DECIMOQUINTO DOMINGO ORDINARIO
(Amós 7:12-15; Efesios 1:3-14; Marcos 6:7-13)
Queridos amigos, el evangelio hoy nos presenta un giro
curioso. Se espera que Jesús enviará a
los apóstoles para predicar el Reino de Dios como está haciendo él. Sin embargo, el pasaje no menciona el Reino. Dice que los Doce predicaron solo el
arrepentimiento de pecados. Además,
especifica que expulsaron demonios y curaron a los enfermos. Estas tres acciones – el arrepentimiento, la
expulsión de demonios, y la cura de enfermedades– tienen el mismo fin. Preparan a la gente aceptar el mensaje del
Reino que Jesús va a entregar después.
Solemos pensar en la expulsión de demonios y la cura
de los enfermos como actividades extraordinarias. Pero esto no es la intención aquí. Más bien, han de entenderse echar demonios y
curar a enfermos como referencias a nuestra vida espiritual. Juntos son requisitos para vivir en paz con
Dios y con los demás. Los demonios son los
errores de nuestro pensamiento que distorsionan nuestro juicio. Las curaciones pueden ser físicas o
espirituales, pero siempre nos causan dar gracias a Dios. Voy a describir algunos de estos demonios y
explicar las curas que buscamos.
Los monjes en los primeros siglos del cristianismo se quejaban
del “diablo del medio día”. Este demonio
trató de convencer al monje que no podía ganar la lucha para vivir sin pecado
de modo que sea mejor que le dé por vencido ahora. Se asociaba con el medio día porque en ese
hora el monje sentía ambos el calor y el hambre opresivos. Estaba inclinado a desesperar de su vocación
y meterse en los asuntos de otras personas.
Este demonio del medio día nos afecta a nosotros cuando sentimos
aburridos con nuestras responsabilidades, sea en nuestro trabajo, en nuestra
familia, o hacia Dios. Se expulsa este
demonio por recordar los beneficios que hemos recibido y darle gracias a
Dios. También una mirada al crucifijo nos
recordará de que Cristo sufrió para nosotros mucho más que sufrimos por él.
Otro demonio que afecta a muchos puede nombrarse como
“el demonio de ´yo no importo’”. Es
decir, que el demonio trata de convencer a nosotros que ni nosotros y mucho
menos nuestras acciones importen mucho al fin de cuentas. Por esta razón, según
este demonio, estamos libres de hacer lo que nos dé la gana. Influenciado
por este demonio el joven y ahora la joven miran la pornografía. Se dicen a sí
mismos, “La pornografía no lastima a nadie; por eso no es mala”. Otro ejemplo
de este demonio es la persona que se defiende a sí mismo de hablar mal de otra
persona por decir que todo el mundo lo hace.
Sin embargo, estos pecados, como todos, corrompen las almas de aquellos
que los cometen. Nos rinden más deseosas
de dominar a los demás y menos inclinados a buscar su bienestar. Y ¿quién dice que estas acciones no hacen
daño? Hay hasta la esclavitud en el comercio
del sexo, y muchas reputaciones son perjudicadas por los chismes.
El último tipo de demonio que vamos a tratar es, en un
respeto, el opuesto del demonio de “yo no importa”. Este demonio intenta levantar al que lo tiene
a nuevas alturas por decirle que maravilloso es. Se puede llamar este como “el demonio de la pretensión”. Este nos impulsa a pensar en nosotros como
mejores de las personas que nos rodean. Nos
inclina a jactarnos en lugar de reconocer lo bueno de los demás. Uno de los mejores científicos trabajando por
NASA, la agencia del gobierno federal para la exploración del espacio era una
mujer negra. Cuando dejó su casa para Houston,
su padre le dijo: “Acuérdate, mi hija, de que no eres peor que cualquiera otra
persona, y no mejor tampoco”. Este es la
mejor manera de derrotar este demonio: que reconozcamos que todos tienen sus
propios talentos de modo que puedan hacer cosas que nosotros no podemos hacer.
Además de tener expulsados nuestros demonios, queremos
que nuestras enfermedades se sanen. Ocurren
estas curas, aunque no sean tan maravillosas como hubiéramos pensado. Las curas son como tratadas en una película llamado
“The Miracle Club” que estrenó hace dos años.
Mostró un grupo de peregrinas de Irlanda destinado a Lourdes. Todas tenían un deseo de ser curada de una condición
física, aunque su párroco les advirtió: “No se va a Lourdes para un milagro sino
para la fuerza de seguir adelante cuando no hay milagro”. Cuando regresaron a Irlanda todas eran de una
manera curadas. Todas sentían más que
nunca el amor de sus familiares. Todas estaban
más convencidas que nunca que el amor de Dios va a curar las heridas que
llevaban por los pecados de ambas otras personas y de sí mismas.
Es fantasía pensar que Dios va a curar todas nuestras
enfermedades. Todos tenemos que morir un
día a pesar de nuestros rezos que sigamos viviendo. Sin embargo, el Señor nos ofrece el valor de sufrir
el dolor y la muerte para el bien de los demás.
De esta manera somos preparados para participar en su Reino cuando venga
Jesús. Que no tengamos que esperar eso mucho
más.
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