El domingo, 28 de diciembre de 2025

 

LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA – 28 de diciembre de 2025
(Eclesiástico 3:3-7.14-17; Colosenses 3:12-21; Mateo 2:13-15.19-23)

Comencemos nuestra reflexión con una mirada a la segunda lectura. La Carta a los Colosenses nos exhorta a revestirnos del amor, “que es el vínculo de la perfecta unión”. El autor desea que “la palabra de Cristo” —y no la palabra de la calle— habite en nosotros. Y añade que todo lo que digamos y todo lo que hagamos sea hecho “en el nombre del Señor Jesús”.

Lamentablemente, muchos desconocen o ignoran estos consejos de lo alto. Un periodista observa cómo el odio entre razas y religiones ha ido creciendo en nuestra sociedad. Como prueba, señala el comportamiento de cierto grupo de jóvenes que, en lugar de mostrar desaprobación o indignación, permiten comentarios que retratan a los judíos como deshonestos. También menciona otra organización que no corrigió a un miembro que describió a las personas negras en términos deshumanizantes.

El periodista continúa observando que esta odiosa discriminación va acompañada de un lenguaje vulgar. Hoy en día, las palabras vulgares, incluso las que se refieren a la intimidad sexual, se dicen en voz alta y se toleran, incluso en el hogar paterno. Y con mucha menos reticencia que hace una generación, se insinúa la inferioridad de las minorías pobres. Es como si, para parecer honesto o auténtico, uno tuviera que exponer los impulsos más primitivos del corazón humano.

Todo este lenguaje tosco y degradante va en contra de la enseñanza de Jesucristo. En su obra de salvación, él elevó a la humanidad a la dignidad más alta de su historia. Nos enseñó que es más noble socorrer al necesitado en su angustia que enriquecerse a costa del otro. Una madre en una película expresó esta verdad de manera sencilla: “Hay dos caminos en la vida: el camino natural y el camino de la gracia”. Sigue que la naturaleza se centra en sí misma y busca controlar todo; la gracia, en cambio, se abre hacia afuera en la entrega generosa de uno mismo.

San José es un modelo admirable de una vida vivida según la gracia. En los evangelios no pronuncia palabras ofensivas; de hecho, no pronuncia ninguna palabra, porque es un hombre de obras justas y no de discursos vacíos. San José cumple fielmente los mandamientos y las indicaciones de Dios, sin quejas ni demoras. En el evangelio de hoy, huye a Egipto con su familia durante la masacre de los inocentes; luego regresa cuando cesa la persecución y lleva a Jesús y a María a Nazaret, donde pueden vivir en paz.

Jesús mismo ofrece un ejemplo aún más profundo, porque su gracia va mucho más allá de la imitación externa. Siendo Dios, entra en nuestros corazones para transformarlos desde dentro. Nos conmueve de innumerables maneras; mencionemos solo tres. La gracia nos permite crecer en dignidad y sabiduría en el contexto familiar. Nos fortalece contra los vicios de la avaricia y la lujuria que desgarran a las familias. Finalmente, acrecienta nuestro amor mutuo a pesar de nuestros defectos. Es a través de este amor purificado por el sacrificio que vislumbramos a Dios.

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