El domingo, 21 de julio de 2024

Decimosexto domingo “durante el año” – b24 

(Jeremías 23:1-6; Efesios 2:13-18; Marcos 6:30-34)

En lugar de enfocar en el evangelio, hoy querría comentar acerca de la segunda lectura.  Saben ustedes que la segunda lectura de la misa dominical es casi siempre tomada de una carta apostólica.  La carta en cuestión ahora es la a los Efesios, el pueblo de una gran ciudad del Asia occidental. 

Estamos acostumbrados a oír que Pablo escribió la Carta a los Efesios.  Es verdad que la carta comienza con su nombre.  Sin embargo, los eruditos de la Biblia hoy en día dicen que el autor era un discípulo de Pablo que usó su nombre para llamar la atención de los lectores. (Sí nos parece extraña esta práctica, pero evidentemente no era mal vista en la antigüedad.) Aparentemente la carta fue escrita después de la muerte de Pablo porque indica una situación diferente del tiempo de su martirio.  No obstante, la Carta a los Efesios es considerada obra clave del Nuevo Testamento.

La lectura hoy hace hincapié en que Jesucristo vino para reconciliar a los pueblos judío y gentil en sí mismo.  Se expresa este concepto con una de las frases más bellas en todas las Escrituras: “… él es nuestra paz”.  Eso es, la muerte de Jesús en la cruz produjo la reconciliación con Dios en beneficio tanto de los gentiles como de los judíos.  Además, su muerte reconcilió a los dos pueblos entre sí. 

La reconciliación con Dios fue resultado del sacrificio del Dios-hombre.  Como hombre, Jesús representa toda la humanidad.  Por ser Dios, su entrega de su vida tiene ramificaciones universales.  Ya la pena acumulada por los pecados del mundo entero es cancelada.  Todas mujeres y hombres son justificados cuando se adhieren a Cristo.

Jesús logró la reconciliación entre los pueblos por su muerte sangrienta.  Cuando los dos pueblos ven a su Salvador, inocente de crimen pero colgado despiadadamente por los pecados de ellos, se comparten la miseria.  Es como la escena final del drama Romeo y Julieta.  Cuando las familias de los protagonistas reconocen que su hostilidad mutua causó la muerte de sus jóvenes amados, se prometen vivir siempre en paz.

Además, la resurrección y ascensión de Jesús ha suelto el Espíritu Santo para llamar a todos a la Iglesia.  Iniciados por el Bautismo y fortalecidos con la Eucaristía, nos vemos a uno a otro como un hermano o una hermana convocados a la unidad en la verdad y el amor.

Jesucristo se queda como la paz entre individuos y pueblos en nuestro mundo turbulento.  Las noticias están llenas de las diferencias significativas entre los progresistas y los tradicionales por toda la tierra.  Los progresistas quieren las fronteras abiertas a los inmigrantes mientras los tradicionales quieren construir muros para asegurar la patria.  Los progresistas quieren proclamar el aborto como derecho humano mientras los tradicionales desean hacer el aborto un crimen.  Los progresistas quieren prohibir la lectura de los libros sagrados en las escuelas mientras los tradicionales quieren garantizar la lectura de pasajes de sabiduría como los Diez Mandamientos.  La lista de discrepancias es larga, y las cuestiones son complicadas.  Pero lo más lamentable es que los dos lados están dispuestos a provocar motines si no logran sus objetivos.

Jesús nos produce la paz por ser un modelo del respeto a la autoridad.  Nunca pretendió que él fuera más grande que la ley civil.  Los progresistas y los tradicionales deben aceptar la voluntad de la mayoría en cuestiones civiles.  También Jesús es causa de la paz cuando apelamos a él que sane una situación deteriorada.  Tiene un infinito número de maneras para intervenir en las actividades humanas.  Siempre debe ser nuestro primer y último recurso en apuro.  Finalmente, Jesús es nuestra paz cuando tomamos a pecho su mandamiento del amor a los enemigos.  Haciendo pequeñas obras de bondad por aquellos que ven la vida de modo diferente seremos considerados como sinceros en nuestra preocupación por el bien común. 

De todos modos, no tenemos que preocuparnos indebidamente.  Jesús ha conquistado el mal, aunque esto no se vea siempre.  Su victoria puede tomar el resto de tiempo para hacerse evidente a todos.

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