EL VIGÉSIMO UNO DOMINGO ORDINARIO
(Isaías
22:19-23; Romanos 11:33-36; Mateo 16:13-20)
El
evangelio hoy nos confronta con dos preguntas básicos: ¿Quién es Jesús? y ¿Por
qué pertenecer a la Iglesia? Nuestras
respuestas a estos interrogantes deberían llenarnos con urgencia a vivir la fe. Si no es el caso, estamos perdiendo tiempo
acudiendo la misa.
Hoy en día
casi el mundo entero reconoce a Jesús precisamente como sus discípulos
responden a su pregunta: "Quien dice la gente es el Hijo del
Hombre"? En todas partes se lo ve
como como gran profeta. Aun los musulmanes lo reconocen así. El gran líder hindú, Mahatma Gandhi, escribió
que había tenido un concepto malo de Jesús por las experiencias malas con los
cristianos como joven. Entonces leyó el
Sermón en el Monte y reconoció la grandeza de Jesús. Sin embargo, si Jesús es solo un profeta, si
sus logros se limitan solo a sus palabras, él no valdría nuestra sumisión. Podríamos aceptar sus declaraciones que
parecen atinadas y rechazar las que parecen superadas.
Sin
embargo, el evangelio hoy reclama que Jesús es más que un profeta. Inspirado por el Espíritu Santo, Simón, hijo
de Juan, le declara “’el Mesías, el Hijo de Dios vivo’”. Esto quiere decir que Jesús es el ungido por
Dios tan esperado en Israel. Es el rey que finalmente ha llegado para recrear
el mundo con la justicia. Viene para
establecer el orden recto entre hombres y mujeres cuyos valores han sido
distorsionados por las fuerzas de la maldad.
Como dice el profeta Isaías, “’El espíritu del Señor está sobre mí,
porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los
pobres, a vender los corazones heridos, a proclamar la liberación a los
cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del
Señor…’”
A tal rey
debemos no solo la admiración sino la fidelidad. Nos ilumina con sus enseñanzas cómo navegar
entre los escollos del orgullo y lujuria.
Aún más significativo nos fortalece espiritualmente con sus sacramentos
para llegar a nuestro destino, la relación íntima con Dios. Servir a este rey no constituye una pesa sino
un gozo porque nos concede su amistad.
El
evangelio hace hincapié en Simón, el hijo de Juan, tanto como en Jesús. Porque responde correctamente al interrogante
de Jesús, él se comisiona como su segundo.
Él tiene que llevar adelante a su comunidad de fe. Su asignación significa el reemplazamiento de
los fariseos y escribas como los intérpretes oficiales de la palabra de
Dios. Es la Iglesia y sobre todo los
sucesores de Simón que van a servir como los intermedios entre Dios y la
humanidad. Con el nuevo cargo, Simón
recibe un nombre apropiado a su oficio.
Es “Pedro”, que significa piedra o roca, el fundamento de la Iglesia.
Nos
preguntamos si continua la autoridad de la Iglesia después de tantos errores
hechos no solo por los clérigos sino aun por los sucesores de San Pedro. Tanto como
Simón Pedro hará equivocaciones como persona humana, no podemos esperar la perfección
de sus sucesores. Pero en cuanto a la
doctrina, el obispo de Roma ha mostrado una consistencia notable en mantener
las enseñanzas de Jesús por casi dos mil años.
Ha habido lapsos en la santidad de los papados, pero también es
impresionante cómo los desvíos del camino recto no han resultado en la pérdida
permanente de la justicia.
Todos
nosotros conocemos a personas que han dejado la Iglesia. Nos hacen preguntarnos qué pasaría si
nosotros también fuéramos a dejar de acudir a la misa. A lo mejor nos sentiríamos solitarios como
cuando nos mudemos a otro país. Perderíamos la cercanía de un amigo sensato y
cuidador. Jesús se encuentra en los
evangelios, pero se nos aproxima sobre todo en los sacramentos de la
Iglesia. Allí lo encontramos como
salvador y sustento, unificador y sanador.
Nuestras vidas serían carentes sin estos medios de encuentro.
PARA LA
REFLEXIÓN: ¿Para ti quién es Jesús?
Describe tu relación con Jesucristo.
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