El domingo, 1 de septiembre de 2024

Vigésimo segundo domingo ordinario

(Deuteronomio 4:1-2.6-8; Santiago 1:17-18.21b-22.27; Marcos 7:1-8.14-15)

Hoy regresamos al Evangelio según San Marcos después de reflexionar por cinco semanas sobre el Discurso del Pan de la Vida en el Evangelio de San Juan.  Todavía el tema es comer, pero en este pasaje tratamos cómo comemos más que qué comemos.  Por decir “cómo” queremos decir que Jesús va a relatar algunos principios de la moral cristiana.

Tenemos que tomar al pecho que la moral cristiana no es simplemente una lista de obligaciones y prohibiciones.  Más bien es el seguimiento a Jesús en la vida diaria hacia la vida eterna.  Jesús va a mostrarnos cómo cumplir la voluntad de Dios para que Él se nos acoja en su Reino.  Como dice el libro de Deuteronomio en la primera lectura: "Ahora, Israel, escucha los mandatos y preceptos que te enseño, para que los pongas en práctica y puedas así vivir y entrar a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de tus padres, te va a dar…”

En el evangelio Jesús hace hincapié en algunos escollas que pueden tropezarnos en el camino.  Particularmente insiste que se evite la hipocresía.  Critica a los fariseos que pretenden ser santos por seguir varios ritos de purificación que no son prescritos en la Ley.  Entretanto acusan a sus discípulos por no cumplirlos, aunque no es necesario.  Vemos este tipo de la hipocresía cuando algunos vienen para las cenizas al principio de la Cuaresma, pero rehúsa reformar sus vidas. 

Más de la hipocresía tenemos que evitar varios otros tipos de maldades que se llaman “intrínsecamente malas”.  Eso es, no pueden ser justificadas por ninguna razón o en ninguna situación.  La lista es más extensa que Jesús presenta en el evangelio hoy, pero sus ejemplos sirven como una muestra adecuada: “las fornicaciones, los robos, los homicidios…” etcétera.

Si es necesario que evitemos hacer lo malo, es aún más importante que imitemos a Jesús por hacer lo bueno.  La segunda lectura de la Carta de Santiago nos indica el tipo de actividad que Jesús desea cuando dice: “La religión pura e intachable … consiste en visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones”.  Consideren esta historia verdadera, aunque parece cómica.  Una vez un obispo sacó a un sacerdote de su parroquia para trabajar junto con él en el obispado.  Cuando el sacerdote contaba las noticias a su madre, se sorprendió porque su mujer pareció preocupada.  El sacerdote le preguntó: “¿Mami, no vas a felicitarme?”  Respondió la madre: “No. ¿Cómo vas a llegar al cielo si no visitas a los enfermos y enterrar a los muertos?”  Todos nosotros debemos preguntar a nosotros mismo algo semejante.  “¿Cómo vamos a agradar al Señor si no ayudamos a los desafortunados y necesitados?”

La vida moral no es fácil, pero es satisfaciente.  Nos permite evitar las vergüenzas y culpas que acarrean los vicios.  Nos libera del egoísmo que parece agradable al principio, pero últimamente llega al aislamiento y la miseria.  Sobre todo, por la vida moral conocemos a Jesucristo, nuestra mayor esperanza y nuestra alegría eterna.

El domingo, 25 de agosto de 2024

VIGÉSIMA PRIMERO DOMINGO ORDINARIO

(Josué 24:1-2.15-17.18; Efesios 5:21-32; Juan 6:55.60-69)

Las olimpiadas dejaron a nosotros miradores con bocas abiertas en asombro.  ¿Cómo puede Simon Byles saltar tan alto?  ¿Cómo pueden los chinos levantar pesas tan enormes?  ¿Cómo puede Noé Lyles correr tan rápidamente?  Todos los atletas mostraron el triunfo del cuerpo sobre la letargia y la mediocridad.

Sin embargo, el cuerpo no puede lograr lo que es el más deseable al fin de cuentas.  Pues sobre todo cuando todo está dicho y hecho, no queremos una medalla o la fama internacional.  No, nosotros seres humanos querremos la felicidad para siempre.  Es algo espiritual que no conoce un fin.  Como Jesús dice en el evangelio hoy: “El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha”.  De algún modo tenemos que conseguir el Espíritu Santo si vamos a realizar la felicidad para siempre. 

Por todo el “Discurso del Pan de la Vida” hemos escuchado lo que tenemos que hacer para obtener la vida eterna.  Desde que Jesús, el verdadero Pan del cielo, conoce al Padre y revela su voluntad, tenemos que creer en él and poner en práctica lo que instruye.  ¿Parece imposible?  Pues, sí es si fuéramos dejados con solo nuestros recursos naturales.  Sin embargo, porque no podemos lograrla solo con el esfuerzo humano, Jesús nos ha dejado su Cuerpo y Sangre.  La Eucaristía nos fortalece para el camino hacia la vida eterna tan cierto como bistec and leche nutrieron los cuerpos de los atletas para los juegos olímpicos. 

