El domingo, 17 de junio de 2012

El XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

(Ezequiel 17:22-24; I Corintios 5:6-10; Marcos 4:26-34)

El joven siempre tenía un grupito alrededor de él.  Dondequiera vaya, le fascinaba a la gente con sus historias.  Era paracaidista, y la gente quería saber cómo es saltar de un avión al aire libre.  Asimismo, en el evangelio Jesús llama la atención de la multitud.  Pues le levanta la esperanza con sus cuentos del Reino de Dios.

 El Reino de Dios es la realización de la soberanía del bien sobre las fuerzas del mal.  Es cuando la solidaridad transforma la codicia en el empeño para eliminar la pobreza extrema.  Es cuando la conciencia mueve a las jóvenes embarazadas a no abortar a sus niños. Es cuando la ciencia inventa curas para enfermedades que quiten la vida.  Dice Jesús que el Reino se realiza misteriosamente como lo que sucede cuando la semilla cae en la tierra.  De alguna manera germina, crece, y produce fruto.  Entonces la cosecha se vuelve dorada para nutrir a millones de personas.


También el Señor compara el Reino con la cosa más insignificante que se hace un beneficio para todos.  Es como el grano pequeño de mostaza se desarrolla en un arbusto tan grande que dé hospedaje a varios tipos de pájaros.  Así bajo del Reino de Dios diferentes gentes florecen.  Es como las comunidades de la Arca donde los sanos conviven con los severamente discapacitados – los fuertes mostrando la compasión y los débiles, en torno, la paciencia.  Es la promesa de los Estados Unidos en cuyo puerto principal la Estatua de Libertad proclama al mundo: “¡Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres, vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad…!”


No se puede decir que el Reino dependa del esfuerzo humano.  Pues, es de Dios, y Dios va a establecerlo definitivamente cuando Él quiera.  Sin embargo, Jesús señala que Dios se aprovecha de los hombres para preparar el mundo para recibirlo.  Dice: “… un hombre siembra la semilla…” y también “…el hombre echa mano a la hoz.”  Ahora honramos a nuestros padres por su parte en prepararnos a experimentar el Reino de Dios.  Un hombre escribe cómo su padre, un florero, le enseñó los valores del Reino.  Cuenta que un día cerca de Navidad un vecino vino a la florería para comprar una corona navideña, pero le faltaba suficiente dinero.  El florero le aseguró que estaba bien.  Dijo: “Pepe, me pagas cuando puedas”.  Después el hijo se quejó que su padre regaló la corona que él (el hijo) había fabricado.  El mayor le replicó: “Aprenderás algún día que no es el dinero que cuenta en los ojos de Dios, es la gente”.

Ciertamente queremos agradecerles a nuestros padres hoy por prepararnos a acoger el Reino de Dios.  Sin embargo, nuestro tributo sería anémico si no está acompañado por  nuestro empeño para pasar adelante los valores del Reino.  Otro escritor alaba a su padre por haber seguido su conciencia cuando le costaba bastante.  Elabora una lista de sacrificios que incluye ayudar a los campesinos en México recuperar de un huracán y marchar por los derechos civiles con el Dr. Martin Luther King.  Al tiempo del escribir el padre está viejo y el hombre sabe que pronto le toca a él alzar la bandera de la justicia.  Espera que sus propios hijos escuchen la voz de Dios dando eco al mismo mensaje en sus conciencias.

A lo mejor el regalo preferido este Día de Padre es el IPad.  Algunos lo alaban como si solo preparara el mundo para el Reino de Dios.  Sin embargo, el IPad no es lo que los padres más quieren.  No, al menos los padres cristianos quieren ver algo más grande.  Más que el IPad o cualquiera otra cosa, los padres quieren ver a sus hijos crecer en los ojos de Dios.  Quieren que sus hijos sean grandes en los ojos de Dios. 

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