Decimosexto domingo “durante el año” – b24
(Jeremías 23:1-6; Efesios 2:13-18; Marcos
6:30-34)
En lugar de enfocar en el evangelio, hoy querría
comentar acerca de la segunda lectura.
Saben ustedes que la segunda lectura de la misa dominical es casi
siempre tomada de una carta apostólica.
La carta en cuestión ahora es la a los Efesios, el pueblo de una gran
ciudad del Asia occidental.
Estamos acostumbrados a oír que Pablo
escribió la Carta a los Efesios. Es
verdad que la carta comienza con su nombre.
Sin embargo, los eruditos de la Biblia hoy en día dicen que el autor era
un discípulo de Pablo que usó su nombre para llamar la atención de los
lectores. (Sí nos parece extraña esta práctica, pero evidentemente no era mal
vista en la antigüedad.) Aparentemente la carta fue escrita después de la
muerte de Pablo porque indica una situación diferente del tiempo de su
martirio. No obstante, la Carta a los
Efesios es considerada obra clave del Nuevo Testamento.
La lectura hoy hace hincapié en que
Jesucristo vino para reconciliar a los pueblos judío y gentil en sí mismo. Se expresa este concepto con una de las
frases más bellas en todas las Escrituras: “… él es nuestra paz”. Eso es, la muerte de Jesús en la cruz produjo
la reconciliación con Dios en beneficio tanto de los gentiles como de los
judíos. Además, su muerte reconcilió a
los dos pueblos entre sí.
La reconciliación con Dios fue resultado del
sacrificio del Dios-hombre. Como hombre,
Jesús representa toda la humanidad. Por
ser Dios, su entrega de su vida tiene ramificaciones universales. Ya la pena acumulada por los pecados del
mundo entero es cancelada. Todas mujeres
y hombres son justificados cuando se adhieren a Cristo.
Jesús logró la reconciliación entre los
pueblos por su muerte sangrienta. Cuando
los dos pueblos ven a su Salvador, inocente de crimen pero colgado
despiadadamente por los pecados de ellos, se comparten la miseria. Es como la escena final del drama Romeo y
Julieta. Cuando las familias de los
protagonistas reconocen que su hostilidad mutua causó la muerte de sus jóvenes
amados, se prometen vivir siempre en paz.
Además, la resurrección y ascensión de Jesús
ha suelto el Espíritu Santo para llamar a todos a la Iglesia. Iniciados por el Bautismo y fortalecidos con
la Eucaristía, nos vemos a uno a otro como un hermano o una hermana convocados
a la unidad en la verdad y el amor.
Jesucristo se queda como la paz entre
individuos y pueblos en nuestro mundo turbulento. Las noticias están llenas de las diferencias significativas
entre los progresistas y los tradicionales por toda la tierra. Los progresistas quieren las fronteras
abiertas a los inmigrantes mientras los tradicionales quieren construir muros
para asegurar la patria. Los
progresistas quieren proclamar el aborto como derecho humano mientras los
tradicionales desean hacer el aborto un crimen.
Los progresistas quieren prohibir la lectura de los libros sagrados en
las escuelas mientras los tradicionales quieren garantizar la lectura de
pasajes de sabiduría como los Diez Mandamientos. La lista de discrepancias es larga, y las
cuestiones son complicadas. Pero lo más
lamentable es que los dos lados están dispuestos a provocar motines si no
logran sus objetivos.
Jesús nos produce la paz por ser un modelo
del respeto a la autoridad. Nunca
pretendió que él fuera más grande que la ley civil. Los progresistas y los tradicionales deben
aceptar la voluntad de la mayoría en cuestiones civiles. También Jesús es causa de la paz cuando
apelamos a él que sane una situación deteriorada. Tiene un infinito número de maneras para
intervenir en las actividades humanas. Siempre
debe ser nuestro primer y último recurso en apuro. Finalmente, Jesús es nuestra paz cuando
tomamos a pecho su mandamiento del amor a los enemigos. Haciendo pequeñas obras de bondad por
aquellos que ven la vida de modo diferente seremos considerados como sinceros
en nuestra preocupación por el bien común.
De todos modos, no tenemos que preocuparnos
indebidamente. Jesús ha conquistado el
mal, aunque esto no se vea siempre. Su victoria
puede tomar el resto de tiempo para hacerse evidente a todos.
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