Jesús quiere de nosotros una respuesta definitiva a su oferta de la vida eterna.  Como hace Josué en la primera lectura, nada de medias.  Desgraciadamente muchos hoy día quieren acompañar a Jesús hasta que el camino se pone áspero.  Entonces como los discípulos murmurando en el evangelio, le dan sus espaldas.  Son como los niños que rechazan la monedita de diez centavos para coger el centavo de cobre más grande.

Aceptar a Jesús significa seguir sus enseñanzas como las tiene en las lecturas de la Carta a los Efesios los últimos domingos.  Su mandamiento en la lectura hoy es particularmente relevante.  Los esposos tienen que amar a uno a otro con todo el corazón siempre pensando en el bien del otro.  No se puede negar que la carta enseña que el marido haga la última decisión.  Pero esto no quiere decir que el marido siempre tenga razón y nunca deba someterse a la voluntad de la mujer.  No, por mucho.  Los dos, como dice la lectura, son “una sola cosa”.  Siempre el hombre tiene que tomar a pecho lo que dice la mujer.  A veces, simplemente por la variedad, el hombre se someterá al juicio de su esposa.

La cuestión importa mucho en este tiempo que levanta al bien del individuo sobre lo de la familia.  Por ejemplo, en algunos lugares la escuela puede dispensar anticonceptivos sin el permiso de los padres.  Ahora en algunos lugares se puede los llamados “puberty blockers” (hormones que reprimen el desarrollo del sexo natural) sin comunicarse con los padres. La gran mayoría de los padres quieren hacer lo mejor para sus hijos.  Un sabio una vez dijo que la mejor cosa que los padres pueden hacer por sus hijos es amar a uno a otro.  Si queremos niños para sanos y saludables, los padres tienen que amar con aún más entrega a una a otro.

¿Nos cuesta?  Por supuesto, pero la fuerza para hacerlo (vale la pena decirlo de nuevo) viene de Jesús en la Eucaristía.  Es su propio Cuerpo y Sangre que nos lleva más allá de los desafíos del mundo a la vida eterna.

El domingo, 18 de Agosto de 2024

VIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO

(Proverbios 9:1-6; Efesios 5:15-20; Juan 6:51-58)

Por los últimos cuatro domingo hemos estado atravesando el capítulo seis del Evangelio según San Juan. Esta sección del evangelio nos proporciona el significado de la Eucaristía, “la fuente y cumbre de la vida cristiana”. Los primeros tres domingo destacaron a Jesús como el Pan de la Vida. Como dijo, él es el pan que bajó del cielo para que aquellos que crean en él tengan la vida eterna. Hoy la lectura evangélica enfoque en cómo Jesús transmite su vida en la Eucaristía.

Dice Jesús: “…el pan que yo les doy es mi carne, para que el mundo tenga vida”. Si fuéramos muy atentos, nos habríamos dado cuenta de que esta frase parece las palabras de Jesús en la Última Cena según San Lucas: “Este es mi cuerpo que se entrega por ustedes…” Vimos antes cómo el Evangelio de Juan usa “carne” en lugar de “cuerpo” para evitar la ambigüedad. Jesús realmente nos ofrece a sí mismo en la Eucaristía para ser consumido.

Hace falta apuntar cómo la vida de Jesús está transmitida al consumidor cada vez que come su Cuerpo y bebe su Sangre. A los nutricionistas les gusta decir que somos lo que comemos. Hasta un punto tienen razón. Si comemos frutas y verduras, nos haremos más sanos. Pero no nos convertimos en lechuga y tomates. Sin embargo, por tomar la Eucaristía, sí nos convertimos cada vez más en su imagen.

Parece importante recordar lo que Jesús dijo a la samaritana en su diálogo al pozo de agua. Dijo que el agua que le diera brotará para vida eterna. Eso es, el agua del bautismo nos da la apertura de la vida para siempre. Sin embargo, esta vida rápidamente sería aplastada si no fuera fortalecida con el Cuerpo de Cristo. Como el comején pudre la madera, el pecado deteriora el alma rindiéndola incapacitada para algo bueno. Necesita el Cuerpo y Sangre de Cristo para resistir su efecto destructivo.

Durante la Última Cena en Juan Jesús usa un metáfora que ayudará a sus discípulos entender la necesidad de la Eucaristía. Dice que él es la vid y ellos son los sarmientos. Si los sarmientos no permanecen en él no pueden dar fruto. De veras, si no quedan conectados con él, se secan y mueren, buenos para nada excepto leña para el fuego. Podemos añadir que mantenemos en Cristo por comer el pan que es su carne.

