El domingo 21 de diciembre de 2025

IV DOMINGO DE ADVIENTO,

(Isaías 7:10-14; Romanos 1:1-7; Mateo 1:18-24)

Hace sesenta años, el Concilio Vaticano II afirmó que la Iglesia tiene el deber de “escudriñar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio”. Pues bien, hoy en día un lamentable signo de los tiempos es la tosquedad y la crudeza en los asuntos públicos. Los periodistas a menudo buscan la controversia cuando informan sobre los acontecimientos. Hacen hincapié en las diferencias entre las personas, aun cuando esas diferencias no sean aspectos realmente importantes del asunto. Algunos políticos no se cansan de lanzar insultos contra aquellos con quienes no están de acuerdo. Prefieren humillar a sus oponentes antes que dialogar con ellos para llegar a la verdad. Ya no nos sorprende escuchar a líderes sociales usar vulgaridades y amenazas. El resultado de este comportamiento público ha sido un ambiente social cada vez más amargo, que deja a personas ordinarias confundidas y, a menudo, adoptando posturas injustas.

En los Estados Unidos, la cuestión de la inmigración ha producido este mismo tipo de confusión y resentimiento. Millones de personas han entrado al país clandestinamente o se han quedado más tiempo del que la ley permite. Se les ha llamado “indocumentados” o “inmigrantes ilegales”. Quienes apoyan a los indocumentados afirman que han contribuido al bien del país y que no han acaparado de manera desproporcionada los beneficios sociales. Describen a los opositores como intolerantes y olvidadizos del hecho de que sus propios antepasados vinieron a este país como inmigrantes.

Por otro lado, hay ciudadanos que desean la expulsión de los indocumentados. Ellos sostienen que, en algunos lugares, el costo de los servicios públicos —como las escuelas— para los inmigrantes ilegales se ha vuelto insoportable. Responden a la acusación de intolerancia diciendo que los Estados Unidos es un país deseable para vivir precisamente porque se espera que las leyes sean obedecidas. Añaden que sus abuelos o bisabuelos no violaron la ley cuando ingresaron al país.

Si el país quiere superar este problema, se necesita un diálogo honesto entre personas con perspectivas diversas. Ciertamente, no se pueden deportar millones de inmigrantes sin causar un daño inaceptable a la estabilidad social. Pero tampoco se puede tolerar el abuso continuo de las leyes migratorias.

El comportamiento hostil va en contra de nuestra herencia cristiana. La primera página de la Biblia nos enseña que todos los hombres y mujeres son imagen de Dios. Solo por este hecho se nos debe respeto. Además, Jesús promueve entre sus discípulos un trato justo incluso hacia los adversarios. En el Sermón del Monte nos dice que debemos amar a nuestros enemigos y orar por quienes nos persiguen (cf. Mateo 5,44).

Podemos tomar a san José, en el evangelio de hoy, como modelo de la verdadera justicia. Él vive conforme tanto al espíritu como a la letra de la Ley de Dios. Según el espíritu de la Ley, no quiere exponer a María al desprestigio revelando su embarazo. Según la letra, piensa “dejarla en secreto”, como la Ley prescribe. Y no duda en obedecer el mandato explícito del Señor de recibirla en su casa junto con su hijo.

En lugar de lanzar insultos a nuestros adversarios, nosotros los católicos debemos ser los primeros en tratar de comprender sus puntos de vista. Debemos presumir su buena voluntad hasta que exista evidencia clara en contra. Incluso entonces, hemos de intentar convencerlos de la verdad en lugar de maldecir sus opiniones. Cuando practicamos la justicia, damos testimonio de nuestra fe en Dios.

Esto es precisamente lo que el profeta Isaías recomienda al rey de Judá en la primera lectura. El poderoso imperio asirio se ha puesto en marcha para conquistar el mundo. Para detener su avance, los reinos de Samaría (Israel) y Siria quieren que Judá forme una alianza con ellos. Pero el rey Ajaz de Judá prefiere aliarse con Asiria, a pesar de la recomendación del profeta de no hacerlo y de confiar únicamente en Dios. Isaías ofrece como señal de la fidelidad de Dios que una virgen dará a luz un hijo, cuyo nombre será Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”.

Esta semana vamos a dar la bienvenida al Rey de reyes y Príncipe de la Paz. Parte de nuestro homenaje al Rey recién nacido debe ser nuestro compromiso de vivir según su ley: buscar la paz con justicia para todos, mediante el amor.

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