V DOMINGO DE PASCUA
(Hechos
14:21-27; Apocalipsis 21:1-5; Juan 13:31-33.34-35)
La Iglesia
Católico siempre ha considerado el Evangelio según San Juan como su tesoro de
evangelio más rico. Más que cualquier
otro libro de la Biblia este evangelio retrata a Jesús como el Hijo encarnado
de Dios. La frase que usa Tomás cuando
Jesús le ofreció su mano y costado para probarse resuena en cada página:
“’Señor mío y Dios mío’”.
Antes de
que comentemos en la lectura breve de este evangelio para hoy, sería provechoso
examinar un poco la constitución del cuarto evangelio. Los eruditos de la Biblia nos enseñan que
después del prólogo y antes de la conclusión final se puede dividir la obra en
dos partes: lo que se llama el “libro de señales” y el “libro de la
gloria”. La primera parte cuenta de
Jesús haciendo siete señales milagrosas e interpretando cada una con el diálogo
alrededor de ella. No es una
coincidencia que el famoso Discurso del Pan de Vida ocurre inmediatamente
después de la multiplicación de panes.
El “libro
de la gloria” mismo muestra lo que el “libro de señales” implica. Eso es, en las palabras del Evangelio: “Dios
ama al mundo tanto que entregó a su Hijo para que el que cree en él … tenga
vida eterna”. En su Discurso de
Despedida Jesús explica cuidadosamente las implicaciones para sus discípulos de
este amor sacrificial.
La lectura
hoy se toma del principio del Discurso de Despedida. Jesús acaba de lavar los pies de sus
discípulos, incluso los de Judas Iscariote, su traidor. Era un hecho tan humilde
que ni los esclavos judíos eran obligados de hacerlo. Entonces Jesús dio el
motivo para su servicio. Dijo: “’Cómo lo
he hecho por ustedes, ustedes deben hacer los unos por los otros’”. No quería
decir que literalmente tenían que limpiar las plantas y tobillos de uno a otro sino
que sirvieran uno y otro de corazón.
Ahora Jesús
sigue interpretando su servicio. Les imparte su mandamiento de amor: “… que se
amen los unos a los otros, como yo los he amado”. En otras palabras, que rindan
el servicio con la consideración, el cuidado y la abnegación. En griego la palabra que mayormente se usa
para este amor es agapan. Es el amor
que no busca nada más que el bien de la otra persona. Agapan es sobre todo el amor de Dios por los humanos
Se ha
notado que este mandamiento de amor en el Evangelio de San Juan es para los
miembros de la misma comunidad. Según
esta perspectiva Jesús no nos manda a amar a nuestros enemigos como en el
Sermón del Monte. Sin embargo, cuando
imparte el mandamiento Jesús acaba de lavar los pies del mismo Judas que ya tiene
la intención de traicionarlo. Jesús no esquiva de amar a su enemigo aquí. Ni debemos nosotros en nuestro servicio.
El autor
ruso Fiódor Dostoievski escribió del amor agapan
que es diferente que el amor en nuestros sueños. Según él, es “amor en acción,” una cosa “dura
y terrible”. Sin embargo, que no desgastemos tiempo preocupándonos cómo podemos
amar a aquellos que nos han ofendido. El
reto que agapan nos presenta es
visitar a los ancianos en asilos y pararnos a dar una mano al extranjero en
apuro. Aprendemos a amar a uno y otro, sean parientes o sean los enemigos
declarados por nuestro gobierno, por ver en ellos la semblanza de Cristo. Pues,
como Jesús ellos son imágenes de Dios a lo cual tenemos que amar sobre todo.
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