La Última Cena en el Evangelio de Juan no menciona a Jesús bendiciendo el pan con las palabras: “Esto es mi Cuerpo”. En lugar de repetir esas palabras que escuchamos hoy en capítulo seis, Jesús muestra el propósito de la Eucaristía cuando lava los pies de sus discípulos. La Eucaristía no solo nos fortalece para resistir el pecado, sino aún más nos mueve para hacer obras de amor. Las dos acciones son sintonizadas. Si no amamos a los demás al menos por desear su bien, vamos a despreciarlos de una manera u otra. En la carretera si no mostramos la paciencia con un chofer lento, probablemente lo maldeciremos. ¿No es que vimos algo semejante en la inauguración de las Olimpiadas? Haber perdido su amor para Jesús, los directores del programa trataron de burlarse de él.

Ahora tenemos mejor idea de lo que es la vida eterna. Es amar como Jesús amó. Iniciamos este amor aquí ahora por el servicio que rendimos a los demás. No es siempre fácil ni agradable amar como amó Jesús, pero sí vale el esfuerzo porque nos hemos juntado con Jesús.  Este género de amor no termina con la muerte. Será la palanca que nos levantará de entre los muertos. Entonces tendremos la plenitud del amor sin dolores y lágrimas en la presencia física del Señor.

El domingo, 11 de agosto de 2024

Queridos hermanas y hermanos, hoy seguimos leyendo el “Discurso de la Vida Eterna” del Evangelio según San Juan.  El domingo pasado oímos que la gente resistía creer en Jesús.  Ahora leemos que murmuran contra Jesús.  Se han ido de una incredulidad a un rechazo.  Por esta razón el evangelista los describe no como “la gente” o “la muchedumbre” sino como los “judíos”.  Los judíos echarán a los cristianos de sus sinagogas cincuenta años en el futuro cuando escribía el evangelista.

Desde el principio de la lectura los judíos muestran un entendimiento equivocado de Jesús.  En el evangelio hoy dicen que conocen su familia.  Eso es, conocen a María, José, y los otros parientes de Jesús que viven en Nazaret.  Esta aclamación también es equivocada.  En los cuatro evangelios no es la familia de sangre que cuenta con Jesús sino su familia espiritual.  Sus discípulos que creen en él constituyen su familia verdadera.

Pero cuesta mantener la fe en Jesús.  En la lectura ahora la gente tiene que superar sus dudas sobre su familia y su declaración que ha bajado del cielo.  Hoy en día muchos no creen en Jesús porque sus enseñanzas morales les parecen extremas.  Dicen: ¨¿Cómo puede atreverse a decir que el sexo fuera del matrimonio siempre es malo?” o “¿Cómo él puede esperar que perdonemos a aquel que nos insultó en público?” Otros no creen en Jesús por las aclamaciones que la Iglesia acerca de él: que resucitó de entre los muertos y que es el Señor Dios.

Para nutrir la fe de los creyentes Jesús les da comida espiritual.  La vez final en que compartiré comida con sus discípulos, Jesús partiendo el pan, se lo dará a comer diciendo: “Esto es mi cuerpo”.  Es pan divino que les hace a sus discípulos hombres y mujeres divinos como Jesús.  Ya pueden confiar en sus palabras a pesar de lo que digan los no creyentes.  Ya pueden explicar cómo su resurrección es evento transhistórico que no va a ser replicado hasta el fin del tiempo.  Entonces los cuerpos de todos los creyentes pasarán de la muerte a la vida eterna. 

Por supuesto los no creyentes van a poner peros a la aseveración de que el pan del altar es el Cuerpo de Cristo.  Desgraciadamente aún muchos católicos piensan que solo es símbolo que nos recuerda de Jesús.  Sin embargo, Jesús en este Evangelio según San Juan hace hincapié que él realmente es presente en la Eucaristía: Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.  No dice que da su “cuerpo” sino es su “carne”.  Como un león devora la carne de su predo, los cristianos devoran la carne de Jesús.  Esta comida nos da la fuerza para avanzar en el largo camino a la vida eterna.  Por esta razón, tenemos la historia de Elías como la primera lectura hoy. Cómo Elías tiene fuerza para completar el camino largo después de tomar el pan cocido y el jarro de agua, nosotros podemos superar el pecado por tomar el cuerpo y sangre de Cristo.

Dos pensamientos más.  Primero, aunque los “judíos” aparecen como enemigos de Jesús en el evangelio de Juan, varios en la realidad se hicieron los primeros cristianos.  De ninguna manera deben considerarse como enemigos a los cristianos hoy en día. Segundo y más importante, no es nuestra fe que hace el pan y el vino el Cuerpo y Sangre de Cristo.  Más bien, nuestra fe permite que el cuerpo y sangre de Jesús sean eficaces para darnos la vida eterna.  Creyendo en él y nutridos por su cuerpo y sangre, podemos cumplir sus enseñanzas y participar en su vida.