SEXTO DOMINGO DE PASCUA
(Hechos
8:5-8.14-17; I Pedro 3:15-18; Juan 14:15-21)
Hemos
escuchado rumores del Día de las madres por más de dos semanas. Parece que las promociones en los periódicos
han intentado vender cosas tan diversas como tacos y Toyotas al nombre de
nuestras madres. Hoy escuchamos rumores
del Espíritu Santo en el evangelio.
Dentro de quince días vamos a estar celebrando Pentecostés, su día
particular. Tal vez deberíamos hacer
caso cercano a lo que los rumores nos dictan ya que el Espíritu Santo es Dios.
Jesús dice
que cuando vaya a su Padre, le pedirá que nos mande "otro Paráclito",
el Espíritu Santo. Puede que este
término “paráclito” nos resulte extraña.
Queremos preguntar: ¿qué es un paráclito? Y si el Espíritu Santo es otro
paráclito, ¿quién fue el primero? El paráclito
es la palabra griega de un abogado o defensor jurídico. En cualquier sociedad donde se escrudiña el
cristianismo (como es desafortunadamente en nuestra), es necesario tener a un
abogado capaz. Mientras Jesús está con
sus discípulos, él ha actuado como su defensor.
Recordamos cómo él defendió a sus discípulos de las acusaciones de los
fariseos que trabajaban el día del reposo.
Ahora el Espíritu los defenderá.
Por
supuesto, el Espíritu Santo no tiene forma humana. No puede alzar una voz como un abogado en la sala
de corte. Más bien penetra la atmósfera
con su presencia arreglando los procedimientos e inspirando a sus clientes. La
primera lectura cuenta de los apóstoles imponiendo las manos sobre los
conversos samaritanos para que el Espíritu les guarde de volver caerse bajo el
hechizo de espíritus inmundos. La
segunda lectura no lo menciona, pero es el Espíritu Santo que inspirará a los
cristianos cómo “dar … las razones de su esperanza”.
Jesús
promete el Espíritu bajo una condición.
Sus discípulos tienen que guardar sus mandamientos. En este evangelio de San Juan el único
mandamiento mencionado es el amor a uno a otro como Jesús ama a todos. A la primera vista no parece muy difícil
obedecer este mandamiento. Pues todos en
la comunidad tienen la misma formación básica y profesan la misma fe. Sin embargo, sabemos que las envidias y
rivalidades pueden asomarse entre las mejores personas. El amor requiere que nos humillarnos como
Jesús lavando los pies de sus discípulos.
Necesitamos del Espíritu Santo para enfrentar los miles de desafíos de una sociedad poscristiana. Al ver a nuestros vecinos pasar la mañana del domingo relajándose, nos preguntamos por qué debemos asistir a misa. Al leer en el periódico sobre los llamados derechos al aborto y al matrimonio homosexual, nos desafiamos a nosotros mismos a responder de manera convincente a las premisas falsas de estos reclamos. El Espíritu viene en nuestra ayuda. Él nos presenta la verdad del Padre y del Hijo para que no les fallemos en nuestra vida. Él nos inspira con entendimiento y sabiduría para que nuestras palabras estén en el blanco y nuestras acciones sean consistentes con ellas.
En los
Hechos de los Apóstoles hay una referencia al Espíritu Santo que es tanto
entretenida como característica de nuestra situación hoy día. San Pablo pregunta a algunos discípulos que
se si recibieron el Espíritu cuando abrazaron la fe. Ellos responden que ni siquiera han oído del
Espíritu Santo. Aunque todos cristianos hoy
hayan oído del Espíritu Santo, no todos han aprovechado de su apoyo. Queda con
nosotros para defendernos en nuestros apuros.
Podemos contar con la ayuda del Espíritu Santo.
Para la reflexión: ¿Cómo estoy retado a defender mi fe?
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