El domingo, 16 de octubre de 2022

 VIGÉSIMO NOVENO DOMINGO ORDINARIO

(Éxodo 17: 8-13; II Timoteo 3:14-4:2; Lucas 18:1-8)

¿Quiénes son los amalecitas? Aparecen en la primera lectura hoy, pero en casi ninguna otra parte de la Biblia.  Tampoco aparecen en los estudios antropológicos.  Hay buena razón por estas ausencias.  En el versículo que sigue nuestra lectura, Dios declara: “’…voy a borrar por completo el recuerdo de los amalecitas”’.  Como los nazis el siglo pasado los amalecitas odiaron a Israel.  Ni respetaron al Señor, Dios de Israel, aun después de su victoria impresionante sobre los egipcios.  Parece que atacan al pueblo Israel por no más motivo que el odio.  Por eso, se puede decir que los amalecitas representan el compendio de mal.  Son símbolos del prejuicio junto con el odio, y también de las catástrofes naturales que toman múltiples vidas.

En el evangelio Jesús instruye a sus discípulos cómo hacer frente a los males abrumadores.  Acaba de decirles de las pruebas al final de los tiempos.  Dijo que serán perseguidos y sufrirán mucho.  Cristianos hoy día siguen experimentando tales persecuciones.  En Nigeria, el Medio Oriente, y China los cristianos se arriesgan a sí mismos por acudir a la misa.   Para superar este tipo de mal Jesús exhorta que sus discípulos oren incansablemente.  

La oración asidua brota de una fe inquebrantable.  La persona con esta fe no vacila preguntándose si Dios le escucha.  Más bien, acepta la enseñanza de Jesús que Dios es como un padre amoroso siempre listo a socorrer a sus hijos e hijas.  Solo quiere que ellos le pidan con la persistencia.  Para enfatizar la necesidad de la oración persistente, Jesús cuenta la parábola del llamado “Juez injusto”.  Sin embargo, como en el caso del “Hijo pródigo”, se puede dar otro nombre a esta parábola más en conforme con su significado.  Es la parábola de la “Viuda insistente” la cual no cesa de exigir lo que es de ella por derecho. 

Jesús recomienda a sus discípulos que recen con la misma insistencia cuando hacen frente un mal grande.  Dice que no van a quedarse desilusionados.  Una vez un pastor negro estaba enseñando a su grey la necesidad de orar sin desfallecer.  Originario de tiempos de discriminación legal, el pastor les dijo: “Hasta que hayas estado aquí por años tocando la puerta cerrada con los nudillos sangrando, no sabes lo que es la oración”.

Aunque no habla de la oración en la segunda lectura, San Pablo sugiere la fe inquebrantable a su discípulo Timoteo, que se encuentra desafiado.  Como Jesús, Pablo no quiere que su discípulo recurra a modos duros, sino que ocupe las armas espirituales.  Le recomienda el uso de la Escritura para llevar a cabo sus deberes.  Ciertamente la Biblia destaca la oración incesante como hace Moisés en la primera lectura.  El líder de los israelitas con brazos levantados en postura de oración y su mano aferrando la vara de Dios como si fuera rosario no deja de orar hasta que se derrote el enemigo.

El evangelio termina con una frase inquietante.  Como si estuviera refiriendo a nuestros tiempos, Jesús pregunta: “’…cuando venga el Hijo de hombre, ¿creen ustedes que encontrará la fe sobre la tierra?’”  Hoy en día muchos han abandonado la fe de sus antepasados.  Aunque algunos reclaman que todavía creen en Dios, no quieren someterse a su voluntad como es encontrada en la Biblia.  Se sospecha que tampoco rezan mucho en casa.  Entre ellos a lo mejor se encuentran nuestros hijos e hijas, nietos y nietas, parientes y amistades.  Nos preguntamos: “¿Qué podríamos hacer por ellos?” Claro que deberíamos apuntarles a Cristo por vidas rectas y santas.  Pero, aún más urgente, es la oración persistente.  Tenemos que rezar persistentemente que vean la luz verdadera que es Cristo.

PARA LE REFLEXIÓN: ¿Qué pasó después de rezar persistentemente para una cosa?

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