El domingo, 27 de agosto de 2023

 EL VIGÉSIMO UNO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 22:19-23; Romanos 11:33-36; Mateo 16:13-20)

El evangelio hoy nos confronta con dos preguntas básicos: ¿Quién es Jesús? y ¿Por qué pertenecer a la Iglesia?  Nuestras respuestas a estos interrogantes deberían llenarnos con urgencia a vivir la fe.  Si no es el caso, estamos perdiendo tiempo acudiendo la misa.

Hoy en día casi el mundo entero reconoce a Jesús precisamente como sus discípulos responden a su pregunta: "Quien dice la gente es el Hijo del Hombre"?  En todas partes se lo ve como como gran profeta. Aun los musulmanes lo reconocen así.  El gran líder hindú, Mahatma Gandhi, escribió que había tenido un concepto malo de Jesús por las experiencias malas con los cristianos como joven.  Entonces leyó el Sermón en el Monte y reconoció la grandeza de Jesús.  Sin embargo, si Jesús es solo un profeta, si sus logros se limitan solo a sus palabras, él no valdría nuestra sumisión.  Podríamos aceptar sus declaraciones que parecen atinadas y rechazar las que parecen superadas. 

Sin embargo, el evangelio hoy reclama que Jesús es más que un profeta.  Inspirado por el Espíritu Santo, Simón, hijo de Juan, le declara “’el Mesías, el Hijo de Dios vivo’”.  Esto quiere decir que Jesús es el ungido por Dios tan esperado en Israel. Es el rey que finalmente ha llegado para recrear el mundo con la justicia.  Viene para establecer el orden recto entre hombres y mujeres cuyos valores han sido distorsionados por las fuerzas de la maldad.  Como dice el profeta Isaías, “’El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vender los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor…’”

A tal rey debemos no solo la admiración sino la fidelidad.  Nos ilumina con sus enseñanzas cómo navegar entre los escollos del orgullo y lujuria.  Aún más significativo nos fortalece espiritualmente con sus sacramentos para llegar a nuestro destino, la relación íntima con Dios.  Servir a este rey no constituye una pesa sino un gozo porque nos concede su amistad.

El evangelio hace hincapié en Simón, el hijo de Juan, tanto como en Jesús.  Porque responde correctamente al interrogante de Jesús, él se comisiona como su segundo.  Él tiene que llevar adelante a su comunidad de fe.  Su asignación significa el reemplazamiento de los fariseos y escribas como los intérpretes oficiales de la palabra de Dios.  Es la Iglesia y sobre todo los sucesores de Simón que van a servir como los intermedios entre Dios y la humanidad.  Con el nuevo cargo, Simón recibe un nombre apropiado a su oficio.  Es “Pedro”, que significa piedra o roca, el fundamento de la Iglesia.

Nos preguntamos si continua la autoridad de la Iglesia después de tantos errores hechos no solo por los clérigos sino aun por los sucesores de San Pedro. Tanto como Simón Pedro hará equivocaciones como persona humana, no podemos esperar la perfección de sus sucesores.  Pero en cuanto a la doctrina, el obispo de Roma ha mostrado una consistencia notable en mantener las enseñanzas de Jesús por casi dos mil años.  Ha habido lapsos en la santidad de los papados, pero también es impresionante cómo los desvíos del camino recto no han resultado en la pérdida permanente de la justicia.

Todos nosotros conocemos a personas que han dejado la Iglesia.  Nos hacen preguntarnos qué pasaría si nosotros también fuéramos a dejar de acudir a la misa.  A lo mejor nos sentiríamos solitarios como cuando nos mudemos a otro país. Perderíamos la cercanía de un amigo sensato y cuidador.  Jesús se encuentra en los evangelios, pero se nos aproxima sobre todo en los sacramentos de la Iglesia.  Allí lo encontramos como salvador y sustento, unificador y sanador.  Nuestras vidas serían carentes sin estos medios de encuentro.

PARA LA REFLEXIÓN: ¿Para ti quién es Jesús?  Describe tu relación con Jesucristo.

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