El domingo, 23 de octubre de 2022

 TRIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO

(Eclesiástico 33:1-7.17-18.19.23; II Timoteo 4:6-8.16-18; Lucas 18:9-14)

Al final de los evangelios de Mateo, Marcos, y Lucas Jesús deja a sus discípulos una misión.  Ellos son de predicar su nombre en todas partes del mundo.  Por eso, algunos dicen que la Iglesia no tiene una misión; más bien, es misión.  Los papas han recalcado la necesidad de misiones por designar un domingo cada año, el Domingo mundial de las misiones.  Se celebra ahora el penúltimo domingo del mes de octubre.

Este año el papa Francisco da el tema para el Domingo de misiones la frase de Jesús antes de ascender al cielo, “’…que sean mis testigos’”.  Quiere que todos, y no solo los misioneros a países extranjeros, demos testimonio a Jesús.  Nuestra sociedad, cada vez más secularizada, necesita nuestros esfuerzos para que encuentre a Cristo.  La gente no va a recibir huellas de él en los cines y periódicos.

Como modelo del testimonio a Cristo tenemos a Pablo.  En la segunda lectura él dice que ha sido fiel en la misión de proclamar la salvación de Cristo a los paganos.  Cuando considerara su logro, aun la persona cínica quedaría asombrada. Pablo siempre se arriesgaba su vida. Aunque los caminos romanos fueron bien construidos, no eran protegidos de ladrones.  Además, experimentó naufragios, apedreado, y azotes.  Sufrió varios tipos de inconvenientes e insultos.  Pasó las noches expuesto a los elementos, sean fríos o calorosos, nevados o lluviosos.  Trabajó para su comida y su alojamiento cuando el segundo estaba disponible.  Aguantó la burla de los griegos y el desdén de los judíos por proclamar al crucificado como el Señor. 

¿Cómo Pablo podía sufrir tanto?  ¿Fue simplemente porque Jesús le apareció y le encargó una misión?  No, por una persona tan inteligente y razonable que parece en sus cartas, estos motivos no convencen.  Lo que impulsó a Pablo a sacrificar su vida hasta el martirio en Roma era el amor que compartía con Jesús.  Lo amó como su libertador, como el que lo rescató del odio y de error.  Aún más palpable era el amor de Cristo que Pablo sintió en su corazón.  Como escribió a los romanos: “…estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro”.

Este amor nos trae a la misa.  Buscamos a aquel que nos da su cuerpo para sostenerse en la lucha de vivir como hijas e hijos de Dios.  Es de nosotros para responder a este amor por asumir un papel en la misión de proclamar su nombre al mundo.  Siempre la Iglesia ha contado con los laicos por los aportes de oración y dinero para adelantar la misión apostólica.  Ahora con menos religiosas y sacerdotes hace falta el testimonio de los laicos.  El mundo debe escuchar el testimonio de personas como el beato Carlos Manuel Rodríguez, el laico puertorriqueño que condujo a muchos universitarios al entendimiento más profundo de Cristo y la Iglesia.  Requiere ejemplo de la valentía moral de la italiana santa Gianna Molla que murió de cáncer en lugar de abortar a su hijo cuando recibiendo tratamientos. 

Aunque sea necesario el testimonio de vida, no se puede dejar dando testimonio con palabras.  El mismo Pablo dice: “…la fe viene de la predicación, y la predicación, por la palabra de Cristo” (Rom 10,17).  Se vio enfrente de la iglesia una laica con micrófono atestiguando a Cristo.  Aunque no queremos criticar a tales esfuerzos, no creemos que sean efectivos.  Pero lo que es eficaz es la explicación del evangelio a nuestros niños en casa.  Por eso, podemos salvar a ellos junto con nosotros mismos.

PARA LA REFLEXIÓN: Nombra a una persona que da buen testimonio de Cristo con su vida.

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