DECIMOCUARTO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO, 3 de julio de 2022
(Isaías 66:10-14; Gálatas 6:14-18; Lucas 10:1-19)
Una libertad muy querida en los EEUU es la libertad de
religión. En este país todos pueden
practicar su propia religión sin interferencia. Los americanos respetan la religión porque
eleva a la persona más allá que los límites del individualismo. Les da a sus adherentes al menos dos valores
necesarios para la vida buena. En primer
lugar, los infunde un espíritu comunal de modo que cooperen con los demás. En segundo lugar, les inculca un código moral
para que traten a los demás con la justicia.
Con la pluralidad religiosa es tentador considerar nuestra
fe cristiana católica igual con las demás religiones. Es cierto que como todas religiones tenemos
doctrinas y costumbres que nos forman a vivir en paz. Pero la fe cristiana tiene un propósito más
transcendente que judaísmo o budismo.
Existe para transformar a las personas en hijas e hijos de Dios dignas
de la vida eterna.
En el evangelio hoy Jesús prepara a la Iglesia para divulgar
la fe al mundo. Comisiona a setenta y
dos discípulos para predicar el reino de Dios.
Se puede considerar la comisión como solo preliminares para el gran
envío de Pentecostés. Sin embargo, se
ven varias características esenciales de la misión en las instrucciones del
Señor a sus discípulos. Vale la pena
reflexionar sobre los contenidos de su mensaje para ver cómo se aplican hoy en
día. Como los papas desde San Pablo VI
nos han dicho, todos cristianos católicos somos “discípulos misioneros”. Somos llamados a formarnos en la fe. Entonces somos comisionados de llamar a los
demás. No tenemos que salir de nuestras
comunidades. Aún nuestros parientes y
amistades no conocen el reino.
Primero, Jesús quiere que sus misioneros recen por el éxito
de sus esfuerzos. No solo es su número
no suficiente para llevar a cabo la tarea sino también sus capacidades a menudo
faltan el rigor. Sin el Espíritu Santo
dirigiendo la misión, sería tan vana como tumbar un bosque con solo un
hacha. Rezamos para ser justos en todo
lo que hagamos para que todo el mundo vea nuestras vidas siempre reflexionando
a Cristo.
La tarea nos reta cuando nuestra fe conflige con los valores
contemporáneos. Los jóvenes pueden
rodear sus ojos cuando aseveramos que las relaciones íntimas son reservadas
para el matrimonio. Pero es no solo
enseñanza de la larga tradición judea-cristiana sino precepto de la ley
natural. Muchas personas están
protestando ahora el nuevo juicio que permite leyes prohibiendo aborto. Sin
embargo, debemos proclamar el derecho fundamental de la vida. Jesús dice a los setenta y dos que los envía
como corderos entre lobos. Aunque
aquellos que nos oponen es estas cuestiones no son malos, sus ideas pueden
desgarrar la fábrica de la sociedad.
Jesús no quiere que sus discípulos lleven “ni dinero, ni
morral, ni sandalias” en la misión. En
otras palabras, no quiere que dependan en sus propios recursos, sino que
confíen en Dios por su bienestar. En un
ambiente de plenitud, tenemos que mostrar que son las relaciones humanas, especialmente
nuestra amistad con Dios, que lo más importan.
Vivimos para compartir con los demás en el amor, no para acumular y
gastar riquezas. Como ejemplar del
misionero verdadero, San Pablo dice que ha sido crucificado al mundo. Como Jesús él sacrificó toda comodidad para presentar
a Cristo a los paganos.
“Todas religiones son iguales. Dan culto al mismo Dios”. A veces escuchamos este refrán en defensa de
una persona que no más practica la fe católica.
¿Cómo deberíamos responder?
Siempre queremos dar gracias a Dios que la persona busca al Señor con
los demás por la religión. Podemos
afirmar a la persona si vive el evangelio en su búsqueda. Sin embargo, es solo lógico lamentar que él o
ella se priva de la Eucaristía. Con ella
Jesús nos nutre para que llevemos a cabo su misión. Nos provee los recursos para no acobardarnos
ante los lobos.
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