Navidad
2025
Algunos de
nosotros nos hemos cansado tanto de las tarjetas electrónicas de felicitación
que hemos bloqueado su recepción. Las e-cards son invariablemente simpáticas y,
sin duda, casi siempre bien intencionadas. Pero su selección limitada puede
provocar hastío después de ver la misma tarjeta más de dos veces. El otro día,
sin embargo, recibí una que me conmovió hasta el punto de verla una y otra vez.
La tarjeta
muestra a un cordero recién nacido que entra pausadamente en una iglesia rural
vacía en Navidad. El corderito brinca con asombro al percibir los bancos
adornados. Al acercarse al pesebre frente al altar, descubre al Niño Cristo
dormido. El animal se recuesta junto al pesebre mientras un rayo de sol ilumina
la pequeña cruz del altar. La escena concluye con una paloma que vuela hasta el
lugar. El ave toma un sorbo del agua de la pila bautismal a un costado y luego
se posa sobre el pesebre del Niño dormido, junto al cordero.
¿Es esto
simplemente un saludo navideño sentimental, más apropiado para niños que para
adultos? Yo no lo creo. Me parece más bien una parábola que hace una profunda
afirmación teológica. El cordero no viene a adorar a Cristo como los pastores
en el Evangelio de Lucas. Tampoco ofrece un regalo al Niño Jesús como el
tamborilero del popular villancico. El cordero se acuesta junto a Cristo porque
¡él es otro Cristo!
En el
primer capítulo del Evangelio de Juan, Juan el Bautista señala a Jesús ante sus
discípulos. Les dice: “He aquí el Cordero de Dios”. Jesús es el cordero que
será sacrificado para expiar el pecado humano. Él será bautizado —recordemos la
paloma bebiendo agua de la pila— como identificación con la humanidad. Hoy
viene en paz para permitir que el mundo contemple el acontecimiento de Cristo
en nuestras vidas. Debemos aprovechar la ocasión para agradecer a Cristo su
venida entre nosotros. También queremos pedirle perdón por nuestro orgullo y
otros pecados. Finalmente, podemos prometerle nuestro amor, y el amor a todos
aquellos por quienes él murió para salvar.
1 comentario:
Muy hermosa esa reflexión. A veces nos hace falta abrir los ojos del alma para no ver las cosas tan superficialmente y comprender el misterio que encierran. Bendiciones.
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