DECIMONOVENO DOMINGO ORDINARIO
(I Reyes
19:9.11-13; Romanos 9:1-5; Mateo 14:22-33)
Muchas
parroquias en las grandes ciudades de Europa y Norte América han experimentado
cambios drásticos en los últimos sesenta años.
Sus templos majestuosos, que una vez cabían miles de personas cada
domingo, ya quedan casi vacíos. Tenían a
varios curas, que pasaban muchas horas cada semana confesando y visitando a los
enfermos. Ahora el número de sacerdotes sirviendo
una parroquia se ha reducido en muchos casos a solo uno. Y a veces él pasa gran parte de su día cubriendo
las misas en dos o tres lugares. No es
exageración decir que la iglesia contemporánea está en una situación precaria
como la anticipada en el evangelio hoy.
Para
apreciar lo que esta lectura enseña, tenemos que entenderlo como representante
de la Iglesia en la segunda parte del primer siglo. La barca de los discípulos sacudida por las
olas simboliza la Iglesia amenazada por los varios retos de los tiempos
apostólicos. En Israel los cristianos
experimentaron el rechazo creciente particularmente después de la destrucción
del Templo en Jerusalén. Fueron echados
de las sinagogas donde habían rezado con los judíos que no creyeron en Cristo. Es cierto que los apóstoles tenían éxito evangelizando
a otros pueblos. Pero también es cierto que las antiguas comunidades cristianas
enfrentaban desafíos nuevos. Doctrinas
falsas, la impaciencia con la demora del regreso de Jesús, y la persecución a
veces severa pusieron en peligro el evangelio.
La lectura
muestra a Jesús viniendo para rescatar su Iglesia apurada. Misteriosamente llega para calmar los
elementos contrarios y asegurar a sus seguidores de su acompañamiento. Vemos algo ligeramente semejante ocurriendo
hoy en día en eventos como la Jornada Mundial de la Juventud. En Lisboa el Espíritu de Jesús apoyó la fe de
los millones ambos aquellos que participaron en los eventos y aquellos que los siguieron
por los medios. Particularmente la
presencia del papa, el vicario de Cristo, levantó el ánimo de la gente. Aunque ya es anciano, el papa Francisco tiene
un corazón tan esperanzador como lo del joven de veinte años.
Debemos
pensar en Pedro caminando sobre el agua como imagen de los altibajos de los
fieles siguiendo a Jesús. Le va bien a
Pedro cuando mantiene sus ojos fijos en el Señor. Pero tan pronto que le quite los ojos se
encuentra hundiéndose en las aguas caudalosas.
Hoy día tenemos que mantener la esperanza en las promesas que nos hizo
Jesús y la confianza en su apoyo. Con él
podemos transitar aún los problemas más grandes de la actualidad. No vamos a perder el camino a pesar del
acosamiento de los gobiernos, el desafecto de otros, aun las traiciones de
parte de los clérigos. Pero una vez que
abandonemos a Jesús como nuestra meta y nuestro apoyo, ya estamos derrotados. Para mantenernos sólidos en el camino debemos
enseñar su doctrina, practicar su caridad, y rezar al Padre en su nombre.
Los cambios
caracterizan la historia. Ahora vivimos
entre cambios tecnológicos que retan nuestras ánimas. ¿Pueden la inseminación artificial cambiar nuestro
entendimiento de la procreación como unión física entre un hombre y una mujer
con la ayuda de Dios? ¿Pueden la
inteligencia artificial cambiar nuestra vista del ser humano como la imagen de
Dios? No son inevitables estos desarrollos
siempre que mantengamos nuestros ojos fijos en Jesús.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario