El domingo, 11 de diciembre de 2023

 TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 35:1-6.10; Santiago 5:7-10; Mateo 11:2-11)

Deberíamos aprovecharnos de esta oportunidad en medio de ambas la competición de la Copa Mundial y la temporada de Adviento para hacernos una pregunta.  Será la misma pregunta que los discípulos de Juan el Bautista proponen a Jesús en el evangelio hoy: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”  Es decir, ¿es Jesús el que esperamos o deberíamos mirar al otro para cumplir nuestros deseos más hondos?

Por supuesto, la respuesta tiene que ver con lo que buscamos en la vida.  Algunos anhelan no mucho más que la emoción que se tiene cuando la selección de su nación gana el campeonato.  Es posible que Jesús fuese un atleta dotado, pero en ningún versículo de los evangelios se dice que ganó a nadie en deportes.  Aquellos de nosotros que desean la Copa Mundial tendrán que esperar a otro.

En el primer siglo muchos judíos esperaban la venida de un mesías político que podía entregar a su pueblo del predominio romano.  Es posible que Juan pensara así.  De todos modos, hoy día muchos quieren a un líder político que pueda reformar a la sociedad en el modo que les conviene.  Los tipos liberales querrían a un mandatorio que defienda los llamados “derechos procreativos” y los derechos migratorios.  Asimismo, los conservadores tendrían a un líder que mantenga intacta la cultura tradicional.  Sin embargo, personas con este género de esperanza serán desilusionados con Jesús.  Él severamente rechazó la idea que fuera mesías político.

Aún otros ven la salvación en la persona que pueda satisfacer todas sus necesidades íntimas.  Quieren a un rico o una rica con buena apariencia y finas sensibilidades.  Jesús tampoco cumplirá este esquema porque su misión es para el mundo entero.

Jesús no cumple ninguno de estos afanes.  Ha venido, como él declara a los discípulos de Juan, para que los ciegos vean y los cojos anden, para que los muertos resuciten y los pobres reciban la buena noticia.  Entonces, no viene para los de la clase media o los sanos, gente como la mayoría de nosotros, es cierto ¿no? No es.  Hay una estadística, ciertamente verdadera, que dio un psicólogo famoso: “Uno de cada uno de nosotros está sufriendo.”  Uno de cada uno de nosotros se ha sentido abandonado, agotado, o herido, en una ocasión u otra con repercusiones que persisten hasta ahora.  En verdad Jesús ha venido para cuidar a todos nosotros.  

¿No es que somos ciegos espiritualmente cuando pensamos si Dios existe, Él perdonará todos mis pecados confesados o no? Una mirada al evangelio abrirá nuestros ojos.  En ello Jesús nos muestra no solo que Dios existe sino también que tiene tanto amor para nosotros que siempre queramos a complacerlo.  Deberíamos confesar todos nuestros pecados y confiar en su misericordia. ¿No es que somos sordos espiritualmente cuando no queremos escuchar las penas y tristezas de otras personas? Otra vez el evangelio presenta a Jesús recibiendo a todos en su compañía y pidiendo que hagamos lo mismo.  ¿No es que somos muertos espiritualmente cuando siempre busquemos el placer propio y no lo bueno, lo verdadero y lo eterno?  Un hombre pasaba muchos fines de semana del otoño cazando.  Le gustaba sentarse en un escondido aguardando un venado.  Un sábado el hombre estaba en el campo con su rifle.  Se le ocurrió que su vida faltaba algo necesario: una relación con el que creó la tierra y todo lo que tiene.  El cazador se paró y regresó a su parroquia para confesarse.  Ahora vive feliz como laico comprometido.

Este hombre junto con todos nosotros espera el regreso del Señor Jesús.  Que no dudemos que llegará porque lo ha prometido.  Como dice Santiago en la segunda lectura, necesitamos a esperar con la paciencia de labradores aguardando la cosecha.  Entretanto, es de nosotros preparar la tierra para el Reino de Dios.  Quebramos los terrones con oración y sembramos las semillas de bondad y amor. Entre todos sembramos semillas de bondad y amor.

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