El domingo, 20 de marzo de 2011

II Domingo de Cuaresma

(Génesis 12:1-4ª; II Timoteo 1:8b-10; Mateo 17:1-9)

Encontramos a Jesús subiendo a un monte con Pedro, Santiago, y Juan. Es compañía privilegiada pero hay campo para nosotros. Si estamos dispuestos a unírnosla, que sigamos con los sacrificios de la cuaresma. Pues, la cuesta es el egoísmo que tenemos que superar, y las alturas son ningún otro que el Reino de Dios.

Es la visión de la meta que nos mantiene en la subida. Durante la lucha para los derechos civiles los negros en los Estados Unidos recordaban a uno y otro, “Fíjense los ojos en el premio.” Nuestro premio es un nuevo yo. No estamos hablando de perder unos kilos por no comer los donuts. No, tenemos en cuenta una transformación al fondo. Nos volveremos en personas nuevas como Jesús mismo listas para hacer frente a los grandes retos. Sea aceptar el cáncer con la ecuanimidad o sea trabajar en dos empleos para apoyar a la familia, nos fortaleceremos para lograrlo. Así la visión de Jesús transfigurado permitirá a los discípulos seguir creyendo en él a pesar de la muerte que va a soportar.

Jesús está escoltado por Moisés y Elías. El primero representa la Ley; el segundo, los Profetas. Juntos con Jesús los dos indican que Dios está para cumplir en él todas las promesas de las Escrituras. Jesús ya ha demostrado la justicia escrita por Moisés. Ahora está acercándose el martirio intentado por el rey Ajab contra Elías. La presencia de los tres nos regala una mejor idea del resultado de la transformación. Seremos personas cumplidas que no se retiren bajo las lluvias de la dificultad. Cuando, por ejemplo, la tía Luisa se interna, la visitaremos. No importará que ella esté enferma, sólo se queje de su mala suerte, y huela mal. Porque la vemos como Cristo en la cruz, la abrazaremos.

¿Qué exactamente haremos por los que sufren? Pedro tiene una propuesta para nosotros: “…haremos tres chozas…” Es pura locura porque ya no es tiempo de grandes proyectos. Más bien, ahora – estos cuarenta días de la cuaresma -- es tiempo para retirarnos del trajín de la vida. Dios nos sugiere esto cuando habla de la nube: “Éste es mi Hijo…escúchenlo.” Particularmente en los domingos de este cuaresma Jesús tienen enseñanzas significativas. Al próximo domingo nos dirá que tiene el agua que nos refresca cuando sentimos desconcertados por la maldad. En quince días Jesús va a describirse como la luz del mundo que nos permite ver nuevas posibilidades. Y en veintidós, Jesús se presentará como la vida misma llamándonos de los sepulcros a los cuales los pecados nos condenan. En suma, Jesús tiene el poder de cambiarnos de agotados en renovados, de caprichosos en honrados, de pecadores en santos.

Pero para muchos este es un pensamiento de miedo. Nos preocupamos que si estamos transformados, tendremos que actuar así. Tendremos que escuchar más que hablar y responder con bondad cuando queremos echar críticas. Sobre todo, tendremos que servir a los demás, sea en la casa, al trabajo, o en la comunidad. Por eso, nos encontramos a nosotros mismos como los discípulos cabizbajos en la tierra. “¿No sería mejor” – nos preguntamos – “si me quedo como soy?”

El Señor responde a nuestra inquietud cuando dice a sus discípulos: “Levántense y no teman”. La transformación no nos costará la mitad que ganemos por ser como Jesús. Nuestras conciencias serán tan claras como el aire en las alturas. Nuestras relaciones con otras personas serán tan honestas que no sintamos desconcertados. Y nuestros destinos serán tan prometedores como la luz en la madrugada. Es cierto, la transformación no nos costará la mitad que ganemos.

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