VI DOMINGO DE PASCUA
(Hechos 15:1-2.22-29; Apocalipsis 21:10-14.22-23; Juan 14:23-29)
Se han diferenciado por los siglos la paz mundana y la paz
de Cristo. Hemos escuchado cómo la paz mundana
es superficial, cómo no dura mucho tiempo, y cómo se puede sacudir por
conflictos y contrariedades. En
contraste, la paz de Cristo llega al corazón, trae la confianza, y no se pierda
fácilmente.
Si la paz mundana fuera tan frágil, ¿quién no elegiría la
paz de Cristo? Sin embargo, sabemos que
la paz mundana brinda beneficios deseables también. El cese de la vehemencia da tiempo para los
adversarios a recapacitar sus objetivos.
También un lugar seguro y cómodo alivia las tensiones que gastan al
individuo la energía y el buen humor. La
paz mundana a veces acompaña un compromiso efectivo para la convivencia si no
el respeto mutuo.
Podríamos ofrecer el teléfono celular como símbolo de la paz
mundana. Mucha gente hoy se ha apegado a
sus celulares de modo que no vaya a ninguna parte sin ello. Les provee la seguridad de tener lo que les
parece necesario para evitar inquietudes y mantener la ecuanimidad. Cuando se sienten solo, les ponen en contacto
con sus amistades. Cuando están perdido,
les guía a su destino. Y cuando están en
duda de un hecho o de un proceso, le provee la información en pocos
segundos. Y estos son solo una pequeña
parte de las ventajas de tener un celular.
Sin embargo, hay límites al celular. Trae un sentido de la paz hasta que se
pierda, se extravíe, se agote la batería, o haya problemas con el proveedor del Internet. Cuando ocurran
contratiempos como estas, la paz da vía a la ansiedad pronto. Este no es razón de abortar el celular sino
para buscar algo más al fondo que estabiliza la paz.
En el evangelio Jesús ofrece la amistad consigo mismo para
apoyar la paz condicional del celular y las otras fuentes de la paz mundana. Nos abraza esta paz de modo que podamos
enfrentar cualquier desafío con confianza.
La paz de Cristo es saber, como una niña en los brazos de su papá, que
todo resultará bien. Es la seguridad
que, venga lo que venga incluso la muerte, Cristo va a entregarnos del mal que
experimentamos.
La lengua hebrea tiene la palabra shalom para
expresar la paz de Cristo. Más que un
cese de hostilidades, shalom significa la prosperidad, la plenitud, y la
armonía aun en la guerra. Shalom
es la seguridad que por los superiores recursos que tenemos vamos a superar todos desafíos. Sean enfermedades, enemigos, u
otra contrariedad no vamos a perdernos sino prevaleceremos en el final.
Cristo nos indica cómo podemos acceder su paz. Por cumplir sus mandamientos, sobre todo el
mandamiento de amar a uno a otro, él vendrá con el Padre para morar en
nosotros. Es como tener el jefe de la
policía en la casa cuando recibimos una amenaza de seguridad. Como San Pablo escribe a Timoteo: “Si hemos
muerto con él, viviremos con él. Si somos constantes, reinaremos con él” (II
Timoteo 2:11b-12a).
No tenemos que escoger entre la paz mundana y la paz de
Cristo. De hecho, necesitamos ambas. El
celular es muy útil, pero no puede proveernos la valentía de enfrentar la
pérdida de recursos y mucho menos la muerte.
Cuando estamos en lucha contra el mal, queremos el shalom de
Cristo. Nos da la fuerza para dominar
toda amenaza del mal.
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