TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO ORDINARIO
(Malaquías
3:19-20; II Tesalonicenses 3:7-12; Lucas 21:5-19)
Hace
setenta y cinco años los científicos atómicos inventaron el Reloj del
Apocalipsis con el intento de evitar una catástrofe nuclear. El concepto del Reloj es sencillo. Cuando en el juicio de los científicos hay
más posibilidad de una guerra nuclear, adelantan el reloj más cerca a
medianoche. Por supuesto, medianoche es
símbolo para el fin del mundo. Durante
la Guerra Fría el reloj estaba cerca de la hora funesta. Pero según este reloj el fin nunca ha sido
más próximo que ahora. Seguramente es
razonable. Rusia ha dicho que puede usar
bombas nucleares en Ucrania. China está
amenazando Taiwán, un aliado cercano de Los Estado Unidos. También Corea Norte tiene bombas nucleares, e
es posible que Irán las tenga pronto.
¿Estamos
llegando al momento de la destrucción completo de que Jesús habla en el
evangelio hoy? Seguramente unos de los
signos se han realizado. Las naciones se han levantado contra otras. También, ha habido la pandemia de Covid con
terremotos como él que causó gran daño en Puerto Rico hace tres años. Además, siguen persecuciones contra
cristianos. Hace unos meses algunos
terroristas musulmanes masacraron a cincuenta personas en una iglesia nigeriana. No tan severo pero también preocupante es la
crítica intensa contra algunas organizaciones católicas como los Caballeros de
Colón. Por oponerse a aborto como la toma de una vida inocente y por declarar
que el matrimonio es unión de un hombre y una mujer, la Iglesia encuentra el
desdén de muchos. Ahora no solo rodean
sus ojos sino buscan maneras para coaccionar a miembros conformarse con las
ideas corrientes. Un cardinal
norteamericano hace doce años dijo que esperaba morir en una cama, pero su
sucesor moriría en la prisión, y el sucesor de él moriría como mártir en la
plaza pública. El cardinal estaba exagerando,
pero hemos visto la denuncia contra la Iglesia creciendo.
Tenemos que
prepararnos para la persecución, no con armas de acero sino del Espíritu Santo. Tenemos que formar el hábito de rezar
frecuentemente. Si no lo hacemos, es
posible que dejemos la fe bajo la persecución.
También tenemos que desarrollar la fortaleza que confía en las palabras
de Jesús. Como él dice en el evangelio
hoy, nos dará palabras sabias para refutar nuestros adversarios. Además, queremos estudiar la palabra de Dios
para que conozcamos a Jesús como nuestro compañero y sus ideas como nuestras
mismas.
Ya no es
tiempo de retirarnos pensando que Cristo esté tan cerca que vaya a rescatarnos de
estos desafíos. Esto es el pretexto de
los ociosos en la segunda lectura. Lo
rechaza completamente San Pablo cuando dice que los que no quieran trabajar, no
deberían comer. Más bien, Pablo quiere
que los tesalonicenses imiten su ejemplo de trabajar por el bien de la
comunidad. Aún más importante, que
sigámonos a Pablo en su afán de dar testimonio a Jesucristo. En Jesús no solo tenemos un profeta que nos
cuenta la voluntad de Dios. Tenemos
también a un salvador que se nos entregó para liberarnos del pecado.
¿Preferíamos
que el mundo termine más tarde o más temprano?
Parece que es mejor que se haga más temprano porque queremos estar con
el Señor cuanto antes. Sin embargo, no
queremos que sea terminado con una bomba nuclear. De todos modos, cuando venga el Señor Jesús
que nos encuentre dando testimonio de él.
Tanto con obras como con palabras que demos testimonio a él.
PARA LA
REFLEXIÓN: ¿He visto la crítica intensa contra el cristianismo? ¿Si la he visto, Cómo reaccioné a esta
crítica?
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