EL SEXTO
DOMINGO DE PASCUA
(Hechos 10:25-26.34-35.44-48; I Juan 4:7-10; Juan 15:9-17)
Es un reto universal. Se encuentra en todas culturas y en todas las épocas. Sea “el Buen Samaritano” del evangelio, el joven Romeo del drama de Shakespeare, o el teniente Cable de la obra música “Pacífico Sur”, el hombre siente inquieto con los prejuicios. Desea extender su afecto a personas de diferentes familias, tribus, y razas. En la primera lectura hoy el apóstol Pedro confronta este desafío en la casa de un oficial romano.
Pedro ve
a Cornelio como un hombre piadoso. Si no
fuera por su nacionalidad lo bautizaría tan pronto como lleguen al río. Pero es pagano, come puerco, y no asiste en
la sinagoga. Aun ahora sufrimos el
dilema de Pedro. Tenemos que luchar
contra la tendencia de sentir como superiores a gente de diferentes razas, naciones y
orientaciones sexuales. Particularmente
personas de esta última categoría nos causa la dificultad hoy en día. Muchos no quieren aceptar a los homosexuales como
sus amigos mucho menos como miembros de su familia.
Es posible que digan que la fe católica condena a los homosexuales. Pero eso es mentira. La Iglesia dice abierta y fuertemente que es malo despreciar a otra persona por su orientación sexual. Como los demás, los homosexuales son creados en la imagen de Dios, tienen la dignidad humana, y merecen el respeto. Escuchamos a Pedro llegar a una conclusión parecida cuando dice: “…Dios no hace distinción de personas sino que acepta al que lo teme y practica la justicia…”
Se prohíben las relaciones homosexuales porque la intimidad sexual es para unir una pareja en el matrimonio. Las relaciones sexuales entre los no casados -- sean parejas heterosexuales u homosexuales, sea uno con sí mismo o sí misma, sea con una persona extraña como en el caso de la pornografía – comprenden abusos de la sexualidad y, hechos con la deliberación, pecados graves.
“Entonces, ¿por qué no se permite que se casen los homosexuales?” pregunta nuestro amigo escéptico. Desde que vamos a escuchar esta pregunta repetida durante este año de elecciones, que nos dirijamos a ello con preciso. Dicen los proponentes del “matrimonio gay”: “Si el propósito de la intimidad sexual en el matrimonio es para mostrar el afecto o por el placer, se puede tener el matrimonio tanto entre dos homosexuales como entre dos heterosexuales. Pero la Iglesia, junto con la larga tradición humana, ve el acto matrimonio en una manera distinta. Según ella su propósito es la unificación total -- eso es corporal, espiritual, y mental – de un hombre y una mujer que sean constuidos para hacerla. Ver la intimidad sexual como menos que esta unión interpersonal – simplemente por el apoyo mutuo, el placer, o aun por la procreación -- es despreciarla como un instrumento para el uso humano, semejante a un Ford Focus o un IFono.
Tenemos que seguir nuestra línea de pensar por preguntar acerca de las parejas que no pueden tener hijos por la edad avanzada o por la infertilidad. ¿Es permisible la intimidad sexual en tales casos? La respuesta es “Sí”. No se espera que todo caso de intimidad matrimonial desemboque en una criatura aunque debe ser abierta a este fin. La intimidad sexual entre los conyugues infértiles sigue uniendo a los dos, como dice Jesús, “en una sola carne”, cumpliendo su propósito. Entonces queremos preguntar: “Si la pareja no puede tener relaciones sexuales más por razones de enfermedad, ¿sigue el matrimonio? Otra vez la respuesta es “Sí” porque se han consolidado permanentemente por la intimidad sexual en el inicio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario