de la cuaresma. Encontramos la
misericordia de Dios en el final del tiempo.
Entonces experimentamos la esperanza de la Resurrección y la gloria de
la Ascensión. El domingo pasado
completamos la renovación proceso de nuestra salvación con la venida del
Espíritu Santo. Ahora, después de más
que un cuarto de un año, nos conviene reflexionar sobre el dinamismo que ha
impulsado el proceso adelante. Eso es,
queremos examinar: ¿quién es Dios?
Escuchamos a
veces a algunos hablando de Dios en términos comunes: “Dios es el hombre
arriba”. Esto no puede ser
correcto. Dios es ni hombre ni arriba en
el sentido que vive en un lugar más allá que las nubes. Ni es Dios “papi” como los predicadores solían
contarnos. La investigación del lenguaje
ha certificado que “Abba”, la palabra aramea con lo cual Jesús se dirige a
Dios, no lleva cariño familiar. Sólo es
“Padre” con todo la intimidad y respeto que tiene esta palabra.
Se puede decir
con verdad que Dios es misterio, pero ¿qué significa este término? Misterio, en el sentido religioso, no es como
una novela policiaca que nos reta a resolver.
Ni es un enigma científico que probablemente vamos a entender un día. Dios es misterio porque no tenemos ni las
ideas y mucho menos las palabras para describirlo adecuadamente. Es misterio como cuando nos traen nuestro
recién nacido. Es todo asombro y
maravilla.
Sin
embargo, no tenemos que estar completamente silenciosos en cuanto a Dios. Las Escrituras nos dan una vislumbre dentro
de su misteriosidad. Podemos examinar
las lecturas que acabamos de escuchar para ayudarnos conocer algo de Él.
La primera
lectura presenta la sabiduría como acompañante de Dios. Desde el principio Dios siempre ha tenido la
sabiduría como ambos servidor y amigo.
Sabiduría es la personificación de la capacidad de conocer la naturaleza
de cosas. Es muy semejante de la manera
en que la Palabra es la capacidad de crear y nombrar cosas en la Biblia. Por esta razón, se asocia la sabiduría con la
Palabra encarnada, Jesucristo. La
sabiduría también sugiere al Espíritu Santo también. El profeta Isaías la nombra como un don del
Espíritu.
En la
segunda lectura San Pablo nos recuerda que éramos pecadores destinados a la
perdición. Entonces -- dice -- Dios, en
su amor, envió a Jesucristo para redimirnos del pecado. Añade que Dios nos ha compartido este amor
por mandarnos al Espíritu Santo.
En el
evangelio Jesús dice a sus discípulos que el Espíritu Santo vendrá con su
partida. Les asegura que él les enseñará
todo lo que no pueden entender ahora (que es mucho porque no han experimentado
todavía la crucifixión y resurrección.)
Aún más Jesús promete que el Espíritu les comunicará lo que es de
él. Con sus modos comunicados sus
discípulos, incluso a nosotros, pueden ser santos como Jesús.
Ahora ¿qué
podemos concluir acerca de Dios? En
primer lugar, podemos decir que Dios ha existido desde siempre como trinidad de
personas: Padre, Hijo, y Espíritu Santo.
Las tres tienen la misma naturaliza divina y la misma voluntad. Segundo, podemos afirmar que Dios redimió a
los seres humanos del mayor amor posible.
Era como un padre poniendo a su propio hijo a la prueba más retadora (tal
vez caminar toda el Antártica hasta el polo sur) para salvar a sus vecinos de
la destrucción. Finalmente, Dios sigue
con nosotros iluminando la mente y fortaleciendo el corazón para imitar a
Jesús.
Una oración
antes de recostarse puede ayudarnos considerar a las tres personas diariamente.
A Dios Padre queremos dar gracias por algún beneficio que recibimos durante el
día. A Dios Hijo queremos pedir perdón
por una falta que hemos manifestado. Y a
Dios Espíritu Santo queremos solicitar ayuda por un reto que enfrentaremos
mañana. Así no estaríamos resolviendo el
misterio que es Dios. Pero sí estaríamos
encontrando el dinamismo de nuestro existir.
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