El domingo, 3 de abril de 2011

IV DOMINGO DE CUARESMA

(I Samuel 16,1.6-7.10-13; Efesios 5:8-14; Juan 9:1-41)

Es una flecha aguda en el carcaj del movimiento pro vida. Pues, ha cambiado la decisión de muchas mujeres buscando aborto. El sonograma está permitiendo a madres ver a sus bebés no visibles dentro de sus vientres. Una vez que reconozcan la criatura como un ser humano, ¿cómo pueden querer matarlo? En el evangelio Jesús se presenta como la luz del mundo. De manera más profunda que el sonograma, él nos permite ver la verdad no visible.

Jesús con sus discípulos encuentra al ciego. Si el dolor y la muerte son efectos del pecado – piensan Pedro y compañía - “¿Quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?” Hoy en día tenemos otro tipo de pregunta cuando oímos de personas con defectos corporales. Sabiendo un poco de la genética, interrogaríamos: “¿De cuál padre heredó el problema?” Sin embargo, como en el caso del ciego, este interrogante no sería de mucha consecuencia. No importa de quien recibiera el defecto. La persona en necesidad queda allí “…para que en él se manifestaran las obras de Dios”. Como Jesús sana al ciego por gloria de Dios, él va a apoyar a nosotros. Seamos enfermos con cáncer, heridos con memorias amargas, o deprimidos por haber hecho vueltas incorrectas, él va a salvarnos.

¿Cómo va a ayudarme? preguntamos nosotros, conscientes de la improbabilidad de un reverso en nuestra condición. Pero tal manera de pensar no toma en cuenta la compasión de Jesús. Más generosa que el sol naciente, su compasión toca la destreza de los profesionales, el apoyo de nuestros familiares, aun nuestra propia fuerza interna para aliviar la desesperación que sentimos. En el evangelio Jesús compadece al ciego que ha pasado veinte, treinta, ¿quién sabe cuántos? años sin conocer el color verde. Reconoce en él la dignidad por la cual anhela cumplir los primeros mandamientos en la Biblia: “Llenen la tierra y sométanla”. Entonces, le quita la vergüenza de haber mendigado para su pan diario. Ya en adelante el hombre ganará por sus propias manos el arroz y frijoles que come.

Sin embargo, Cristo ha venido al mundo para hacer algo más que sanar nuestros cuerpos. Le vuelve al hombre con la oferta de la vida eterna. Por pedirle a declarar la fe en el Hijo del Hombre, Jesús le saca el compromiso de la salvación. El hombre no demora responder que sí: “Creo, Señor”. Ciertamente tiene que vivir la fe en el amor, pero este hombre ya se ha comprobado que no es vacilón. Asimismo Jesús nos extiende la salvación a nosotros. Por la comunidad de fe, que comprende el Cuerpo de Cristo en el mundo actual, Jesús nos invita a conocerlo, a amarlo, y a vivir con él eternamente. Cuando nos involucramos en la misma comunidad, decimos sí, “Creo, Señor”.

Pero que tengamos cuidado. No es que todos miembros de esta comunidad hayan abrasado al Señor. Algunos se fastidian con las reglitas pero no prestan la mano para ayudar al incapacitado. En el evangelio los fariseos no sólo no comparten en el gozo del hombre aliviado de la ceguera sino también andan criticando al aliviador. Por eso, le mueven a Jesús a evaluarlos como los verdaderos ciegos.

Apreciamos las margaritas porque nos parecen como el sol en miniatura. Pero ¡qué triste sería si nos encontramos buscando margaritas en el suelo con el sol naciente a nuestras espaldas! Esto es el caso de la persona que no es consciente de la presencia del Señor. Más que el sol, Jesús nos hace ver la verdad. Más que el sol, Jesús es grande en la generosidad. Más que el sol, Jesús nos da la vida.

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