LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
(Hechos
1:1-11; Efesios 1:17-23; Mateo 28:16-20)
Hoy
celebramos una de las fiestas más grandes del año litúrgico. La Solemnidad de la Ascensión cumple la
segunda parte del triunfo de Jesucristo sobre la muerte. Como profesamos en el Credo: “…resucitó al
tercer día…y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre…” Con la
presencia de Jesús, el Padre enviará al Espíritu Santo a sus seguidores para
cumplir la victoria.
Por un
momento nuestra postura hacia la Ascensión es la de los apóstoles en la primera
lectura. Quedamos en asombro pensando en
la gloria de Dios en el cielo. Sin
embargo, como los ángeles despiertan a los once a acción, nosotros deberíamos
considerar lo que significa la Ascensión hoy día. El evangelio hoy nos ayuda con esta tarea.
El pasaje
constituye el mero fin del Evangelio según San Mateo. Jesús ya ha resucitado y ascendido al cielo.
Ahora aparece a sus discípulos como prometido desde el descubrimiento del
sepulcro vacío. Ellos acuden a la
montaña designada. Cuando ven a Jesús,
se postran en adoración. Sin embargo,
algunas de ellos dudan (una mejor traducción que “titubean”) que sea él. Son como muchos hoy en día que dicen nunca ha
pasado que una persona haya resucitado de la muerte. Por supuesto, la resurrección de Jesús es un
evento único en la historia posibilitado por su relación al Padre como Hijo
unigénito.
La segunda
lectura cuenta que Jesús, sentado a la derecha del Padre, tiene todo poder en
el cielo, la tierra y también en el futuro.
Porque Jesús dice a los apóstoles que se le ha dado todo poder, sabemos
que ya ha ascendido al cielo. Se usará
el poder por el bien de todos. Esto es por
qué dice a sus apóstoles: “’Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones'”. Es el primer paso de su plan para renovar el
mundo en el amor.
Esta frase se
da eco al final de cada Eucaristía. Después
de la bendición, el sacerdote o diácono siempre dice: “Pueden ir en paz” a
veces añadiendo “y anuncien el evangelio”.
Jesús nos envía hoy como a sus apóstoles a evangelizar los habitantes
del mundo. Se lleva a cabo esta misión
por “’enseñándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado’”. Tenemos el Sermón del Monte como modelo de la
anchura y la profundidad de esta tarea.
La enseñanza incluirá amando a los demás hasta el enemigo, practicando el
pudor hasta cerrar ojos lujuriosos, complaciendo a Dios hasta rehuir los
elogios, y ejerciendo la justicia hasta que la sociedad brille con la rectitud.
Pero todavía
la misión no es completa. Jesús agrega
la necesidad de bautizar a la gente que presta atención a su palabra. El bautizo forma una nación espiritual por
encima de las diferentes culturas y pueblos que comprenden el mundo. Es hacer un cuerpo – la Iglesia – con Cristo
como cabeza para fomentar la paz en todas partes.
Aún más que
nosotros, Jesús se da cuenta de la enormidad de esta misión. Involucrará a miles de millones de gentes por
generaciones, siglos, y ahora aun milenios.
Por eso, Jesús no demora de decir: “’…estaré con ustedes todos los
días…’” Cumple esta promesa por enviar
el Espíritu Santo el cual efectúa su presencia.
El Espíritu nos anima con la memoria de Jesús, y nos mueve a recurrir a Jesús
en el apuro. Sobre todo, el Espíritu
Santo transforma el pan y vino en su cuerpo y sangre para fortalecer nuestra
debilidad.
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