TRIGÉSIMO PRIMERO DOMINGO ORDINARIO
(Sabiduría
11:22-12:2; II Tesalonicenses 1:11-2:2; Lucas 19:1-10)
Hay muchas historias
del San Juan Pablo II que llaman la atención.
La Jornada Mundial de la Juventud, 2002, ocasionó una de las mejores. El papa Juan Pablo llega a Toronto para estar
con innumerables jóvenes por la última vez en su vida. Tiene ochenta y dos años y mira, con cara
hinchada y distorsionada, como tiene aún más. En la misa de clausura con casi
un millón de personas asistiendo está una joven de veinte y cuatro años. Ella es alcohólica, adicta de heroína y
prostituta. Le cuenta a sí misma que
quiere morir. Solo porque algunos
jóvenes en la parroquia cerca de ella le ayudaron, podía ella llegar al
evento. Entonces su vida cambia. Como si estuviera dirigiéndose solo a ella,
escucha al papa diciendo que le ama.
Muchos hombres le han dicho que la aman, pero en este caso -- dice ella después
-- el hombre lo habló en serio. Además,
le dice el papa que Dios, quien hizo todas las estrellas en el cielo, le ama
también. Le ama tanto que quiera que
ella pase toda la eternidad con Él. Al
escucharlo, la joven no más quiere morir; al contrario, ya quiere vivir. Como Jesús en el evangelio hoy, san Juan
Pablo II era persona capaz de cambiar las vidas de gente.
A través
este Evangelio de Lucas simplemente la presencia de Jesús resulta en bienes. Al principio, dentro del vientre de María su venida
causa a la criatura dentro de Isabel saltar de alegría. Al final, por haber conocido a Jesús, Pilato
y Herodes, que eran enemigos, se hacen amigos.
Según el discípulo en el camino a Emaús, Jesús es “un profeta poderoso
en obras y palabras”. No obstante, es también
tan misericordioso como una mamá a su último hijo. Recordamos cómo Jesús resucitó al hijo de la
viuda en luto y cómo sanó la oreja del criado en el Jardín de Olivos. Como siempre, san Pablo tiene palabras provechosas
para describir el efecto de Jesús. Escribe: “…todo me parece una desventaja
comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor”. Como fue a encontrar a Pablo en el camino a
Damasco, Jesús busca a Zaqueo en el evangelio hoy.
Tenemos que
entender el tipo de persona Zaqueo es.
No es el “buen publicano” listo para ayudar a los pobres. Más bien, es “jefe de publicanos”,
probablemente el que sabe lo mejor cómo estafar a la gente y como defender sus
crimines con mentiras. Quiere ver a
Jesús no porque es santo sino porque es un celebre. Como es ver al rey de Inglaterra cuando viene
a tu país, ver a Jesús es la cosa que hacer este dichoso día en Jericó. Pero el encuentro con Jesús cambia a Zaqueo
para siempre. No más va a extorsionar
nada de nadie. Más bien va a restituir
cuatro veces lo que haya defraudado en el pasado y dar la mitad de sus bienes a
los pobres.
Jesús viene
en búsqueda a cada uno de nosotros. Hay
historias de sus apariencias a personas como Santo Tomás de Aquino cuando, según
un reportaje, le habló del crucifijo.
Más común pero todavía poderosa es la presencia de Jesús sentida en
programas como el Camino de Emaús. A
menudo Jesús nos llega por las palabras del evangelio o por el conocimiento de
una persona santa. Sin embargo, el modo preferido
de Jesús para acercarnos es a través de los sacramentos. Como se dice, “Cuando alguien te bautiza, es
Cristo quien te bautiza”. Sí la fe es
necesaria para reconocerlo. No obstante,
está allí.
De los siete sacramentos el más reconocido por encontrar a Jesús es definitivamente la Eucaristía. Aquí lo tenemos primero en nuestra mano, entonces lo consumimos. El resultado no es que él se haga como nosotros sino al contrario. Nosotros nos convertimos como él. Ya en tiempo de Halloween podemos pensar en el pan y vino como un disfraz que Jesús lleva para acercarse a nosotros. En este caso él no quiere tomar chocolates de nosotros. Más bien, quiere compartir su vida con nosotros.Para la reflexión: ¿Jamás has sentido la presencia de Jesús? Describe la experiencia.
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