El domingo, 25 de diciembre de 2022

 La Natividad del Señor, Misa de medianoche

(Isaías 9:1-3.5-6; Tito 2:11-14; Lucas 2:1-14)

El nacimiento de Jesús en el Evangelio de San Lucas comienza por mencionar el imperador romano César Augusto.  No era un emperador fulano sino el que fue acreditado de asegurar la paz mundial.  San Lucas está sugiriendo una comparación entre este emperador de la paz y Jesucristo, el Príncipe de la paz.  Augusto tiene sus ejércitos para pacificar sublevaciones a través del mundo.  Jesús trae consigo al Espíritu Santo para tranquilizar el corazón humano.  En lugar de desear oro, el corazón que permite entrar al Espíritu anhela la alegría del amor.

No obstante, al mundo hoy día le hace falta un pacificador como César Augusto.  Hace dos semanas se encontró el papa Francisco llorando en público sobre la guerra en Ucrania.  Allá millones de personas sufren no solo el frío del invierno sin luz sino también la ansiedad de no tener alivio en vista.  ¿Quién puede traer la paz al mundo actual?  ¿No serán hombres y mujeres cuyos corazones han sido abiertos al sacrificio por la gracia del Espíritu?

También María llama la atención en este retrato del nacimiento de Jesús.  Ella tiene el valor para acompañar a José de Nazaret a Belén mientras está encinta.  Parece que a ella no le importa que no hay espacio para su familia en la posada.  En lugar de preocuparse de ello, se enfoca en el bienestar de su hijo.  Le ha preparado los pañales en anticipación amadora.  Cuando nace, le recuesta en un pesebre.  Ella y José le dan algo más sustancial que una cuna como apoyo.  Lo adoran. 

Al mundo actual a menudo le hace falta este tipo de entrega personal.  Porque desean carreras, lujos, y la independencia para hacer lo que les guste, muchos jóvenes no quieren hijos.  O si los quieren, planean en uno o, al máximo, dos.  Es preocupante porque no se sabe lo que pasará en cuarenta y cincuenta años.  Muchos de ellos van a experimentar la soledad.  También es probable que sentirán desconcertados por ver sus comunidades deshacer y ser reemplazadas por personas de otras culturas.

Los ángeles y su mensaje forman una última cosa para considerar aquí.  Un ángel anuncia la buena nueva del nacimiento del Salvador.  Entonces se le unió una multitud de creaturas celestiales para proclamar la gloria a Dios y “paz a los hombres de buena voluntad”.  Por siglos se ha preguntado quienes son estos hombres y mujeres “de buena voluntad”.  ¿Ellos son todas las mujeres y hombres del mundo?  O ¿pueden ser un grupo especial elegido por Dios? 

La mejor respuesta al interrogante es asociada con lo que San Lucas escribe en su narrativa del bautismo de Jesús.  Allá la voz de Dios dice del cielo: “Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco”.  Los hombres y mujeres “de buena voluntad” son aquellos que complacen a Dios como Jesucristo.  Por eso, nosotros tenemos razón de estar en paz cuando nos esforzamos hacer la voluntad de Dios Padre.

La historia de Lucas termina con los ángeles en el cielo cantando: “Gloria a Dios…”  ¿Cómo no podría tener la gloria cuando se ven sus creaturas en la tierra abriendo sus corazones al Espíritu Santo?  ¿Cómo no podría tener la gloria cuando mujeres y hombres dan a sus familias la prioridad sobre la independencia propia?  Y ¿cómo no podría tener la gloria cuando tratamos de complacerlo con toda nuestra fuerza?  Sin embargo, la gloria es de Dios no por nuestros esfuerzos sino por su amor para nosotros.  Él nos ha enviado su propio Hijo para que conozcamos Su amor.

Para la reflexión: ¿Pongo la prioridad en mi familia sobre mis propias intereses?

No hay comentarios.: