DECIMOCTAVO DOMINGO ORDINARIO
(Éxodo 16:2-4.12-15; Efesios 4:17.20-24; Juan 6:24-35)
Los obispos están preocupados que la mayoría
de los católicos no creen que Jesús sea realmente presente en la Eucaristía. Es una inquietud tan grave como es acertada. Pero una cuestión aún más importante es
¿quién es Jesús? Muchos, cristianos
tanto como no cristianos, lo piensan como gran sabio como Sofócales o líder
prudente como Lincoln. La semana pasada
vimos a Jesús dando signos que él es Dios.
Como Dios dio a los israelitas el maná para alimentarse físicamente,
Jesús les dio a los que lo buscaban el pan que les nutrió tanto espiritual como
físicamente.
En el evangelio hoy Jesús revela que él es
el Pan de la Vida eterna, pero primero discute con los judíos sus valores. Les acusa de buscar a él no por el pan
espiritual que imparte sino por el pan que les ha satisfecho sin haber
trabajado. Dice que esta empresa es fútil
porque el pan físico va a acabarse. Más
tarde o más temprano este pan va a agriarse como el maná que quedaba en el
suelo del desierto. En su lugar Jesús
les ofrece a sí mismo, “el Pan de la Vida” que dura para siempre. Dice que, si lo aceptan como Hijo de Dios con
fe, él seguirá saciándoles sin fin.
Muchos en el mundo hoy andan como estos
judíos con ganas de saciarse con cosas que pierden su valor. Piensan que ellas les darán la
felicidad. Son muchos estos sustitutos
para la felicidad verdadera, pero se puede resumirlos a cuatro que comienzan
con la letra “p”. El poder, la plata, el prestigio y el placer atraen a muchos,
pero en fin son como el pan que perece. Los
atletas de la Olimpiadas que procuran ser el corredor más rápido o el boxeador más
fuerte van a ver en tiempo corto a otro más rápido o fuerte. Los ricos van a ver sus millones menguan en
valor cuando se dan cuenta de que no pueden comprar ni la salud ni el amor. Los famosos hoy no tienen que esperar muchos
mañanas para ver a otros recibir más atención que ellos. Y el placer a menudo se prueba una maldición
por sus efectos deletéreos como ha pasado con muchos fumadores.
Pero los judíos resisten la oferta de
Jesús. Piden comprobación de su relación con Dios. Evidentemente han olvidado
la multiplicación de panes. De todos
modos, quieren otro signo antes de que crean en él. Sugieren que sea algo del género del maná que
sus antepasados comieron en el desierto.
Jesús responde que ese “pan del cielo” fue regalo de Dios, su Padre, y
ahora les regala el verdadero pan del cielo, que es él mismo. Añade que aceptar a él como el Hijo enviado
de Dios, se equivale hacer la obra de Dios o, mejor, cumplir su voluntad.
Hasta ahora no hemos tenido que pensar en el
Santísimo Sacramento para explicar cómo él es Pan de la Vida. Sus palabras y acciones pueden ser
consideradas como la alimentación espiritual para consumirse. Sin embargo, es necesario que guardemos un
sentido de Jesús adecuado para que sea la sustancia que sacia el hambre del mundo.
No es simplemente que posee el nombre más reconocido de la historia. Más bien, puede saciar al mundo porque es
Dios. Eso es, Jesús es el creador
espiritual que permite la existencia de todo ser por participación en Él. Podemos compararlo con el sol. Como los rayos del sol crean la vida en la
tierra, la acción metafísica de Dios da existencia al universo físico. Jesucristo nos ha venido para revelar la
voluntad de Dios por sus palabras y aún más por su entrega en la cruz y su
resurrección de entre los muertos. En él
confiamos y a él seguimos.
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