VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO ORDINARIO
(II Reyes
5:14-17; II Timoteo 2:8-13; Lucas 17:11-19)
Solo en
tiempos recientes se han reconocido los derechos humanos. Después de la Segunda Guerra Mundial las
Naciones Unidas promulgó la Declaración Universal de Derechos Humanos. Todo el mundo ya puede reclamar la libertad
de religión, de expresión, y de educación.
Tenemos que afirmar la conciencia despertada a los derechos humanos como
un paso adelante gigante para asegurar la dignidad de cada persona humana. Sin embargo, no podemos decir que la
reivindicación de derechos no haya llevado dificultades.
Hoy día el
énfasis en derechos humanos a menudo ha contribuido a la preocupación excesiva
con el yo. Con demasiada frecuencia la
persona reclamando un derecho, sea verdadero o fingido, se olvida de los demás. Se ve esta tendencia más dramáticamente en
los llamados derechos reproductivos.
Hombres tanto como mujeres insisten que la madre tiene derecho de
abortar a la criatura en su seno sin reconocer el derecho de la criatura a la
vida.
Otro
resultado desafortunado que ha conllevado el reclamo de derechos ha sido el
olvido de la gratitud. Sintiendo sus
derechos de comida, de salud, y de mil otras cosas, algunos no se paran a decir
“gracias” a sus benefactores. Es el tema
del evangelio hoy. De los diez leprosos
curados por Jesús solo el samaritano regresa para agradecerle. Sí los nueve leprosos judíos van a ver un
sacerdote como Jesús mandó, pero ¿no tienen ni un tempito para agradecer a
Jesús primero?
La gratitud
por lo que se recibe nunca nos disminuye.
Al contrario, nos engrandece.
Proclama la verdad que la vida “no es propiedad inalienable para ser
defendida a todos costos sino un don para ser compartida”. Jesús mismo nos enseñó esto la noche anterior
de su crucifixión. Nos dio la
eucaristía, palabra que significa “dar gracias”, cuando compartió con sus
discípulos su cuerpo y sangre.
Aun en
tiempos duros podemos ser agradecidos.
Hay un dicho antiguo: “Lloré porque no tenía zapatos hasta que encontré
a una persona sin pies”. La vida misma,
como se ha indicado, es un don. También
es don el sol para calentarnos y el agua para refrescarnos. Todo esto no dice nada de la herencia humana
que se nos ha dejado: el sistema eléctrico, las carreteras, los monumentos, y
los huertos.
En la
primera lectura el general siriano muestra la gratitud apropiada a Dios por los
dones de la vida y de la salud. Lleva la
tierra de Israel a casa para darle al Señor de Israel el culto debido. El gesto es extraordinario porque el hombre
es extranjero con poco conocimiento de la fe de Israel. Por la misma razón llama nuestra atención la
fe expresada por el leproso samaritano que se postra delante de Jesús como el
representante del verdadero Dios. Como
recompensa de esta fe recibe el don de la salvación. Se puede decir que diez leprosos son curados
de enfermedad, pero solo el samaritano que agradece a Jesús es salvado
¡Que no
limitemos nuestro agradecimiento al Día de la Acción de Gracias! ¿Cuándo son otros momentos de agradecer a
Dios? La costumbre antigua es agradecer
a Dios por una bendición antes de comer.
Ahora se urge esta muestra de gracias en público como un modo de
evangelizar. No hay mejor manera de
terminar el día que dar gracias a Dios por todas las bendiciones que hemos
recibido y pedir perdón por todas nuestras faltas. También podemos dar gracias a Dios por un día
nuevo cuando nos levantamos de la cama.
Sobre todo, el agradecimiento debe ser tanto en nuestras mentes como en
nuestros corazones cuando cada vez que entremos en el templo para la santa
misa.
REFLEXIÓN:
¿De qué soy más agradecido? ¿A quién
expreso mi agradecimiento?
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